Nuestros soldados parten hacia el
Líbano, una experiencia única y un recuerdo que será tan
imborrable como la despedida que les ha dispensado el pueblo
de Ceuta. ¡Quien pudiera! Porque para un militar acudir a
una zona de conflicto y puede que recibir su bautismo de
fuego es algo que, como el sacerdocio, imprime carácter. O
sí no que se lo digan a nuestros héroes desplegados en la
guerra de Afganistan (porque es una guerra donde los hombres
mueren) por más que la presencia militar, por la moral
flatulenta que nos han venido imponiendo los del
“pensamiento único”, siempre se trate de “justificar”
dotando a los soldados de una especie de halo onegetista
bastante grimoso y que no se adecua a la realidad. Y no es
que servidora, nieta, biznieta y tataranieta de militares,
sea persona de talante belicoso, sino que tengo plena
conciencia del peligro al que se exponen los militares y por
ello de su innegable valor.
Y todos los presentes en el acto solemne, en una fría mañana
de enero, detectábamos la fuerza y la voluntad que emanaban
de ese contingente uniformado y compacto, que ciertamente
tenía muy poco aspecto de acudir al Líbano a ayudar a los
veterinarios y dar clases de español. De hecho, para
impartir el idioma está internacionalmente el Instituto
Cervantes y lo de desactivar minas tiene muy poca gracia y
bastante riesgo. Riesgo lógicamente atenuado por la compañía
de su Madre, Nuestra Señora de África que va a plantar sus
reales en la tierra donde antaño crecían los cedros a los
que la Biblia se refiere de forma poética. El “Libre Hidalgo
XVI” parte con una preparación excelente y todos sus
miembros adquirirán una experiencia que es necesaria para
todos los guerreros, sus antepasados de los Tercios de
Flandes lo tenían bien claro y el talante español es así,
para que nos vamos a engañar. ¡Y se libre el Hezbolláh de
hacer escaramuzas porque se puede encontrar con lo que no se
espera!.
¿Un único pequeño fallo dado el ambiente? El que el
Comandante General no aprovechara el hermoso acto para haber
organizado una jura de bandera para la población civil,
demanda largamente solicitada por muchos ciudadanos que
tenemos el derecho por un lado y la obligación ética por
otro, de jurar nuestra bandera, como lo han hecho todos
aquellos que nos precedieron. Se ve que el clamor popular no
debe ser lo bastante fuerte cómo para sensibilizar a
aquellos que tienen la potestad de otorgarnos esa gracia,
rectifico, de gracia nada, ese derecho inalienable de todo
español. Y la belleza de la despedida y el adiós emocionado
de nuestros hombres se habría multiplicado añadiéndola una
jura de bandera. Por más que los de protocolo aludan a que
ni era el lugar ni tampoco el momento, porque ellos dicen
saber mucho de actos institucionales sin pararse a
reflexionar que, sobre el corazón de los patriotas no manda
el protocolo.
Con todo y con eso, la despedida fue una ceremonia rayana en
la perfección que “enganchó” espiritualmente a los
privilegiados que la presenciamos, disfrutando con los
discursos y con el desfile ¿Lo mejor? la ocasión de gritar
¡Viva España! Y que sonara en honor de los valientes, que es
sonar como Dios manda, será que Dios manda en todo lo bello
y lo bueno del Universo y por supuesto en el Ejército
Español.
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