Un prestigioso entendido en
materia educativa señala a nuestro Sistema Educativo como
“uno de los grandes males de la Patria” y apunta tres
grandes exigencias básicas: la calidad, la creación de
instrumentos para que exista una verdadera competencia y que
el sistema funcione con eficiencia. Y añade: “la educación
es la vía más segura para salir de la crisis y el
instrumento más eficaz para transformar nuestra economía:
para tal efecto es necesario la introducción de cambios
sustantivos en su estructura y funcionamiento.
El nuevo Ministro de Educación anuncia una reforma “urgente”
y, ya formado los altos cargos de su Ministerio, el camino
de la reforma está en marcha, pero considera que el trabajo
es “ingente”.
Su programa, ya esbozado en su toma de posesión, como
prioridad, potenciar la Enseñanza Secundaria, al menos en
los siguientes aspectos: una Bachillerato más largo –el Sr.
Rajoy, en su investigación ya lo expuso- que tendrá tres
cursos. Para tal efecto, requiere, entre otros aspectos: una
reordenación cuidadosa de currículos, competencia,
conciertos…
Luchas contra el abandono escolar. Un ataque de raíz. En
este aspecto, con un porcentaje de 31%, España es uno de los
peores países de la U.E. La estrategia, entre otras medidas
es potenciar la Formación Profesional, teniendo en cuenta
que muchos alumnos que abandonan la Secundaria, bien
orientados, podían encontrar su camino en la F.P, además,
que una buena F.P ayudaría a combatir el paro juvenil que,
de inmediato sería una vía para insertarse en las empresas,
según inspiración en el modelo alemán.
El Sr. Ministro en su toma de posesión, transcurrido algo
más de un mes, hizo hincapié en que “había que mejorar la
‘excelencia’ prestando, al mismo tiempo, más atención a los
“valores”, que traducido en reformas, significa prestigiar
la figura del enseñante, recordando que el estatuto docente,
ni se aprobó con el anterior Ministro. Fomentar los valores
implica, del mismo modo, subir el listón para pasar los
cursos, superándolos y en especial para ingresar en la
Universidad, y no permitir que una devaluada prueba de
Selectividad permita que todos la superen.
En la Enseñanza Superior, el Sr. Ministro piensa que el
horizonte casi da miedo. Por un lado, la racionalización de
las Universidades, es decir, fomentar las fusiones de
Centros Superiores, o por lo menos reducir la multiplicidad
y duplicidad de títulos. El diagnóstico generalizado es que
sobran Universidades, o al menos, sobran titulaciones.
Poner las bases para una financiación transparente, quizás
haya que subir las matrículas o quizás los claustros tengan
que espabilar y buscar por ellos mismos los recursos.
El Sr. Ministro, sociólogo de formación, es un enamorado de
la métrica: “En Educación, como en la mayor parte de las
materias, no podemos confiar en aquello que no somos capaces
de medir”.
“No tenemos ni una sola institución española, que en los
escalafones internacionales aceptados, figure entre las 150
primeras del mundo, y este es un problema que nos tenemos
que plantear. No se trata de una cuestión de recursos, como
de gobierno eficiente. No tenemos establecido un sistema de
gobernanza universitaria que sea eficiente y no tenemos una
rendición de cuentas que funcione. En definitiva, no hemos
sabido encontrar las palancas adecuadas para optimizar los
resultados de la elaboración público-privada en el ámbito
universitario.
¿Conseguirá todas esas metas? Está por ver. La Comunidad
Educativa vive ya bastante soliviantada con los recortes a
todos los niveles y, en general, con una cierta mala prensa.
El nuevo Ministro quiere establecer un diálogo muy amplio y
todo lo profundo que sea capaz de afrontar con la citada
Comunidad.
Pero, ante todo, es conveniente tener presente que nuestra
mejora no se producirá si los procedimientos de formación y
selección del profesorado no se modifican, y si la
permanencia en el puesto no se supedita al rendimiento
alcanzado en su desempeño. En sentido contrario, a los
docentes de cualquier nivel hay que dotarles de la autoridad
y de los incentivos económicos suficientes para un eficaz
ejercicio de su función. De la misma forma, los centros
docentes de cualquier nivel tienen que ser dirigidos por
auténticos especialistas, independientes y capaces y no
sujetos a las demandas permanentes de sus electores.
Pero no todo puede dejarse en manos de los docentes o sus
dirigentes. Es preciso involucrar mucho más a las familias
en la educación, sobre todo universitaria, de sus hijos y,
lógicamente, darles las posibilidades para que esa mayor
presencia pueda ser objetiva. Los padres intervienen más en
la marcha de los centros si han tenido antes la oportunidad
de elegirlos.
Hay que simplificar la toma de decisiones hoy sometida,
externa e internamente a un exceso de burocracia
insoportable. La educación española está demasiado regulada.
La libertad de definir los currículos y seleccionar a los
alumnos y profesores prácticamente no existe. Todos actúan
con las mismas normas y la misma rigidez.
En definitiva, necesitamos un sistema educativo con mayores
dosis de libertad, calidad, eficacia, eficiencia,
flexibilidad, competencia, cohesión y modernización. Y que
apueste de forma más decisiva por la innovación, la cultura
emprendedora y la internacionalización. No es una tarea
fácil, pero nunca las cosas de la Educación fueron sencillas
en España.
|