Hace ya muchos años que entrevisté
yo a Carmen Romero, mujer entonces del todopoderoso
Felipe González. Aquella entrevista me la facilitó mi
siempre recordada María del Carmen Cerdeira, entonces
delegada del Gobierno. El sitio elegido fue una sala muy
pequeña perteneciente a la sede que el partido socialista de
Ceuta tiene en la calle Daoiz.
De aquella entrevista conservo yo recuerdos imborrables. De
entre ellos, jamás podré olvidar la complicidad de ambas
mujeres para que yo pudiera sentirme a gusto con ellas. Y a
fe que me hicieron pasar un rato inolvidable. La entrevista
dio para mucho. Tanto como para que el entonces director del
medio para el cual yo escribía se negara, en un principio, a
publicarla. Debido a que el titular rezaba así: “Felipe
González, como buen torero que es, pone cuernos”.
Pero en aquella entrevista, que ustedes pueden buscar en la
hemeroteca, no conté lo mucho que yo hablé entre bastidores
con dos señoras que en aquel momento estaban en su apogeo.
Debo decir, aunque se me tache de persona finchada, que a
Carmen me la gané yo en el preciso momento en el cual le
hablé de cómo su padre se había metido en el bolsillo a los
sevillanos por su labor a favor de las personas con síndrome
de Down.
A partir de ese momento, CR no dudó en abrirme las puertas
de su intimidad y se expresó de manera que me hizo
corresponderle con el silencio de quien sabe que a veces las
personas entusiasmadas dicen cosas que son contraproducentes
para su devenir. De modo que me limité a publicar lo que a
mí me pareció que no podría hacerla sentirse molesta al día
siguiente.
No obstante, la mujer del entonces presidente del Gobierno
de España, sintiéndose segura conmigo, gracias a que María
del Carmen Cerdeira le hacía señales evidentes de que se
entregara a la causa, principió a preguntarme por la vida en
esta ciudad y de qué manera quienes escribíamos en
periódicos podíamos opinar en sitio donde ocurrían pocas
cosas.
Y le respondí que imaginando… Y ella, Carmen Romero, tan
amante de la literatura, me contestó que aliarse con la loca
de la casa era tarea compleja en una ciudad pequeña.
Compleja y peligrosa. Aunque no tuvo el menor inconveniente
en celebrar mi disposición a contar cosas distintas en un
sitio donde todos los días se escribía nada más que de
cuanto sucedía en los centros oficiales. Que era casi
siempre lo mismo.
La loca de la casa, por si ustedes no se han percatado aún,
es la imaginación. La necesitada por quienes escriben para
hacer la columna diaria. Regada con mala leche y escrita de
modo que sea capaz de avergonzar a quienes redactaron la
sentencia que ha declarado inocente a Camps.
Válgame lo dicho, amén de homenaje a las dos Cármenes, la
señora Romero y la señora Cerdeira, para recordarles a
cuantos escriben en periódicos que, cada vez más, están
cayendo en la tentación de no imaginar. De no darle
participación a la loca de la casa en sus artículos. Lo
cual, en una ciudad pequeña, en la que, salvo excepción,
siempre sucede lo mismo, no deja de ser un canto a la
monotonía. Y una manera cansina de entender la vida. Y,
claro, llega un momento en el cual los lectores se aburren.
Porque se saben de memoria lo que se les va a contar. Y es
que los políticos tratan de impedir que la gente se meta en
lo que sí le importa.
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