El jueves 26 de enero de 2012 reapareció en las librerías de
Alemania, con la honrosa excepción del estado de Baviera, el
libro Mein Kampf. Obra en la que su autor anunciaba 9 años
antes la pesadilla que hoy conmemoramos.
La grandeza de las sociedades abiertas estriba en ser
tolerantes con lo que más nos repele. La virtud de la
democracia radica en saber convivir con el mal, que siempre
está presente, y a la vez tener la capacidad de contener los
monstruos que pueden desatar los sueños de la sinrazón. La
basura que habitaba en la mente de un hombre cuyas ideas
enfermas, sorprendentemente, prendieron en un pueblo culto
como el alemán, propugnaba una identidad uniforme negando la
vida a quienes no se ajustasen a esa uniformidad.
Pero si el Holocausto pudiese ser conmemorado por una
moneda, ésta tendría 2 caras opuestas: De un lado estaría
representado el exterminio industrial de 6 millones de
personas, y, del otro, el heroísmo de los que, no siendo
judíos, arriesgaron sus vidas, la de sus seres queridos, y
todas sus pertenencias para salvar la vida de los judíos
condenados a muerte por el régimen nazi. Y en esta cara de
la moneda, un numeroso grupo de españoles. Aquí y ahora,
sean mis palabras un homenaje a todos ellos, y me gustaría
que sonaran como un canto a la alegría.
Eduardo Propper de Callejón, primer secretario de la
embajada de España en París.
Miguel Angel Muguiro, encargado de negocios de España en
Budapest, antes de la llegada de Sanz Briz.
Julio Palencia, ministro plenipotenciario de la legación
española en Sofía, llamado despectivamente entre los
alemanes “el amigo de los judíos”.
José de Rojas y Moreno, funcionario de la embajada de España
en Bucarest, tuvo la idea de colocar a la entrada de 300
casas de familias judías, carteles con la leyenda “aquí vive
un español”.
Bernardo Rolland de Miota. Cónsul general en París, se
enfrentó en algunas ocasiones al embajador pro-nazi, Jose
Felix de Lejerica. Por su medio se logró trasladar a 2000
judios al Marruecos español, 14 de ellos rescatados del
campo de concentración de Drancy.
Sebastian Romero Radigales. Consul general de España en
Atenas. Interfirió en las deportaciones de cientos de judíos
de Salónica, provocando no pocos conflictos diplomáticos con
el gobierno alemán.
El Dr. José Ruiz Santaella y su esposa Carmen. Agregado de
la embajada de España en Alemania.
Giorgio Perlasca “Jorge”. Italiano militar, es hecho
prisionero en Budapest por hacer pública su fidelidad al
monarca Victor Manuel III. Aprovechando un permiso médico,
se refugia y pide asilo en la embajada de España, país donde
había corrido no pocas aventuras juveniles. De repente,
Giorgio pasa a llamarse “Jorge”. Colaboró con Sanz Briz en
el rescate de judíos, y, cuando éste se vio obligado a
abandonar la legación, se fabrica un papel con membrete
oficial y se autonombra “Embajador de España”. Con este
documento consiguió poner bajo su custodia a miles de
judíos.
Angel Sanz Briz. Encargado de negocios de la embajada de
España en Budapest. Consiguió de Adolf Eishmann permiso para
emitir 200 documentos para judíos sefardíes. Las 200
unidades las convirtió en 200 familias, y estas 200 familias
se multiplicaron indefinidamente merced al simple
procedimiento de no expedir documento o pasaporte alguno con
un número superior a 200. Con esta simple treta, logró
burlar a los paladines de los que se autoproclamaban “raza
superior”, y que fueron engañados por un digno sucesor del
españolísimo Lazarillo de Tormes. Dando más valor si cabe a
la gesta de Sanz Briz, hay que resaltar que solo una minoría
de los 5.200 judíos salvados por él era de origen español.
La gesta de tantos paisanos nuestros nos devuelve la fe en
el ser humano.
Recordarlos nos produce una singular emoción pues su coraje
y digno comportamiento en aquellos años negros para el mundo
son un faro de esperanza cuando las fuerzan amenazan con
abandonarnos. Algunos ya han sido reconocidos con la máxima
distinción del estado de Israel, con el nombramiento de
“Justos entre las Naciones”. Otros están en período de
investigación, y a no tardar, su recuerdo eterno perdurará,
al igual que el de tantos otros, en el Museo del Holocausto,
y en el correspondiente árbol que, con su nombre, será
plantado en el bosque colindante en la colina llamada Yad
Vashem, que, en nuestro idioma español, significa “la mano
de D’ios”.
|