Cuando yo iba a los plenos, que
habían terminado por ser soporíferos, recuerdo que había una
periodista sentada a mi vera que un día se durmió. De
pronto, nada más abrir lo ojos tan preocupada como
malhumorada un poco por haberse dormido estando de servicio,
comenzó a pedirme disculpas. Amén de decirme que nunca antes
le había ocurrido tal cosa. Pero que la noche anterior…
Entre bromas y veras la consolé diciéndole que yo también
había dado mis cabezadas correspondientes y, como yo,
algunos más de los presentes en la sala. Aquella muchacha de
mejillas carnosas y grandes pechos jóvenes, aún no repuesta
del malestar de haberse despertado de un respingo y
sobresaltada por culpa de una voz disonante de un político
grotesco, lo primero que quería saber es si había roncado. Y
le dije que no. Que su sueño había sido de una placidez
insonora.
La muchacha, que era una magnífica profesional, acudió al
redactor jefe para decirle lo que le había ocurrido, antes
de que éste fuera enterado del asunto por terceras personas.
Y el redactor jefe, que era muy buena persona, la
tranquilizó diciéndole que él también había sido víctima de
ese sopor varias veces, en el mismo sitio y casi a la misma
hora.
A pesar de las palabras tan alentadoras del compañero, la
muchacha de las mejillas carnosas y grandes pechos jóvenes,
andaba temerosa de que le volviera a ocurrir lo mismo en el
siguiente pleno. Y, por tal motivo, llegó a pedir si era
posible que la sustituyera otro compañero. Mas el director
se opuso alegando que la prosa de ella era la más indicada
para contar cuanto pudiera acontecer en una reunión
ordinaria de concejales.
Aquella muchacha, fresca y vigorosa, hizo amistad conmigo. Y
a partir de entonces decidimos que ambos iríamos a las
sesiones plenarias juntos. Y que nos sentaríamos en sillones
contiguos. Y que, ante el menor bostezo de uno, el otro le
hincaría el codo en el costado con fuerza suficiente para
que no se entregara en los brazos de Morfeo. Esa expresión
tan cursi que todavía se oía en aquellos tiempos a los que
me estoy refiriendo.
Eran tiempos donde ya se habían acabado las trifulcas. Y en
los que los policías locales de servicio no tenían ya que
intervenir para desalojar a nadie. Ni tampoco les daban
soponcios a los concejales. Una vez, le conté yo a la
muchacha lozana, le dio un jamacuco a una señora y se cayó
redonda, desmayada. Y se armó la tremolina. Unos corrían
hacia un lado, otros hacia otro, algunos gritaban la
presencia de un médico y a mí me vino muy bien para narrar
tales peripecias.
Ahora me explico, me dijo ella, por qué tú bostezas ahora
continuamente y yo, que ya me he dormido una vez, tengo la
certeza de que si tú no estuvieras para impedirlo,
seguramente volvería a dar cabezadas hasta llegar a perder
la noción del tiempo. La noción del tiempo la perdimos los
dos en un pleno.
A partir de entonces, yo decidí no volver a cubrir ninguna
sesión plenaria. Por mor del aburrimiento. La última vez que
estuve, ya en tiempos actuales, no ronqué de milagro. De
haber estado el lunes en la sala mi dormitar lo habría
quebrantado esa denuncia de Carracao sobre la
colocación del hermano de Doncel como engrasador. Qué
jartible es el tío.
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