Hace ya muchos años, pero muchos,
hubo alguien que me habló así: No tener mala conciencia
equivale a integrar la propia sombra. De modo que no rechazo
ni me avergüenzo de ninguna de mis zonas oscuras. No me
identifico con ninguna parcela ideal de mí mismo; me
identifico con mi ambigüedad y mi ambivalencia. Hace ya
mucho tiempo que no creo en “santos varones”.
De seguir viviendo aquella persona, siempre atenta a darme
consejos que pudieran ayudarme a hacer más llevaderos los
problemas que suelen acarrear el estar al frente de un grupo
de hombres, en este caso profesionales de un deporte
considerado el más atractivo y apasionante de todos los
deportes, seguramente sería un defensor acérrimo de José
Mourinho.
Y lo sería, sin duda alguna, porque él solía decir que todo
hombre es sincero a solas, en cuanto aparece una segunda
persona empieza la hipocresía. Que es lo que suelen hacer
casi todos los entrenadores cuando les toca sentarse ante
los periodistas. Así que las conferencias de prensa, antes o
después de los partidos, propician fingimientos. Lo cual no
sucede con el técnico portugués.
El técnico portugués, además, debe estar al tanto de lo que
dijera Nietzsche: “Es una hipocresía muy noble no
hablar de sí mismo”. Así, en cuanto le provocan, sale
aireando los muchos títulos que ha conseguido en equipos
distintos y en países diferentes. Lo cual pone de los
nervios a quienes aprecian más las declaraciones simuladas.
Cuando debieran darse cuenta de que es preferible toparse
con una legión de fanfarrones que con un solo hipócrita.
Dado que no hay nada tan perverso como la hipocresía.
Lo que está ocurriendo en el Madrid se veía venir. Y quienes
me leen, o han tenido la oportunidad de charlar conmigo al
respecto, saben que he venido diciendo cómo Mourinho es
consciente de que Casillas no es trigo limpio. A
quien alguien, en vez de recomendarle que mejore sus
deficiencias, no cesa de arrullarle que pronto estará en
fama por encima de Di Stéfano. Menuda herejía.
Casillas y Ramos vienen besándose, desde hace tiempo,
antes de comenzar los partidos: plagio de aquella escena tan
enternecedora que nos regalaba Leblanc besándole la
calva a Fabien Barthez, compañero y portero de la
selección francesa en su época dorada. Con ese beso quieren
significar que la suerte del Madrid esta en sus manos. Más
bien en sus labios. Y encima acaparan la atención de las
cámaras. Y cuando Mourinho le recuerda al portero que no es
bueno fallar tanto en las salidas y a Sergio le achaca
incumplimiento de marcaje a Puyol, en el saque de
esquina fatídico, ambos cuentan a ‘Marca’ lo que les viene
en gana. A malmeter con Mourinho. Con la participación de
Alonso y Arbeloa.
Mourinho es un profesional llegado al Madrid para acabar con
la sequía de títulos, cuando existe el mejor Barcelona de la
historia. Y, de momento, ha ganado uno; va el primero en la
Liga y puede hacer grandes cosas en la Champions Ligue. Pero
hay una quinta columna, sustentada por las maniobras de
Valdano –enfermo de celotipia inquisitorial hacia
Mourinho-, con el fin de desestabilizar el vestuario.
Casillas y Ramos y Alonso han caído en sus redes. Ojalá que
Mourinho siga en sus trece. Y si hay éxito, que lo habrá,
que continúe al frente de un club que andaba necesitado de
alguien capaz de imponerse a niñatos. De lo contrario, mucho
me temo que los madridistas seguiremos penando derrotas.
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