Aquellos que no pueden recordar el
pasado están condenados a repetirlo. Es saludable evocarlo y
reflexionar sobre ello. Millones de niños judíos perecieron
en el Holocausto, víctimas de la persecución de los nazis y
sus seguidores. En estos momentos hay demasiados escándalos
e injusticias, demasiada corrupción y codicia, demasiado
desprecio y mentira, excesiva violencia que lleva a la
miseria y a la muerte. Los actuales líderes políticos y
económicos debieran deliberar mucho más sobre el estado de
derecho que, a mi juicio, es fundamental en la prevención de
conflictos. En todo caso, ningún poder tiene derecho a
privar a su ciudadanía de la esperanza, que es hablar del
porvenir. Ciertamente, el futuro enlaza con el pasado y el
presente. Por consiguiente, conocer nuestra historia con sus
errores y sus logros positivos, como vivir el momento
actual, nos ayuda a ver las cosas de otra manera.
El recuerdo del Holocausto (27 de enero de 2012) nos enseña
que todos fueron víctimas de una ideología inspirada por el
odio que los calificó como “inferiores”. La hambruna en
varias zonas de Somalia y otros pueblos de diversos
continentes, nos llama hoy a los seres humanos a no olvidar
la situación de miseria con la que conviven personas, que
pudiera ser yo mismo. El que Noruega acoja a niños
refugiados que huyeron de Libia es una lección de asistencia
humanitaria, que pone voz a relatos tremendos. Hoy, al
recordar a los que perdieron su vida en las inútiles
guerras, hay que seguir haciendo llamadas a todas las
naciones para que protejan el estado de derecho, a los
ciudadanos más vulnerables, independientemente de su color
de piel, genero, creencia religiosa o raza. Toda persona
sensata comprende la necesidad de promover un clima de paz y
entendimientos entre las diferentes culturas y religiones.
La agresividad es una forma de relación bastante arcaica,
que en los últimos tiempos ha tomado posiciones ventajosas.
¿Donde están, en consecuencia, los avances humanos? Vivimos
en la era del griterío. Se habla a gritos. Se amenaza por
costumbre. Intimidaciones a la persona, a la sociedad, a la
familia, a la nación...; tienen siempre su origen en nuestra
debilidad humana. Decía Montesquieu que “una injusticia
hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad”.
Por desgracia, nos desbordan las sinrazones, que ayer
también fueron ejercidas contra los desdichados, y que hoy
recordamos para no tropezar en la misma piedra. El mundo,
por otra parte, tiene que prestar mucha más atención al
mundo juvenil, ha de saber escucharlo y valorarlo. Educar a
los jóvenes en la justicia y la paz es una tarea que atañe a
cada generación. Las tragedias de las dos grandes guerras
mundiales, que recordaremos por siempre, nos invitan a ser
cada vez más conscientes de la necedad de las contiendas.
El holocausto es, sin duda, una herramienta de aprendizaje
acerca de la importancia de proteger el estado de derecho de
los países. Según el informe del año 2004 elaborado por el
Instituto de Investigación de Stanford, “la educación sobre
el holocausto no es sólo un emprendimiento académico sino la
mejor manera de vacunar a la humanidad contra futuros
genocidios”. A mi manera de ver, estimo que es bueno
recordar estas tragedias inhumanas, para que no se vuelvan a
producir. Por esta lección del pasado, de la que tenemos que
tomar buena nota, sabemos que no es bueno rearmarse, como
tampoco lo es violentar los derechos fundamentales de las
personas y de los pueblos, el no seguir las reglas
internacionales de Naciones Unidas pueden conducir a la
ruina de la humanidad.
La victoria del estado de derecho sigue siendo la mejor
garantía de respeto a la ciudadanía. La caída de los valores
democráticos, que ha favorecido los errores de ayer, debe
ponernos vigilantes sobre el modo en el que hoy la
convivencia es anunciada y vivida. Precisamente, el
Secretario General de la ONU, acaba de pedir al consejo de
seguridad un mayor compromiso para impartir justicia en las
zonas de conflicto y postconflicto. Ahora bien, la pregunta
me surge de inmediato: ¿cómo transmitir esta justicia?.
Tiene que ser una justicia extensiva para toda la humanidad,
nadie puede quedar excluido, de lo contrario será un
injusticia más. ¿Y cómo luchar por esa justicia, más allá de
las palabras de la ley?.Quizás defendiendo la vida de cada
uno y de la de todos, y abrazando la verdad como si fuese el
pan de cada día. Por eso, quizás por eso, tengamos que
rechazar como ha dicho Ban “todos los pedidos de amnistía
por genocidio, crímenes de guerra, crímenes contra la
humanidad y graves violaciones a los derechos humanos y las
leyes internacionales”. Desde luego la necesidad de la
justicia se pone especialmente de manifiesto cuando es
preciso abordar las consecuencias de las atrocidades
cometidas durante el periodo de conflicto. En vista de lo
cual, sólo puede crearse un entorno de seguridad y paz
duradera con una justicia fuerte que debe ser independiente,
transparente, representativa e imparcial.
En suma, recordemos hoy y por siempre, que una justicia que
llega tarde no es justicia. De ahí la necesidad de trabajar
para restablecer y fortalecer los sistemas judicial y legal
en los países que se recuperan de una guerra. El respeto de
los derechos y deberes son esenciales para aprovechar
plenamente el potencial humano de las naciones y los
pueblos. Si fracasamos en conciliar la justicia con la vida,
fracasaremos socialmente en todo. Al fin y al cabo, conviene
también recordar que la justicia se defiende con la razón y
nunca con las armas. Es fundamental, pues, seguir creando
condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y
el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de
otras fuentes del derecho internacional. Si en verdad
queremos un mundo de paz, hay que poner decididamente la
inteligencia al servicio del estado de derecho, porque las
buenas costumbres, y no la fuerza, son el verdadero camino
y, el ejercicio de la justicia, el caminante de la libertad.
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