PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura
Melilla

Opinión
Archivo
Especiales  

 

 

OPINIÓN - DOMINGO, 22 DE ENERO DE 2012

 
OPINIÓN

Miscelánea semanal

Por Manuel de la Torre


LUNES 16.


Hoy me he enterado de la muerte de Hussein Abdelah Abselam “Sahabito”. Con quien solía pegar la hebra cada vez que nos veíamos. La última vez fue hace muy pocos días. Y me recordó que hacía ya un tiempo que yo no iba a su restaurante: “Mirador Isabel”. Del que siempre le celebraba esa inconmensurable vista que ofrece del Estrecho. Aunque celebrarle esa cualidad del local se había convertido ya en una costumbre generalizada. Y hasta le prometí que no tardando mucho estaría allí con unos amigos. Sahabito estaba alegre, como siempre; y como siempre sacó a relucir su tan cacareada afabilidad. Toda muerte sorprende. Máxime cuando el fallecido es persona cercana. Pero ésta, cuando el amigo parecía estar en sazón, lo ha sido más. Hussein Abdelak Abselam se ha distinguido no sólo por ser un eficiente empresario de hostelería, sino como militante del Partido Popular. Y, por encima de todo, como hombre con quien daba gusto intercambiar impresiones. Me sumo al dolor de los suyos.

Martes. 17


Del fallecimiento de Manuel Fraga se ha venido hablando con insistencia. Lo cual no deja de ser lógico. Pues ha sido figura muy destacada de la política. En la hora de la muerte, las alabanzas a quien deja existir son más que las críticas negativas. No cabe la menor duda de que existe un respeto enorme por quienes abandonan un mundo donde cada día hay que reinventarse de nuevo para poder soportarlo. Fraga ha muerto a la edad de 89 años, que ya son años; y creo que se le puede adjudicar la siguiente cita: “Se puede morir tranquilo si uno ha cumplido su vocación”. No obstante, entre tantas alabanzas me parece que cabe airear lo que pensaba de él alguien que, antes de morir, seguía sin comulgar con la forma de ser de don Manuel. Decía así: “Manuel Fraga. Desde una egolatría insoportable, quería aparentar que era un devoto demócrata. Para mis adentros me guardaba el día que, a través de un buen amigo, alto funcionario de aquel Ministerio de la Gobernación, el señor Fraga me devolvió el pasaporte –siete años sin él-, rogando a mi interlocutor: “Dígale al señor Labordeta que no se junte con los de ETA”. Siempre supuse que mi apellido le hacía ver algo con lo que nunca tuve ni el más remoto contacto. Por si acaso, y con su poca fe en el camino por el que España empezaba a caminar, mi pasaporte sólo era válido por un año. Cuando le oía hablar, no lo escuchaba. Había historias en su vida que a uno nunca le habían gustado. La única ventaja de aquella velada era que, como se le entendía poco, casi nadie seguía su conversación y eran más monólogos que otra cosa. Así se refería a Fraga, en su día, José Antonio Labordeta. También fallecido.

Miércoles. 18

Llegué a mi casa, tras haber comido con unos conocidos cuyo comportamiento, en un momento dado de la larga sobremesa, quiero calificar de inadecuado, de indebido y hasta de incorrecto. Y todo por mor de que me negué a opinar de Baltasar Garzón como si éste hubiera cometido crímenes de guerra. Menos mal que no me dio por comparar los ditirambos recibidos por Manuel Fraga Iribarne, en su hora final, sin haber reconocido en vida lo que todos sabemos, con los denuestos que viene recibiendo un juez que puso sus bemoles por delante para combatir a los terroristas. A pesar de ese mal rato, nunca deseable, me hice a la idea de llegar con buen son a la hora de sentarme ante el televisor, para ver el Madrid-Barcelona. Partido que en la previa propició que se hablara, por encima de todo, de la alineación que había anunciado Mourinho. Lo extraño es que los periodistas no supieran que Hamit Altintop, que ha jugado en el Bayern Munich, lo había hecho ya muchas veces como lateral en el lado derecho. Y muy bien, por cierto. Luego, al margen de otros errores, volvió a ocurrir lo de siempre: en cuanto Lass fue sustituido, que se ha convertido en costumbre, su equipo perdió, definitivamente, cualquier posibilidad de compartir el medio campo -zona vital- con el conjunto azulgrana. En rigor, Xavi Alonso debe tener bula para jugar mal y, sin embargo, permanecer en el césped. Los balones por alto, con un portero que está siempre amarrado a los postes, y que saca de puerta horriblemente, son un tormento para el Madrid. Tendré días mejores. Seguro que sí.

Jueves. 19


Paseo con un conocido cordobés por la calle Jáudenes -sí, esa calle a la que los bares de copas que hay en ella le han dado tanta vida-, cuando me pasa su teléfono portátil para que oiga a alguien que quiere hablar conmigo después de muchos años sin vernos y tampoco sin hablar. Es decir, que la última vez que cruzamos unas palabras fue hace veintitantos años. Se trata de Mariano Mansilla Cuevas. Futbolista que fue del equipo de aficionados del Real Madrid, Mallorca, Real Unión, Recreativo de Huelva, Xerez Deportivo, Albacete y Córdoba. A Mariano lo tuve yo como jugador cuando acababa de cumplir 19 años. Y procedía del equipo amateur del Madrid. Le recuerdo jugando un partido sensacional en el viejo Zorrilla de Valladolid. Frente a un equipo que entrenaba el alemán Rudi Gutendorf y que contaba con jugadores como Landáburu, Amarillo, Docal, Martínez, Álvarez… Fue aquel un partido épico donde Mansilla jugó una segunda parte de clamor. Cuando se le recuerdo, va y me dice que suele hablar de mí para contar que mi dureza como entrenador era casi inaguantable. Pero que a él le sirvió para poder hacer una carrera futbolística de la que se siente orgulloso. Mariano Mansilla me dice que se dedica a representar jugadores. Y me anuncia que muy pronto vendrá a Ceuta para que yo haga de cicerone de una ciudad de la que le han contado que ha mejorado una enormidad. Que está preciosa, vamos. Invitado queda Mariano Mansilla Cuevas.

Viernes. 20


Me llama un amigo de los poco que conservo. Más bien de los pocos que siguen mereciéndose semejante calificativo. Vive en Cádiz. Y hubo una época en la cual me tomó el número cambiado y anduvo largando contra mí. Llegado un momento, él dice que por azar, en el cual yo no creo, se percató de que estaba equivocado. Y su conversión lo convirtió en alguien que me ha demostrado con el paso del tiempo que es de mucho fiar. Suele telefonearme muy a menudo porque le va la cháchara. En esta ocasión, lo hace para decirme que llegará mañana para ver el partido que su Cádiz juega en el Murube. Y que le gustaría muchísimo verlo conmigo. Y le digo que no. Que ni siquiera su presencia en esta ciudad me hará cambiar de decisión. Que es la de no ir al fútbol esta temporada. Cuando me pregunta por la razón, no tengo el menor inconveniente en decirle que si voy al campo, y además rascándome el bolsillo siempre que he ido, tengo todo el derecho del mundo a opinar libremente. Y en vista de que a mí me está vedado mi parecer futbolístico, prefiero quedarme sentado en la salita de estar de mi casa ante el televisor. O bien leyendo una buena gramática para no caer en la tentación de llamar ‘entreno’ a los entrenamientos. Decía Ruano, y aquí viene al caso contártelo, “que el tonto, a la hora de acostarse y quedarse solo consigo mismo, no se plantea que es tonto, duda tremenda que acompaña al inteligente hasta la muerte”. Pues eso… Mi amigo, gaditano él de pura cepa, respondió que genio y figura…

Sábado. 21


Hallo a Manolo Gómez Hoyo en la plaza de la Constitución. Y nos ponemos a charlar mientras no dejamos de andar. Nos tropezamos con Ángel Díez Nieto y hacemos un alto en el camino. El que aprovecho para sincerarme con Díez Nieto. Luego, tras despedirnos de Ángel, Gómez Hoyo y yo continuamos hablando de cuanto se nos apetece. Y a fe que se nos apetece intercambiar impresiones de mucho calado. Manolo me pone al tanto de su jubilación. Y de cómo se siente después de tantos años trabajando en Acemsa. A partir de ese momento, decidimos pegar la hebra acerca de otros asuntos de más interés. De los que tomo nota. Son asuntos que uno acostumbra a guardar en la alacena de la memoria. Con el deseo de no tener que echar mano de ellos si las circunstancias no lo aconsejan. Ahora bien, si hay motivos para interrumpir el silencio, no tengan la menor duda de que tiraré de la manta de modo que ni siquiera pueda nadie enviarme una citación tan molesta como nunca deseada.
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto