LUNES 16.
Hoy me he enterado de la muerte de Hussein Abdelah
Abselam “Sahabito”. Con quien solía pegar la hebra cada
vez que nos veíamos. La última vez fue hace muy pocos días.
Y me recordó que hacía ya un tiempo que yo no iba a su
restaurante: “Mirador Isabel”. Del que siempre le celebraba
esa inconmensurable vista que ofrece del Estrecho. Aunque
celebrarle esa cualidad del local se había convertido ya en
una costumbre generalizada. Y hasta le prometí que no
tardando mucho estaría allí con unos amigos. Sahabito estaba
alegre, como siempre; y como siempre sacó a relucir su tan
cacareada afabilidad. Toda muerte sorprende. Máxime cuando
el fallecido es persona cercana. Pero ésta, cuando el amigo
parecía estar en sazón, lo ha sido más. Hussein Abdelak
Abselam se ha distinguido no sólo por ser un eficiente
empresario de hostelería, sino como militante del Partido
Popular. Y, por encima de todo, como hombre con quien daba
gusto intercambiar impresiones. Me sumo al dolor de los
suyos.
Martes. 17
Del fallecimiento de Manuel Fraga se ha venido
hablando con insistencia. Lo cual no deja de ser lógico.
Pues ha sido figura muy destacada de la política. En la hora
de la muerte, las alabanzas a quien deja existir son más que
las críticas negativas. No cabe la menor duda de que existe
un respeto enorme por quienes abandonan un mundo donde cada
día hay que reinventarse de nuevo para poder soportarlo.
Fraga ha muerto a la edad de 89 años, que ya son años; y
creo que se le puede adjudicar la siguiente cita: “Se puede
morir tranquilo si uno ha cumplido su vocación”. No
obstante, entre tantas alabanzas me parece que cabe airear
lo que pensaba de él alguien que, antes de morir, seguía sin
comulgar con la forma de ser de don Manuel. Decía así:
“Manuel Fraga. Desde una egolatría insoportable, quería
aparentar que era un devoto demócrata. Para mis adentros me
guardaba el día que, a través de un buen amigo, alto
funcionario de aquel Ministerio de la Gobernación, el señor
Fraga me devolvió el pasaporte –siete años sin él-, rogando
a mi interlocutor: “Dígale al señor Labordeta que no se
junte con los de ETA”. Siempre supuse que mi apellido le
hacía ver algo con lo que nunca tuve ni el más remoto
contacto. Por si acaso, y con su poca fe en el camino por el
que España empezaba a caminar, mi pasaporte sólo era válido
por un año. Cuando le oía hablar, no lo escuchaba. Había
historias en su vida que a uno nunca le habían gustado. La
única ventaja de aquella velada era que, como se le entendía
poco, casi nadie seguía su conversación y eran más monólogos
que otra cosa. Así se refería a Fraga, en su día, José
Antonio Labordeta. También fallecido.
Miércoles. 18
Llegué a mi casa, tras haber comido con unos conocidos cuyo
comportamiento, en un momento dado de la larga sobremesa,
quiero calificar de inadecuado, de indebido y hasta de
incorrecto. Y todo por mor de que me negué a opinar de
Baltasar Garzón como si éste hubiera cometido crímenes
de guerra. Menos mal que no me dio por comparar los
ditirambos recibidos por Manuel Fraga Iribarne, en su
hora final, sin haber reconocido en vida lo que todos
sabemos, con los denuestos que viene recibiendo un juez que
puso sus bemoles por delante para combatir a los
terroristas. A pesar de ese mal rato, nunca deseable, me
hice a la idea de llegar con buen son a la hora de sentarme
ante el televisor, para ver el Madrid-Barcelona. Partido que
en la previa propició que se hablara, por encima de todo, de
la alineación que había anunciado Mourinho. Lo
extraño es que los periodistas no supieran que Hamit
Altintop, que ha jugado en el Bayern Munich, lo había
hecho ya muchas veces como lateral en el lado derecho. Y muy
bien, por cierto. Luego, al margen de otros errores, volvió
a ocurrir lo de siempre: en cuanto Lass fue
sustituido, que se ha convertido en costumbre, su equipo
perdió, definitivamente, cualquier posibilidad de compartir
el medio campo -zona vital- con el conjunto azulgrana. En
rigor, Xavi Alonso debe tener bula para jugar mal y,
sin embargo, permanecer en el césped. Los balones por alto,
con un portero que está siempre amarrado a los postes, y que
saca de puerta horriblemente, son un tormento para el
Madrid. Tendré días mejores. Seguro que sí.
Jueves. 19
Paseo con un conocido cordobés por la calle Jáudenes -sí,
esa calle a la que los bares de copas que hay en ella le han
dado tanta vida-, cuando me pasa su teléfono portátil para
que oiga a alguien que quiere hablar conmigo después de
muchos años sin vernos y tampoco sin hablar. Es decir, que
la última vez que cruzamos unas palabras fue hace
veintitantos años. Se trata de Mariano Mansilla Cuevas.
Futbolista que fue del equipo de aficionados del Real
Madrid, Mallorca, Real Unión, Recreativo de Huelva, Xerez
Deportivo, Albacete y Córdoba. A Mariano lo tuve yo como
jugador cuando acababa de cumplir 19 años. Y procedía del
equipo amateur del Madrid. Le recuerdo jugando un partido
sensacional en el viejo Zorrilla de Valladolid. Frente a un
equipo que entrenaba el alemán Rudi Gutendorf y que
contaba con jugadores como Landáburu, Amarillo,
Docal, Martínez, Álvarez… Fue aquel un partido épico
donde Mansilla jugó una segunda parte de clamor. Cuando se
le recuerdo, va y me dice que suele hablar de mí para contar
que mi dureza como entrenador era casi inaguantable. Pero
que a él le sirvió para poder hacer una carrera futbolística
de la que se siente orgulloso. Mariano Mansilla me dice que
se dedica a representar jugadores. Y me anuncia que muy
pronto vendrá a Ceuta para que yo haga de cicerone de una
ciudad de la que le han contado que ha mejorado una
enormidad. Que está preciosa, vamos. Invitado queda Mariano
Mansilla Cuevas.
Viernes. 20
Me llama un amigo de los poco que conservo. Más bien de los
pocos que siguen mereciéndose semejante calificativo. Vive
en Cádiz. Y hubo una época en la cual me tomó el número
cambiado y anduvo largando contra mí. Llegado un momento, él
dice que por azar, en el cual yo no creo, se percató de que
estaba equivocado. Y su conversión lo convirtió en alguien
que me ha demostrado con el paso del tiempo que es de mucho
fiar. Suele telefonearme muy a menudo porque le va la
cháchara. En esta ocasión, lo hace para decirme que llegará
mañana para ver el partido que su Cádiz juega en el Murube.
Y que le gustaría muchísimo verlo conmigo. Y le digo que no.
Que ni siquiera su presencia en esta ciudad me hará cambiar
de decisión. Que es la de no ir al fútbol esta temporada.
Cuando me pregunta por la razón, no tengo el menor
inconveniente en decirle que si voy al campo, y además
rascándome el bolsillo siempre que he ido, tengo todo el
derecho del mundo a opinar libremente. Y en vista de que a
mí me está vedado mi parecer futbolístico, prefiero quedarme
sentado en la salita de estar de mi casa ante el televisor.
O bien leyendo una buena gramática para no caer en la
tentación de llamar ‘entreno’ a los entrenamientos. Decía
Ruano, y aquí viene al caso contártelo, “que el tonto, a la
hora de acostarse y quedarse solo consigo mismo, no se
plantea que es tonto, duda tremenda que acompaña al
inteligente hasta la muerte”. Pues eso… Mi amigo, gaditano
él de pura cepa, respondió que genio y figura…
Sábado. 21
Hallo a Manolo Gómez Hoyo en la plaza de la
Constitución. Y nos ponemos a charlar mientras no dejamos de
andar. Nos tropezamos con Ángel Díez Nieto y hacemos
un alto en el camino. El que aprovecho para sincerarme con
Díez Nieto. Luego, tras despedirnos de Ángel, Gómez Hoyo y
yo continuamos hablando de cuanto se nos apetece. Y a fe que
se nos apetece intercambiar impresiones de mucho calado.
Manolo me pone al tanto de su jubilación. Y de cómo se
siente después de tantos años trabajando en Acemsa. A partir
de ese momento, decidimos pegar la hebra acerca de otros
asuntos de más interés. De los que tomo nota. Son asuntos
que uno acostumbra a guardar en la alacena de la memoria.
Con el deseo de no tener que echar mano de ellos si las
circunstancias no lo aconsejan. Ahora bien, si hay motivos
para interrumpir el silencio, no tengan la menor duda de que
tiraré de la manta de modo que ni siquiera pueda nadie
enviarme una citación tan molesta como nunca deseada.
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