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OPINIÓN - JUEVES, 12 DE ENERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Nunca es tarde…
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando a Pedro Gordillo se le sometió a escarnio público, por unas imágenes logradas vaya a usted saber de qué manera, uno, que nada debía al que era entonces un político atiborrado de poder, tomó la decisión de poner algo de cordura ante aquella jauría humana que no cesaba de ensañarse con él.

Fueron días, aquellos, donde a cualquier persona que tuviera tan siquiera un adarme de caridad, se le hubiera ocurrido dolerse de aquella situación por la que estaba pasando el vicepresidente del Gobierno local y presidente del PP. Incluso a sabiendas de que manifestarse de manera tan cristiana cual democrática, le iba a costar críticas acerbas.

En aquellos momentos, en que Gordillo era sambenitado, y objeto de sevicia y mofa dañina, que le hicieron perder la estabilidad y le indujeron a aceptar acuerdos que nunca debió admitir, muchos de sus halagadores por sistema no sólo lo señalaron con el dedo, sino que empezaron a negarle. Y hasta los hubo que lo trataron con esa crueldad que acaba produciendo escalofríos.

Ni que decir tiene que al hombre que se le había grabado folgando, tal vez con métodos tramposos, en un escenario inadecuado, se le trató como si hubiera sido un asesino en serie. Una especie de monstruo maligno al que había que condenar en todos los sentidos. Y, sobre todo, por medio de oprobios y afrentas que le impidieran volver a recuperar su dignidad como persona durante el resto de sus días.

Esos días, es decir, tras dimitir Gordillo de todos sus cargos políticos, los que decían ser sus amigos –pocos de ellos se salvaron de cometer tamaña felonía-, fueron incapaces de ayudarle a soportar su calvario. Apenas unos pocos adeptos corrieron a situarse a su vera para prestarle ese apoyo moral tan necesario cuando los hombres estamos a un paso de abismarnos en el vacío.

Es verdad, y así hay que decirlo, que los había con enormes deseos de cumplir con algo tan hermoso como es la ayuda al caído; máxime si éste es amigo y dio pruebas palpables de magnanimidad cuando se le requirió. Pero no es menos cierto que a esos amigos de Pedro les pudo más el miedo a perder el chollo de un puesto concedido a dedo si acaso se dolían públicamente del hombre que estaba sometido a tamaña inquisición. De modo que mantuvieron un silencio que no me atrevería a calificar de cobarde. Puesto que a nadie se le debe exigir que afronte situaciones para las que les tiembla el pulso. Máxime en una época donde los héroes no están de moda.

Por ayudar a Pedro Gordillo a soportar su cruz en los primeros momentos de aquel escándalo que supuso airear sus relaciones carnales con mujer atractiva de por medio -repito, tal vez con imágenes trucadas-, me aplicaron a mí, durante meses, un correctivo que cualquier otro no hubiera podido soportar.

Pero lo que no mata engorda. Y aquí estamos leyendo, ahora, las muestras de cariño mostradas a PG, en cartas que se vienen publicando en los medios, por Ángel Díez Nieto. Nunca es tarde si la dicha es buena. Aunque, debido a la simpatía que le profeso al ex viceconsejero y a la defensa que hice de él cuando los sindicatos le zurraban de lo lindo, me tomo el atrevimiento de recordarle lo mucho que me hubiera gustado haberle leído, tan efusivas misivas, en su día. Cuando Pedro Gordillo era tachado de proscrito.
 

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