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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 11 DE ENERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Unamuno y Millán-Astray
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

En 2012 se conmemora el 75 aniversario de la muerte de Miguel de Unamuno, insigne escritor, destacado filósofo, deseoso además de ser tenido por poeta relevante, y rector de la Universidad de Salamanca.

La obra de Unamuno la empecé yo a leer cuando residía en Béjar. Pueblo salmantino, al cual llegué el primer año de la década de los sesenta y compartí amistad con varios futbolistas que eran universitarios en Salamanca.

Ciruelo y Saracibar, compañeros de equipo, son nombres que aún conservo en la memoria porque despertaron en mí el interés por la escritura de Unamuno. Cuyo epitafio en su tumba me sigue sobrecogiendo cada vez que lo leo: “Méteme, Padre Eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho de tanto bregar”.

Dice de él Pedro Sainz Rodríguez que “si por un momento aceptásemos aquella clasificación de los ingenios –creo que de Bertrand Rusell- en lógicos y mágicos, tendríamos que reconocer que don Miguel, con gran complacencia suya, pertenecería a esta segunda familia”.

Cuando especialistas de los estudios filosóficos han abordado la obra del Unamuno pensador, se han encontrado con la imposibilidad de reconstruir un sistema coherente en medio de la reiteración constante de unos cuantos temas más sentidos que pesados.

El propio Unamuno se daba perfecta cuenta de ello, y en su libro más importante desde el punto de vista filosófico (El sentimiento trágico de la vida) advierte lealmente: “No quiero engañar a nadie ni dar por filosofía lo que acaso no sea sino poesía o fantasmagoría, mitología en todo caso”. Tampoco tuvo el menor empacho en expresarse así: “Yo soy, ante todo y sobre todo, un espíritu ilógico e inconcreto. No busco ni pruebas ni precisión en nada. Y lo que hago con más gusto es la poesía”.

De esta realidad hay que partir para interpretar la obra y para apreciar la poesía de Unamuno. Nos dice, nuevamente, Sainz Rodríguez en su libro de Semblanzas. Libro en el cual pueden leerse varias cartas que Unamuno le envía al autor de Semblanzas desde Hendaya; donde estaba deportado por Primo de Rivera. En una se refiere a la justicia. “Que es para mí, como usted sabe, la libertad de la verdad y el derecho a fiscalizar y acusar, exponiéndose, ¡claro!, a lo que ello trae consigo si se acusa sin pruebas”.

Se cuenta de Unamuno que, cantando de muchacho en el coro, lanzaba un gallo adrede para distinguirse de los demás. Cierta o no esta anécdota, indica muy bien cuál fue el carácter de Unamuno durante toda su vida. Tuvo, ante todo, el afán de darse a conocer, de destacarse manteniendo a la vez libérrima su personalidad: “A mí no me clasifica nadie y menos el público”, decía.

Fue su vida una exaltación apasionada del yo y una obsesión constante de la perduración de su obra y de su persona. Una lucha constante entre la fe y la razón. De él, sin embargo, se recuerda más, desafortunadamente, aquel enfrentamiento con José Millán-Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Y del que salió ileso, según dijeron, gracias a la intervención de Carmen Polo de Franco.
 

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