Hemos convertido al mundo en un
auténtico caos. Somos esclavos del dinero. No sabemos
disfrutar de los montes y de los valles, de los manantiales
que surcan los paisajes de la vida, ni de los caminos que se
llenan de luces y palabras. Todo parte del ser humano, de su
propia identidad, de su pertenencia a sociedades diversas,
que han de converger solidarizándose unas comunidades con
otras. Siempre unidos contra ese mundo ruin que rompe lazos
y corrompe el pensamiento estético. Hemos de ser fuertes en
la reivindicación de la persona libre y responsable, y, a la
vez, hemos de ser fuente de derechos y deberes. Es preciso
mundializar la belleza con la razón, unificar ideas con la
luz del afecto como motor, pluralizar y personalizar las
artes y las ciencias. Está bien lanzar operaciones masivas
de asistencia humanitaria en regiones afectadas por inútiles
enfrentamientos; pero mejor aún será poner orden en el caos
y ver la manera de cambiar actitudes egoístas. Quizás
precisemos poner más corazón y menos hazañas, un suplemento
de alma y un complemento de espiritualidad, en un planeta de
tantos dioses que se creen inmortales.
El caos del mundo empieza por la tremenda obsesión del ser
humano que se construye a sí mismo, en solitario,
volviéndose ansioso por el poder a cualquier precio. Uno
constata hoy una falta de humanidad, de ideas compartidas,
de ideales que nos solidaricen en verdad y nos hagan fluir
acciones verdaderamente fraternas. Más allá del individuo,
que se destruye en su afán necio de ser uno y de ser Dios,
está el encanto de la estética, la conciencia solidaria, la
idea primera y primaria de que todos necesitamos de todos.
Tenemos exceso de deuda, pero no tanto económica como moral.
Los desastres morales son más tremendos que los económicos.
Es éste un mal vulgar que mata los corazones y que sólo se
restituye con el paso del tiempo y la educación en valores.
En la educación de las masas van a tener un papel primordial
las religiones. Ilustrar a la opinión pública y educarla
para que respete y aprecie los valores éticos, con tantas
fuerzas contrarias a las que parece interesarles convivir
con el caos, es bastante complicado hacerlo.
Debemos apostar por la realidad estética. Para ello, debemos
convertir la política en una estética de servicio, no de
intereses, incapaces de satisfacer el interés general. Hay
que convertir la economía en una estética de honradez. Y las
religiones en una estética de diálogo. Sin duda, los líderes
espirituales tienen hoy una labor importante que llevar a
cabo, de sembrar interrogantes y de ofrecer respuestas que
permitan el discernimiento, de despertar a la humanidad ante
el misterio de su propia existencia, de proporcionar, en
suma, reflexión en un mundo en el que apenas nos han dejado
tiempo para nosotros, es decir, para pensar en nosotros y
por nosotros mismos. Recordemos al espiritual San Agustín,
el santo que proclamó: “Ama y haz lo que quieras”; el hombre
que dijo a los cuatro vientos:” Nosotros somos los tiempos.
Seamos buenos y los tiempos serán buenos”. Cuántas veces una
palabra a tiempo nos libra de tantos males. Debiéramos saber
que ser admirado es nada, que tener poder es nada; sin
embargo, ser amado lo es todo en esta simpleza de caos que
nos invade.
Son los pequeños pasos por la estética los que nos muestran
y demuestran que el camino se hace al andar y que la
motivación del camino ha de ser el bien colectivo. El
conocimiento estético implica emoción, pero también
serenidad en el disfrute de las cosas que nos rodean. La
belleza, precisamente, surge del encuentro del ser humano
con el espíritu original, con la autenticidad de la imagen
de la humanidad en su conjunto. Nadie es una copia de nadie.
Todas las personas somos piezas únicas, somos la expresión
estética de la vida. Práctica por la que hemos de
desvivirnos para sí y práctica que hemos de dejar vivir.
Pues bien, en el plano de la experiencia estética es
necesario pensar en la necesidad de crear un clima favorable
a la pureza. Realmente, solemos admirar el ingenio, la
lucidez de las persona, cuando lo que más debiera
asombrarnos son sus bondades. Como solía decir el poeta y
dramaturgo alemán Friedrich Schiller, “haciendo el bien
nutrimos la planta divina de la humanidad; formando la
belleza, esparcimos las semillas de lo divino”. Y la belleza
es todo. Platón mismo lo dijo: “la belleza, en el mundo, es
la cosa suprema”. Ella por si mismo se alumbra, es la luz
que mueve y conmueve al cosmos.
Todo lo que no es estético no puede ser verdad y alienta la
simpleza del caos, del desorden y desconcierto. Los tiempos
actuales son tiempos desconcertantes, puesto que no generan
verdadera libertad, sino inestabilidad y un cierto
conformismo con las modas del momento. El desconcierto de
tantas mujeres y niños maltratados por la pobreza, por la
economía, por el poder y la toma de decisiones. ¿Dónde está
el adelanto de la mujer y el avance pacifista en la
educación de los niños?. Desconcierto por las perspectivas
económicas, los modelos económicos, los recursos. ¿Dónde
está el desarrollo social en la erradicación de la pobreza?
El desbarajuste es de tal magnitud que impide a la estética
desarrollarse en medio de un mundo bárbaro y hostil. Lo
admirable es que surjan personas dispuestas a luchar por la
veracidad, que por mucho que la eclipsemos jamás lograremos
extinguirla. La estética de la verdad es lo que es, aunque
se especule con el infortunio. Sin embargo, la simpleza del
caos, guárdatela para ti, que no hay mayor falsedad que la
realidad mal concebida.
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