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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 4 DE ENERO DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Cohetes y petardos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Quien escribe no escoge sus temas, son los temas quienes le escogen. Es lo que me ocurre a mí con las fiestas navideñas, cuando ya están a punto de ser historia de un tiempo donde los sinvergüenzas han dado en la manía de hablar de ética a la par que los pobres van aumentando sin cesar. Los sinvergüenzas, que no son pocos y que enciman manejan a los políticos, hablan de hacer un programa contra la pobreza, cuando debieran de hacerlo contra los ricos.

A lo que iba, al asunto de las fiestas navideñas. Las que estoy pasando, como todos los años, desde hace ya la tira de ellos, haciendo lo de siempre: es decir, llevando una vida acorde con mis gustos y deberes. Para el catolicismo la Navidad no sólo es un día de fiesta, sino una temporada de fiestas. La cual, a ciertas edades, supone una carga pesada si no se sabe darle un regate a los excesos.

Durante los días pasados, he recibido llamadas de personas que han querido felicitarme las fiestas y que han aprovechado el teléfono para preguntarme de qué modo las iba a vivir. Y a todas ellas les dije lo mismo: procuraré cenar a la misma hora de siempre e irme a la cama como de costumbre. Vamos, que a las once de la noche, salvo excepción por entretenimiento o contratiempo, yo estaré metido ya en la piltra. Dormido, además, como un lirón.

Pero el hombre propone y… las nuevas tradiciones disponen. Pues no contaba yo, ni por asomo, que la moda de tirar cohetes se haya impuesto en una España donde, precisamente, no está la cosa para permitirse esas licencias. El primer cohete de la noche del día 24 del mes recientemente pasado, sonó en mi dormitorio como una bomba. Y a partir de ese instante, y hasta el toque del alba, mi barrio parecía una fiesta fallera. ¡Qué horror!

Salí al balcón, sobresaltado, mientras se oían ladridos y lamentos de animales por doquier, asustados de los petardazos que no cesaban. Los enfermos, que los había y que los sigue habiendo, se revolvían inquietos en el lecho del dolor. Pero a los amantes de la pirotecnia les daba igual. Era Nochebuena y había que hacerse notar con ruidos estruendosos. Cuán lejos quedaban ya las panderetas, las matracas y las botellas de anís del Mono para servir de compás a los villancicos.

Pasada la Nochebuena, y tras pasar la noche in albis, debido a los rellenos de explosivos que provocan detonaciones y que según su potencia pone a la gente al borde un ataque de nervios, creí que todo había acabado. Que, al fin, íbamos a poder dormir. Pero que si quieres arroz, Catalina. En la noche de Navidad se multiplicaron las detonaciones de cohetes y petardos.

Y, claro, decidí salir a la calle para saber lo que estaba ocurriendo. Y pude ver a jóvenes ocupando espacios de calles poco iluminadas y prestos a cada paso a hacer uso y abuso de cohetes y petardos. Ejercicio que iba acompañado de esa satisfacción que produce saber que se está atentando contra las normas cívicas. Pero pronto caí en la cuenta de que también los cohetes se lanzaban desde azoteas ocupadas por adultos que disfrutaban de la pirotecnia en compañía de sus hijos.

Hoy, martes, cuando escribo, me dicen que en la plaza de los Reyes ocurría lo mismo que en Zurrón, en Villajovita y en otros muchos barrios. Ante la mirada complaciente de las autoridades.
 

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