He decidido apuntar en mi libreta
de los hechos importantes, la toma de posesión de
Francisco Antonio González Pérez como delegado del
Gobierno, un dos de enero del año 2012. Que para él será una
bendición. Por ser el día en el cual se vieron culminados si
no todos sus deseos políticos, pues quizá habría soñado con
ser ministro alguna vez, al menos gran parte de ellos. Ya
que ser delegado del Gobierno no es moco de pavo.
Para Pacoantonio, repito, habrá sido una bendición el
haberse sentido el centro de atención, en este lunes de
enero, de una ciudad en la cual lleva más de tres décadas
viviendo; mientras los demás mortales, es decir, los menos
favorecidos por la suerte, nos vemos precisados a invocar al
santo de turno para que las medidas de recortes adoptadas
por el Gobierno nos permitan seguir comiendo asiduamente. De
momento, el ministro Montoro no ha dudado en meternos
el miedo en el cuerpo, una vez más, anunciando que el jueves
habrá nuevas medidas contra el déficit. Que Dios nos coja
confesados.
El discurso del nuevo delegado del Gobierno, que he oído por
ahí y leído en alguna parte, ha sido el esperado. Ha dicho,
fundamentalmente, que goza de los mejores deseos y que llega
al cargo dispuesto a darlo todo por esta tierra. Y, además,
se ha comprometido, como han hecho todos sus antecesores en
el edificio de la plaza de los Reyes, a tener las puertas de
la Delegación abiertas para todos los ciudadanos, al margen
de ideas políticas, credos o posiciones.
Y, rápidamente, me he acordado de aquel subdelegado del
Gobierno, llamado Fernando Marín López, a quien le oí
quejarse amargamente de cómo la gente se creía a pie
juntillas frase tan manida; o sea, la de que podían acceder
al delegado cuando quisieran. Y pronto descubrió que el
despacho se le llenaba cada día de personas interesadas en
convencerle, con sutilezas y por medio de influencias de
ciertas amistades, de que intercediera en beneficio de
ellas. Hablaba Marín López que un día se percató de que por
su despacho pasaban chalanes dispuestos a todo. Y, cuando
decidió cortar de raíz semejante descaro, lo pusieron a
parir y le hicieron la vida imposible.
En fin, que, aunque creo que sobra el ejemplo a fin de que
el nuevo delegado del Gobierno sepa de qué va la cosa,
porque es un hombre avezado en política, he creído
conveniente recordarle que él menos que nadie debe ofrecer
su despacho cual si fuera un lugar de peregrinación.
Lo que si me ha extrañado es que la pareja de moda, la
formada por Juan Luis Aróstegui, cual líder de la
coalición ‘Caballas’, y su segundo, Mohamed Alí, haya
asistido al acto de la toma de posesión. Aunque no sé si el
líder habrá ido vestido de traje y corbata. Como mandan los
cánones de la buena educación. Ya que la corbata es signo de
autoridad y no de señoritismo. Y, desde luego, he echado de
menos la presencia de Gustavo Manuel de Arístegui y
San Román –político, diplomático, y gran amigo de
González Pérez- en un momento tan deseado y tantas veces
soñado por Pacoantonio. Pero todo no se puede tener. Ojalá
que el nuevo delegado del Gobierno tenga la fortuna de
actuar sin herir susceptibilidades. Ni despertar envidias
locales, que son las peores, en una ciudad donde sentirse
vivo exige muchos sacrificios.
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