La apuesta del Sr. Rajoy al frente
de la fusión de Educación, Cultura y Deportes es clara: un
hombre inteligente, rápido, con peso político y muy
experimentado. José Ignacio Vert y Ortega (Madrid 1950) ha
sido profesor en las Universidades Autónoma y Complutense,
donde se licenció en Derecho con premio extraordinario.
Máster en Sociología Política, dirigió demoscopia y sigue
siendo uno de los más finos analistas electorales.
En cuanto a su perfil político, es un “democristiano
volteriano” bregado en grandes batallas junto a miembros de
la vieja guardia, pues militó en UCD desde 1982 y fue
concejal y diputado por el PDP de Oscar Alzaga. Abandonó la
política en 1987 y se incorpora al Gobierno como
independentista.
En sus primeras declaraciones, plantea la prioridad por el
orden nominal del Ministerio: “Lo más importante es
Educación, porque nos jugamos el futuro de España, los
próximos 50 años, en esta riqueza esencial. Un país vale lo
que valen los recursos de su talento educativo.
De su carácter destaca: “Soy extremadamente dialogante y voy
a ejecutar el diálogo de la Comunidad Educativa y las
Autonomías para sentar las bases de un modelo educativo que
nos acerque al éxito. No podemos olvidar que estamos a 20
puntos por debajo de nuestro objetivo en el Informe Pisa…
Es cierto que su responsabilidad triplicada, dejando al
margen Cultura y Deportes, a mi juicio, Educación, lo
comenta el nuevo ministro, debe ser prioritaria. Se ha
encontrado con problemas generalizados de movimiento de
protesta, que serán difícil de paralizar. No debemos olvidar
la imposición de los tres cursos de Bachillerato, en
detrimento del 4º curso de la ESO.
Preocupa también que, en su momento generó polémica entre
los dos partidos mayoritarios, la llamada Educación para la
Ciudadanía (EpC, que en sus primeros pasos aparecieron
libros de texto no aconsejables, imponiéndose en la mayoría
de los casos. Y conviene recordar que una de las primeras
providencias del Gobierno socialista, tras las elecciones
del 2004, fue derogar la Ley de la Educación (LOCE), que el
PP había sacado adelante en su etapa de mayoría absoluta,
que no fue un buen precedente. No sólo por lo de la mayoría
absoluta, sino porque no había habido tiempo siquiera de
poner la Ley en vigor. Y, por otro lado, no se hizo nada por
consensuar la nueva asignatura, no resultado extraño que el
PP se propusiera sabotearla y, como era de esperar, no poder
cambiarla, al no contar con los apoyos parlamentarios
necesarios, siendo los paganos, como siempre, los alumnos, a
los que los partidos políticos han convertido en rehenes de
sus desavenencias ideológicas.
El nombramiento del Sr. Wert ha sido acogido con moderado
entusiasmo entre la Comunidad Educativa. Tendrá que hacer
frente a la anunciada reforma de la ESO y del Bachillerato,
cambio de verdadero calado; un ataque a la línea de
flotación de la Ley vigente, la LOE socialista. Por eso,
aunque el Sr. Rajoy ha prometido no poner la norma pata
arriba, en la práctica, pasar de cuarto curso a tres en la
ESO y aumentar de dos a tres el Bachillerato, es
prácticamente contar con una nueva Ley, sobre todo por el
resto de cambios que arrastrará por el camino.
Tiene a su favor el Sr. Ministro que el ciclo
preuniversitario de tres años es una necesidad como tal,
planteada por gran parte de la Comunidad Educativa; los
docentes llevan años reclamándolo –eso puede ayudar- pero no
en detrimento de la ESO, el alma de la legislación educativa
socialista. Comparado con esto, el establecimiento de
contenidos mínimos comunes para todas las aulas de España
(vías reales, decretos) y la eliminación o poda de la
Educación para la Ciudadanía, son un paseo.
Pero el verdadero barrizal en el que quiere meterse el Sr.
Wert, es el cambio de sistema de gobernabilidad de las
Universidades, donde los equilibrios de poder, que se han
demostrado ineficaces y los intereses creados son muchos más
complejos que la política educativa. El Sr. Wert tiene la
perspectiva puesta en que un puñado de Universidades se
cuelen en los ranking internacionales.
La nueva situación educativa es una oportunidad histórica
para la maduración cultural de todos, superando radicalismos
fundamentalistas y laicistas. Correspondiendo, por un lado y
respetando por otro, la libertad de todos.
Hay que reclamar, de nuevo, a ver si es posible, un PACTO
Nacional por la Educación, una solución de consenso sin
injustificadas premuras, ni rigideces, y lejos de
empecinamientos, de suerte que el Estado desarrolle sus
competencias, pero que nadie se sienta violentado en su
conciencia.
El Estado goza de legitimidad y competencia en la regulación
de los contenidos que integran o hacen efectivo el derecho a
la educación. Una educación que asuma los valores
democráticos de libertad, justicia, igualdad y pluralismo
que prescribe nuestra Carta Magna. Ya lo decía Aristóteles
en la “Política”, al decir “que los que cargan toda la mano
al educar a sus hijos en los ejercicios del cuerpo y en la
preparación para la lucha, dejándolos sin lo más principal y
necesario en la educación, hacen de ellos, en realidad,
hombres plebeyos y cerriles”. Una labor que resaltarían en
la modernidad los revolucionarios franceses de 1789, como el
mismísimo Napoleón Bonaparte. Los primeros, en afirmar que
“la primera misión de un ciudadano es el estudio y la
preservación de la “República”. Y el segundo al exclamar que
“mientras no se aprenda desde la infancia si hay que ser
republicano o monárquico, el Estado no constituirá una
Nación”.
Posiblemente habrá muchos ciudadanos que no estén de acuerdo
con el nombramiento del Sr. Wert. Pero habrá que concederle
el tiempo necesario para poder evaluar su difícil misión.
Solucionar todos los problemas de nuestro Sistema Educativo
llevará tiempo. ¡Suerte!
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