El cielo está enrojecido
con una estela dorada,
van encendiéndose las luces
porque la noche llegaba.
Voy andando por las calles,
sola y ensimismada,
pensando que es Navidad
y hay felicidad en las almas.
Estas fiestas tan alegres
pero que siempre alguien falta
en un hueco que quedó
en un lugar de la casa.
A lo lejos, unas voces
de unos niños que le cantan
al niño que ha de venir
para salvar nuestras almas.
Una pandereta al viento,
luces que alegran la plaza,
la gente que van y vienen
y yo tan ensimismada.
Sucia de polvo y sudor
una mujer que amamanta
a un niño recién nacido
en un lugar de la plaza.
En una toca arropado
aquella mujer lo acuna
con el único consuelo
de los rayos de la luna.
Me acerco y le pregunto
y ella me dice angustiada
que su niño tiene frio
porque leche no le mana.
Tengo el pecho enmohecido
porque el hambre me acompaña,
hace tres días que no bebo
ni siquiera un poco de agua.
Voy vagando entre la gente
por estas calles y plazas,
unos me miran con pena
y la impotencia me abraza,
otros como una leprosa
que a ellos les contagiara
y otros ni siquiera ven
la pena que a mí me mata.
Mi niño está llorando
porque ya no me amamanta,
de mí no sale ni sangre
porque mis venas son gachas.
Tengo sudor en el cuerpo
y frio en las entrañas,
pienso que voy a morir
porque el Señor ya me llama.
Le recojo de sus brazos
aquel niño que lloraba.
-¡Ven aquí, ángel del cielo!,
¡Que tu madre está cansada!.
Aquellos ojos azules
que tiene el niño en su cara
me recuerdan al niño Dios,
siento un nudo en la garganta.
-¿Dios mío, Es Navidad…. ,
hay felicidad en las almas?-
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