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OPINIÓN - DOMINGO, 18 DE DICIEMBRE DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Mes de psicólogos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Los argentinos suelen hablar de sus visitas al psicólogo como quien va de compras. Aventurarse en ese terreno significa para ellos un derecho que les hace sentirse tan bien cual importantes. No gozar de ese privilegio es signo evidente de estar en lo más bajo del escalafón social.

Yo he conocido a argentinos que ante el menor problema lo achacaban a la falta de la persona que solía cuidar de su mente cuando se hallaban allá en su tierra. Los argentinos no tienen el menor empacho en desnudar su alma ante el psicólogo de turno. Es más, dan muestras evidente de disfrutar de ello y hasta de remedarlos.

A nosotros, en cambio, nos cuesta un mundo admitir que estamos necesitados de sentarnos frente a un psicólogo. Lo hacemos en casos extremos o por una obligación causada por cualquier contratiempo donde el dictamen del profesional del diván pueda aportarnos algún beneficio en el lío. De no ser así, procuramos eludir ese trance.

Hay psicólogos que son la caraba. El colmo de los despropósitos. Al menos si uno se deja llevar por lo que le ha contado un amigo que se vio precisado a recurrir a semejante especialista. Mi amigo se sentía abrumado por las heridas recibidas en una reyerta. Y estaba, lógicamente, apesadumbrado por la humillación.

El psicólogo le preguntó, de sopetón, por las veces que solía hacer el amor, frase cursi aunque necesaria. Y mi amigo le dijo que cuatro veces a la semana antes del incidente. Y tres después de él. El psicólogo, que trabajaba en la cosa pública, pegó un brinco y exclamó: ¡Usted miente como un bellaco! ¡De modo que así lo haré constar en el expediente…!

Nada que ver la forma de actuar de este profesional de la psicología con la de mi amigo Artemio Francini; psicólogo argentino y que lleva ya la tira de tiempo impartiendo lecciones en España. A Francini le conocí yo en Cádiz, un 22 de diciembre de 1982. Estaba sentado en un taburete de la cafetería de un hotel de la capital gaditana, con su ‘chiva’ por delante y una cara de satisfacción que invitaba a conversar con él en un mes donde la gente suele deprimirse a chorro.

Y AF, persona afable y extrovertida, no tuvo el menor inconveniente en explicarme la causa por la que en los días que preceden a las fiestas de navidad y de año nuevo, los que están solos aún se sienten más solos, porque no dejan de pensar en los demás colmados por el calor de la familia, rodeados por los seres queridos. Por esta razón, en el período que antecede a las navidades, en cualquier estudio psiquiátrico o psicoterapéutico aumenta la depresión y la angustia de los pacientes. Situación agravada por esa orgía de falso calor, de falso amor, de fingidas ternuras, que la publicidad de los medios de comunicación nos dispensa para hacernos consumir más, para vender más.

-Artemio, ¿qué me dice usted del ‘buenismo’ al uso en estas fiestas…? –le pregunté.

Y Artemio respondió: “Son fiestas propicias para que muchas personas se signifiquen como defensoras a ultranza de los más desfavorecidos. Y manifiesten a cada paso su pesar por ellas. Luego, acabadas las fiestas, se olvidarán de aquellos momentos en los que aliviaron su soledad a cambio de resaltar otras peores”.
 

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