Han pasado ya más de dos meses,
días arriba o abajo, desde que Nicolás Fernández Cucurull
renunció a seguir siendo candidato al Senado por su
partido: el Partido Popular de Ceuta. Y lo hizo tras haber
estado 12 años formando parte de la Cámara Alta.
El motivo por el cual Fernández Cucurull tomó esa decisión
lo aireó ante los periodistas que acudieron a la conferencia
de prensa convocada por él. Se expresó así: “Por primera vez
en 12 años he pedido algo al partido, ser su candidato al
Congreso por Ceuta, y tanto en la ciudad como en Madrid me
han dicho que no; por lo que a partir de ahora seré un
militante más de base”.
También reconoció que, dada su experiencia parlamentaria, se
sentía más útil en el Congreso. Y quiso dejar bien claro que
su mayor deseo era volver a su trabajo en la sociedad
municipal de Fomento, Procesa. Y además dijo que no iba a
disputarle la presidencia del partido a Juan Vivas. Por lo
cual sus aspiraciones políticas quedaban suspendidas. De
momento.
A Nicolás Fernández Cucurull le conocí yo cuando los años
ochenta estaban tocando a su fin. Me lo presentó Vivas en
Sevilla, un 12 de octubre, fiesta de la Hispanidad, en el
Hotel Los Lebreros; establecimiento donde compartíamos
alojamiento con la selección Argentina que iba a jugar un
partido amistoso con la selección española, dirigida por
Miguel Muñoz y Mariano Moreno de ayudante.
A primera vista, durante el gran rato que compartimos
charlando, debo decir que fue magnífica la impresión que me
produjo Nicolás. Tendría éste veintipocos años. Pero dejaba
entrever ya una gran madurez, basada en una magnífica
educación. Era, en aquel tiempo, persona de hablar quedo y
pausado. Y, desde luego, poco amigo de interrumpir para
imponer sus criterios. Incluso parecía estar dominado aún
por cierta timidez.
Deduje bien pronto que a Nicolás le unía una gran amistad
con Juan Vivas. Más que amistad, tuve la certeza de que la
diferencia de edad entre ambos, que era de unos diez u once
años, aportaba a esa relación un respeto del primero al
segundo, que era visible a una legua. Con el paso de los
días y el conocimiento de la vida de los dos funcionarios
comprendí perfectamente que fuera posible tan buen
entendimiento y empatía.
Pasaron los años, y volví a saber de Nicolás cuando decidió
afiliarse al PP y se convirtió en un político destacado. Y,
aunque su apreciada timidez parecía resistirse a
desaparecer, pronto sacó a relucir un carácter fuerte, nada
amigo de tonterías de tres al cuarto y dispuesto siempre a
responder a las críticas que para él fueran injustificables.
Ese punto incisivo era fruto de la reacción ante lo que
consideraba sandeces que le obligaban a afilar los dientes.
Pronto comprobé que NFC contaba con una buena formación y
con cualidades que le permitían gozar de una condición
estupenda para convertirse en un político distinguido.
Político riguroso, sensato, laborioso, amante de su tierra y
dispuesto siempre a la defensa de ésta. Lo cual demostró con
creces durante 12 años en el Senado.
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