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OPINIÓN - MARTES, 13 DE DICIEMBRE DE 2011

 

OPINIÓN / MIS COSAS

Mis cosas
 


ADE
ade
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La canción dice, y con razón, “que algo se rompe en el alma cuando un amigo se va”. Imagínense, cómo se quedará el alma cuando son dos amigos, a los que uno le tiene ley de la buena, los que han dejado de estar con nosotros, quizás para irse a un mundo mejor. Un mundo donde no existe ni la envidia ni la maldad.

Dos amigos entrañables que han dejado huella en esta tierra, su tierra, a su paso por la misma a los que, sin duda alguna, mi generación y alguna generación posterior recordaran con cariño por ser, ambos dos, gente de bien.

En San Amaro las flores estarán llorando por la perdida del más grande de sus defensores, Antonio Gil. Ya no está en aquel lugar la jaula de pájaros de mil colores que había cerca de la casa del guarda. Porque de existir, seguro que todos ellos dejarían sus trino de alegría, para convertirlos en trinos de tristeza ante la perdida del “Niño de San Amaro”, que es como se le conocía en el mundo del flanco, y que tan orgulloso estaba él de ese nombre.

Antonio Gil, mí amigo del alma, de profesión bombero, Una profesión que adoraba y a la que se entregó en cuerpo y alma, adoraba las flores, a la que trataba con mimo. Con el mismo mimo y grandeza con el que lanzaba sus cantes al aire, recordando a Pepe Marchena. Su ídolo en el difícil mundo del flamenco.

Su voz se ha callado, pero seguro que allá en el cielo, donde van los hombres de bien, se habrá encontrado a su admirado Pepe Marchena y ambos estarán lanzando al aire sus canciones. Descansa en paz, amigo del alma.

Mí otro amigo, que nos ha dejado, Manolo Sánchez, lo conocí hace muchos años, pero nunca pensé que durante años sería mi vecino. Y aquella admiración que en mí época de juventud sentí por él, se convirtiera en auténtico cariño, al hombre que hizo feliz, llenando de un aroma sin igual el Paseo de Las Palmeras.

Cierro los ojos, por unos instantes, y veo su figura sentado en su banquito, con su perol por delante, preparando sus garrapiñadas, mientras los jóvenes de aquella generación, paseábamos por el paseo.

Unos persiguiendo y dejándose ver, por aquella niña por la que bebía los vientos y otros agarrados de la mano de su amor, pero todos con parada obligatoria, ante Manolo, para comprarle su paquete de garrapiñadas.

Manolo era de profesión policía municipal, pero había que agarrarse a la vida, para llevar algo a la casa, y él decidido de inundar de aroma todo el Paseo de Las Palmeras. Cosa que aquella juventud agradecía, pues el olor de sus garrapiñadas, hacían soñar con un paseo idílico, transportándote su aroma a un mundo de ensueño.

En cierta ocasión le pregunté. Cual era el secreto de aquel famoso olor de sus garrapiñadas, y el bueno de Manolo, no tuvo inconveniente de aclararme su secreto, consistía el asunto, en echarle una cucharadita de vainilla al perol.

Dos amigos se han marchado, pero ambos han dejado huella en esta tierra. Seguro que la encontrarse, allá en el cielo, al cante de uno de ellos, se le habrá unido el aroma inconfundible que el otro le proporcionaba. Descansen en paz, mis dos grandes amigos.
 

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