Me cuenta una amiga que vive en la
barriada Parques de Ceuta cómo vivió los momentos
angustiosos causados por el fuego que se originó en un
garaje del edificio por mor de un vehículo al que hicieron
arder intencionadamente.
Habían pasado pocas horas, apenas cinco del ya tan aireado
suceso, cuando tenía ante mí a una mujer que trataba de
relatarme lo ocurrido sin poder todavía dominar el estado
nervios que la atenazaba.
Intentaba explicarme de qué manera se echó abajo de la cama
con el fin de atender la llamada que le comunicaba que
desalojara su vivienda porque peligraba su vida y la de sus
hijos. Se lo comunicaron cuando estaba sumida en un sueño
profundo y apenas acertaba a comprender lo que le decían.
En un principio, no sabía qué hacer, y cuando reaccionó,
acudió presurosamente a despertar a sus hijos y allá que, en
compañía de su perro, salieron a todos a la calle vestidos
de cualquier manera. Ella, que tiene serios problemas
bronquiales y el humo tragado le hizo sentirse mal, necesitó
ayuda. Y allá que una ambulancia la condujo al hospital.
Mientras tanto, se dio cuenta del caos que había generado el
atentado terrorista de un hijo de puta que había tratado de
arruinar la vida de innumerables personas. La vida de muchos
ciudadanos que estaban dormidos y a merced de las malas
intenciones de unos desalmados.
Los hijos de puta pueden ser los menos esperados. Por lo que
no caben hacer conjeturas de ningún tipo. Malvados los hay
de todas las razas y en todas las religiones. Por lo cual es
necesario, más que nunca, echar mano de la prudencia.
La prudencia me ha llevado a escribir tarde de un suceso que
se viene repitiendo cada dos por tres. Quemar coches se ha
convertido ya en una costumbre. En algo habitual. De la cual
yo no he querido nunca decir ni pío para no estimular las
ansias de destrucción de los pirómanos.
Los pirómanos parecen ser que la tienen tomada con los
vehículos pertenecientes a funcionarios. Funcionarios
defensores del orden. Agentes encargados de hacer que se
cumplan las leyes. Y que a medida que están cumpliendo su
labor con creces, sus enemigos, los enemigos de la
convivencia, han decidido demostrar su fuerza quemando sus
coches. Incluso poniendo en peligro la vida de muchas
criaturas.
A los hijos de puta les da igual. Con tal de hacerse notar.
Y al paso que vamos, sin duda alguna, no sería exagerado
decir que pudiésemos llegar un día a convertirnos en una
especie de Tijuana: ciudad sin ley. Donde los muertos
aparecen expuestos para meterles el miedo en el cuerpo a los
ciudadanos.
Lo lamentable, en esta nefasta situación, son las
declaraciones de Mohamed Alí. El cual no ha tenido el
menor inconveniente en proclamar que “Caballas” -el partido
que dirige Juan Luis Aróstegui- “responsabiliza a la
delegación del Gobierno de la ineficacia de la política de
la seguridad ciudadana. Aunque la coalición expresa su
solidaridad con los agentes de las Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad del Estado”. Una contradicción, la de Alí, tan
disparatada como para pedirle explicaciones sobre esa
revolución de la que hablaba el jefe de su partido, días
atrás.
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