El dentista puede esperar. Que la
infección por esas malditas caries ha sido sanada en parte
por la llegada de mi pequeña, a la que acompaña su amiga
Marta. Dos soles de chicas.
Hace apenas cuatro días que arribaron en un ferry movidito
por el levante (mil gracias amigas Maku, Isabel e Ikram) y
ya sucumben a esta bella ciudad española, que ni con la mar
en calma y dormitando desean marchar. Normal, tras patearse
el centro yendo de compritas y tapitas, de comer bien y
fugarse con regalos variopintos de su breve estancia acá,
entre abalorios y detalles varios, cadenas de muñeca
“chulis” contra el mal de ojo que le han sacado en buena
hora a Emilia Romero, que es representante caballa de Avon y
Cristian Lay -de perfumes con olor a jazmín y ropita de
última mejor hablamos en primavera, qué remedio-; igual
agotaron casi los adornos morunos para sorprender allá ¿se
os secó el Henna de vuestra piel blanca?, que flipan con el
cargamento de chocolate “Maruja” como para darse un atracón,
de llevarse tabaco a precio módico ¿cómo no?, también café
del “bolinque” y mucho más que no cabe en esta columna.
Castañas no que dan flatulencia para tan largo viaje, que
mira que os lo dije, copón.
La parejita de mozas ha arramblado con mis sueños de oso
cavernario, al igual que con las pizzas, hamburguesas,
pinchitos, raciones para un regimiento.., ¿pero no deciáis
que estabáis de régimen?. Visita de cultura tocaba también,
que disfrutaron de la exposición del Museo del Paseo del
Revellín, del de las Murallas Reales, que dieron brillo al
suelo por el cercano foso de San Felipe, que oraron en el
Santuario de la Virgen de África, patrona de la Ciudad, que
después la Catedral las acogió en bienvenida con el tañido
de sus campanas volteadas, cuyo eco perdura en la distancia.
Como el amor de padre.
Pasean alegres, no, escandalosas casi diría, que estas
chicas yo creo que se ríen hasta de su sombra que parece
jugar con ellas al escondite agazapada bajo los arcos del
Poblado Marinero, confío en que sin machotes de por medio,
que si los veo les arreo un palmero, por atrevidos y
espabilaos. Cientos de fotos se llevan entre el Hacho, el
mirador de García Aldave, el mar.., cualquiera diría que van
a poner una exposición en el centro cultural Conde Duque.
Tanta visita al “Manhattan” ya mosquea, porque sí, que puede
que el té verde con hierbabuena que te sirven allí está
dulce como platáno, que dice mi amiga Nadia, vale, máxime si
se acompaña de alguna de esas pastitas delicatesem que te
entran por los ojos así mires de corrido, requetebuenísimas
huummm; pero sabe uno más por viejo que por diablo, que hay
“algo” que no me cuadra, como si de un misterioso imán se
tratara que atrae a las nenas al local.
Menos mal que, sin ellas saberlo ni intuirlo, espero, he
mandado en vanguardia a la más fiel de mis exploradoras,
Nadia otra vez, para que aceche, ventee, sopese el peligro
si se da; entonces y solo entonces presto ha de darme
señales pero no de humo por favor, porque aparte de ser
volátiles y lentorras y bailongas o peor aún que por su
llamativa presencia de colorines, pudieran ser tenidas por
revuelta a la vista y date, aquí hay tomate, disueltas a
gomazos por las porras de los antidisturbios ché venidos al
albur del siempre presente Príncipe, ay; que es madera
curtida como el cuero y con ganas de dar chufas a cascaporro
y no precisamente de las que elaboran con cierto arte para
sacar dulzonas horchatas de Alboraya, otra vez huummm, sino
amargas ostias tipo Rocki Balboa.
“Ah, era sólo eso.., un cachitas de árabe resultón metido a
camarero, bueno”. Pelillos a la mar. Gracias mi admirada
Nadia, te debo una. Bueno, en realidad dos. Por hacer de
guía turística por morilandia y traermelas sanas y salvas, y
encima riendo a carcajada batiente sin fin ¿qué diantres
habréis hecho entre las tres?. Relax. Tranquilidad pues para
uno y también para la madre de la criaturita que allá en
tierras de la Cospedal anda temerosa de “perder” a otro más
de la ya desestructurada familia en tierras ceutíes, por
cuanto a nadie le extrañe que si por un casual pongamos
algún despistado le pregunta que dónde se encuentra Ceuta,
ella estalle en cólera maquinando la respuesta: “¡Ceuta no
existe. Entérese usted de una p…!”
Cómo no, las chicas degustaron platos típicos de la cocina
mediterránea ceutí, un día en La Jota, otro en el Caballa,
dos más en Cala Carlota, quedando fascinadas por la belleza
del paisaje en éstas últimas y por el trato amabilísimo del
personal en general además de por meterse entre pecho y
espalda todíta la comanda, a puro de rebañar el plato y
dejar en el paro a la pinche de cocina -nenas eso no se
hace, ¿qué van a pensar de los peninsulares?-. En esas
estabamos cuando, entre los claros y luminosos ventanales
del restaurante que abraza el fastuoso brazo de mar
transparente, apareció una joven igual de cristalina como un
ángel de alas doradas para tomarse un “manchadito” de café.
Ella, guapísima militar vestida de campaña al uso, Mari creo
recordar, pues lucía su nombre a la vera de un galón
vertical cuyo significado de grado ignoro pero que tampoco
me quita el sueño (ella bien podría), creyó que soy veterano
militar y no, no lo soy por muy disciplinado que parezca
pues aunque uno dé cierto aire de marcialidad, la verdad es
que el adjetivo, como el valor, solo se me supone. Tal cual
la doctrina militar.
Lo siento de veras desconocida musa de estas líneas, más te
propondré a tus jefes para mando inmediato superior. Con lo
que ganaría el Ejército. Ganaríamos todos. Porque en caso de
guerra a la antigua usanza nuestros enemigos, como
hechizados, con el cañón de las armas apuntando a tierra, se
te plantarían en masa admirando tu belleza, momento en que
las fuerzas de Regulares fácil lo tendrían con apretar el
gatillo al tresbolillo. Pimpampum fuego. Y a casita sin baja
alguna. Logro épico tuyo. Nuevo ascenso y medalla que
enjaretar en tu vertiginosa carrera profesional. Y a lucirte
con orgullo. Faltaría más.
Si bien mi pequeña Cris es como las niñas de mis ojos,
también lo es el quebranto de mis bolsillos. Del que cuelgan
ahora brillantes como seda los finos hilos que tejen tres
arañas productivas; las mismas que lanzan su red telúrica
para que el humano, cual globo henchido de gozo, no se suba
por las nubes.
No se por qué las mozas citan ya a esta Ciudad como de
encantada..¿Pero bueno, no decíamos que era la serrana
Cuenca, que bien conocéis?
Al final va a resultar que el dicho es bien cierto. No sé
qué tiene Ceuta que todos vienen aquí y ninguno se quiere
ir. Por cierto ¿cuándo vuelves, mi pequeña?
|