Leo, a prima mañana, que en el
pleno que se va a celebrar dos horas más tarde, el consejero
de Hacienda y Recursos Humanos, Francisco Márquez, va
a proponer que los gerentes de las sociedades municipales se
puedan convertir en directores generales. Sin que por ello
tengan que ser licenciados y funcionarios de la escala
correspondiente al hecho.
Nada más leer la noticia, dije para mis adentros, en cuanto
el consejero abra la boca la oposición se le va a echar
encima con el cuchillo del orgullo ofendido en la boca. Y es
que los opositores forman parte de esa clase de españoles
que le tiene tirria al autodidacta y hace cuanto puede por
librarse de él porque les cuesta admitir que hay enseñanzas
que sólo son útiles si se tiene la suerte de olvidarlas.
Los que tienen un título, hay muchas excepciones, creen que
los que no lo tienen sólo valen para colocarse de
estibadores en el puerto. Suele decir un amigo mío con
varias carreras, y también inteligente, que los tales le
recuerdan a los maridos que aburren a las mujeres por culpa
de que no hacen en la cama nada que no hayan leído antes en
la “Vida conyugal sana”.
A los que no cesan de presumir de haber pasado por la
facultad, y aprovechan cualquier nimiedad para hacer
hincapié en que están en posesión de una formación
universitaria, convendría recordarles que los cementerios
están llenos de personas que no pasaron por esas facultades
y sin embargo siguen gozando de la inmortalidad por lo que
hicieron. De modo que siguen estando en el corazón de la
gente.
Claro que es importante recibir una educación superior.
Faltaría más. Pero de qué vale un título que se ha sacado
sin provecho y que acaba siendo colgado de una pared de una
sala de estar para ejemplo de cómo la educación muchas veces
hace a los hombres inútiles. Es algo que no se ha cansado de
repetir Cristina Almeida. Tampoco debemos olvidar que
“aprender es como remar contra la corriente: en cuanto se
deja, se retrocede”.
Ojalá hubiera podido yo ir a la universidad en su día, por
más que incluso quienes las rigen no hayan cesado de hablar
mal de ella. Ahora bien, despreciar por sistema a quienes
son autodidactas, me parece tan absurdo como decir de los
estudios superiores que son una verdadera rémora para
aprender la realidad de la vida.
De autodidactas geniales podríamos hablar y no acabar en
mucho tiempo. Los ha habido escritores –Hemingway- y
estadistas -Churchill-. Científicos, actores, actrices,
músicos, poetas... En España, por ejemplo, a Fernando
Fernán Gómez, según dijera de él Umbral -otro
perteneciente a la cofradía de los intitulados-, le faltaba
solamente haber inventado el avión para poderle llamar
renacentista o leonardesco.
Y podría continuar poniendo ejemplos de cómo los
autodidactas merecen respeto. Mucho respeto. Pero el que más
sabe en esta tierra, el más inteligente, según no se cansa
de decir él, ya le ha contestado a Márquez que éste lo que
quiere es poner a analfabetos cual directores generales. Y,
claro está, en cuanto habla semejante sabio (!),
sindicalista subvencionado hasta las cachas, incluso José
Antonio Carracao pierde el oremus. Y se pone a presumir
de no sé qué… Como si fuera el doctor Marañón
redivivo. Vivir para ver tantas tonterías. Vaya tropa.
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