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OPINIÓN - DOMINGO, 27 DE NOVIEMBRE DE 2011

 
OPINIÓN

Los malos momentos

Por Joaquín Leguina (doctor en Ciencias Económicas y escritor)


Cualquier español medianamente informado conoce la altura de los obstáculos económicos (deuda soberana, déficit, balanza comercial, problemas financieros…) que tendrá que saltar el nuevo Gobierno y todos deseamos que el PP los salte sin dejarse la dentadura en el intento. Por otro lado, no vendría mal que el señor Rajoy liderara algunas reformas políticas que, sin estar en la agenda de las urgencias (recortes, reformas y otras apreturas), es preciso abordar si se desea que el ambiente mejore y la desafección de los españoles hacia los políticos se atempere.

Para empezar, convendría llevar a la práctica esa intención que ha expresado el líder del PP de gobernar para todos. Pues bien, esa labor exige abandonar todo sectarismo, y en primer lugar el que sigue reinando en el seno del PP. Al futuro presidente lo sostendrá una cómoda mayoría en las Cortes, pero, a la hora del buen gobierno, es mejor utilizar el liderazgo político que la contabilidad parlamentaria.

Durante mucho tiempo los españoles hemos visto con horror que el sectarismo y el nepotismo partidarios han reinado, provocando una auténtica invasión por parte de los partidos y de sus militantes sobre espacios en los cuales un mínimo sentido democrático les veda la entrada. Por ejemplo, en la Justicia.

También convendría recordarle al nuevo presidente las sabias recomendaciones de Don Quijote a Sancho cuando este iba a hacerse cargo de la Isla Barataria. Me refiero a la recomendación según el cual conviene hacer pocas normas, pero que se cumplan. Sabio consejo que –dada la velocidad con la que se producen y la abundancia de normas vigentes en España– hoy es de urgente atención, pues la inabarcable producción legislativa de 17 parlamentos regionales junto a la abundancia de normas estatales ha convertido al viejo Aranzadi en su edición de cada año en una nueva biblioteca de Alejandría, en un bosque intrincado y confuso dentro del cual –no sólo “al más astuto nacen canas”– el ciudadano se ve enterrado en ordenanzas, muchas de ellas contradictorias.

En cuanto a la digestión que de su derrota ha de realizar el PSOE, los primeros pasos no han podido ser más decepcionantes. Echarle la culpa en exclusiva a la crisis es una burda forma de negarse a asumir responsabilidades. Y si no se asumen responsabilidades, no se podrán rectificar los errores. Viéndoles refocilarse en la endogamia, se diría que lo único que les interesa a los actuales dirigentes es mantenerse, tomándose el resultado de las pasadas elecciones como el final del paganismo y el comienzo de lo mismo.

En un país democrático, lo normal en los dirigentes de un partido que acaba de perder 59 diputados y casi cuatro millones y medio de votos es asumir sus responsabilidades de la única forma posible: dimitiendo.

Nadie duda de que el máximo responsable de la derrota ha sido Zapatero, por lo tanto, él es el primero a quien le toca dimitir de su cargo de secretario general, dejando que una gestora neutral organice el congreso. Una gestora capaz de propiciar la aparición de gente nueva, gente con experiencia de trabajo por cuenta propia o ajena, gente que dé un paso al frente y se haga cargo de la reconversión que el PSOE necesita. Pero me malicio que Zapatero pretende exactamente lo contrario. Es decir, quiere dejarlo todo atado y bien atado mediante un congreso rápido pilotado por una Ejecutiva absolutamente quemada. Si es así y nadie se lo impide, apaga y vámonos.

Alguien tendría que decir en voz alta algunas verdades del barquero. Por ejemplo, que en el PSOE de Zapatero sólo se ha prosperado de la mano de la arbitrariedad y del nepotismo, mediante los cuales han ascendido a las más altas magistraturas del Estado personas que jamás hubieran alcanzado un cargo de jefes o jefas de negociado.

Es llegado el momento de olvidar las ocurrencias y los vaivenes y de volver a la sensatez. Es preciso sustituir la cooptación por el mérito y la capacidad a la hora de elegir a los dirigentes. También es el momento de la crítica y de las urnas en las elecciones internas.

Si la alternativa de futuro es –por ejemplo– Carme Chacón, no es que los zapateristas estén locos, es que el resto de los afiliados, si no son capaces de impedirlo, van directamente al suicidio; eso sí, cogidos de la mano de una mujer –y de su esposo– cuyas ambiciones no les caben en su casa familiar por muy grande que esta sea. Y si la alternativa a la señora Chacón es el tándem Blanco-Rubalcaba, incluyendo a las personas que les acompañan… el resultado viene a ser lo mismo que ofrecerles a los afiliados una dura alternativa: la del veneno o la pistola para el suicidio. Llegado ese caso, muchos van a preferir saltar desde el viaducto.
 

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