Aparcado el carro en un altozano
soleado, el pasado martes pateé el campo con la sola
compañía de una vara de eucalipto a modo de escopeta, por si
de entre la accidentada geografía del paraje del monte de
“la tortuga” me salía a tiro una pieza de caza. Las ganas.
Que ésta es tierra repleta de barrancos profundos, un vergel
de verde matorral, tan denso como un caldero lleno de gachas
(que era comida energética de pastores o pobres, de gente
humilde que sacíaba así su hambruna en la postguerra civil,
alimento también llamado “puches” en la meseta castellana).
Por no ver ni una sola seta ví, que no aplasté y aun menos
degusté, ni un jabato despistado trotar por la braña, sí en
cambio algunos pajarillos cantores -jilgueros y
verderoncillos me pareció-, además de una bandada de pavanas
ruidosas que alegraron mi vista y mi oído; un gazapo acaso
sentí zapateando bajo la espesa zarzamora, y claro el
corazón salió diparado de la caja, no así mis disciplinados
brazos que se quedaron tensos como petrificados en posición
de prevenga. Esos instintos cinegéticos..
Sorteando desniveles y arbustos por doquier, que hoy tocaba
cosa campera, llenarse uno los pulmones de sano oxigeno, que
bien, casi perdido entre la espesura aceleré el paso por las
cuestas en busca de cobertura para mi móvil, y justo al
coronar un pequeño mirador.. “bic - bic”. Vaya, si antes lo
menciono.
“¿Sí, dígame?” Y escucho como al otro lado del mundo, en la
cochinchina, una voz conocida…
“¿Cómo, Jacintooooo, hail viejo amigo pero qué es de tu
vida?”
“Va, que no es poco. Oye, te llamo porque estoy en casa de
Mariano y queremos saber si vas a venir pronto para
corrernos una juerga que te cagas. Te hace?”
“Por supuesto campeón, contad conmigo para dar estopa a los
madriles, ah y recuerdos al bueno de marianín..” ¡Vaya, se
me acabó el descanso, la vida plácida!.
Mi amigo Jacinto es un azudense que fue vendedor por cuenta
ajena de un sinfín de artículos y representante de productos
de lencería de primeras firmas (jo que artista); despúes y
cual viajero nómada incansable al volante de su duro
Mercedes, ha conocido medio mundo y parte del otro, pero
siempre lleva lo español a capa y espada, casi casi como el
otro digno abanderado de esta piel de toro, nuestro Rey.
Ya digo que a mi Jacinto la suerte le vino al encuentro,
quizá porque es culo inquieto que no para en silla ajena, y
tras laborar en fábricas del llamado puerto seco de la
alcarreña localidad de Azuqueca de Henares, no contento con
su destino optó por echarle bemoles a la cosa y con cuatro
pesetas de las de entonces además de con el apoyo sincero
pero doloso de la familia y de los amigos, que veían al otro
marchar, cruzó hace una década larga las fronteras de la
baja Europa y echo raíces en Alemania, convertido hoy día en
industrial con cierto éxito y mayor fortuna, ésta de la mano
de su encantadora y guapísima mujer, Berta de nombre, donde
además del nido tiene un pequeño negociete que les da para
vivir morrocotudamente. A Dios gracias.
De Jacinto qué puedo decir, que no pocas veces en nuestra
adolescencia irrepetible por buena y sana pretendía tirar de
este corazón también caliente y viajero, mas no lo logró no
por impedimento del amigo sino porque la madre de uno
(Amparo, que en el cielo está), era además de la mejor de
las madres, sensata y protegía su camada encarándose con el
otro: “Mira nene tú haz con tu vida lo que te venga en gana
pero a mi niño ni me lo toques, y deja de meterle pajaritos
en la cabeza”. Cuestión zanjada.
Retomando el hilo de lo anterior, antes de continuar
acelerándome con preguntas apasionadas al oir la voz amiga,
en la antesala de la despedida me espeta: “Te espero en la
plaza mayor el día de la Inmaculada, ya sabes, ven pronto y
cuídate de las moras jeje..”
Él acaba de regresar desde Berlín a visitar a su familia
española y como es corajudo, casi siempre se sale con la
suya, se ha dejado allá la mujer para poder hacer a su
antojo (y el mio ahora) cuanto le venga en gana, así sea por
unos pocos días en que quiere seducir a las chulapas en los
castizos locales del centro, para quizás terminar en
Malasaña. Siempre y cuando los de la Cruz Blanca tiren de la
reserva de líquido espumeante, porque conociendo al “alemán”
es muy posible que allí se de el último “Oktoberfest”, o lo
que es lo mismo, la fiesta que en tierras teutonas se hace a
lo grande con su bebida por antonomasia: la cerveza.
Que es mucho, conociéndole a mi amigo, lo que puede trasegar
en el buche. Tiembla Madrid. Que cierren el cauce del
Manzanares, que ya corre rebosante de agua.
No si al final trasladaremos esta fiesta cervecera de la
mano de la amistad y el alborozo latino a tierras de
Cascorro, suelo patrio, por mucho que demos vivas al
inventor del Mercedes, del Audi, del Volskwagen Golf y del
BMW. Pueblo grande el alemán, de cuyas cenizas renacieron
tiempo ha.
Pueblo más grande aún el español, de cuyo recientísimo y
caliente pasado vamos a salir, por cojones, enganchados en
el trabajo bien hecho, a rueda del esfuerzo común, a fuer de
la solidaridad entre hermanos. A la mierda la salchicha. Y
la Merkel, si no le gana Rajoy el corazón a la germana.
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