He tratado de mantenerlo en
secreto. Aunque mentiría si no dijera que hacerlo me ha
costado lo indecible. Pero, al fin, he claudicado y no tengo
el menor inconveniente en propalar que todos los jueves,
desde hace ya un mundo, espero con verdadera impaciencia
leer el artículo que escribe Juan Luis Aróstegui.
Confieso que la prosa de Juan Luis me enganchó desde la
primera vez que tuve la oportunidad de comprobar que es de
una consistencia formidable. Tan preñada de solidez y
firmeza, tan sobrada de vitalidad, que no tengo la menor
duda de que pasará a la historia de esta ciudad como ejemplo
moral de un ciudadano que jamás rehusó enfrentarse a una
caterva de habitantes racistas.
Entiendo que urge construir cuanto antes un arengario en el
lugar más destacado de la ciudad para que esos escritos de
cada semana sean leídos al pueblo por su autor. Por lo cual
corresponde a la autoridad competente -en este caso, sería a
Mabel Deu, consejera que es de Educación, Cultura y
Mujer- acelerar en la medida que le sea lo posible los
requisitos, al efecto, a fin de que en el menor tiempo
posible podamos todos disfrutar de las arengas de un hombre
que se expresa como el líder de la revolución que Ceuta está
pidiendo a gritos.
Manifiesto a voz en cuello, aun a costa de quedarme afónico,
la necesidad que este pueblo tiene de contar cada jueves con
una tribuna, muy principal, desde la que se haga visible la
figura de alguien que dice estar al frente de algo que no es
sólo un partido político, sino que representa, a su vez, “la
expresión organizada de un movimiento revolucionario”.
Ansío con verdadero interés poder ilusionarme pensando en
que un día a la semana tendré la oportunidad de acudir con
prisas a una cita en la cual me espera un orador capaz de
hacerme comprender que pertenezco a una comunidad cristiana
de personas injustas. Y es así, según Aróstegui nos recuerda
constantemente y con crudeza, debido a que miramos por
encima del hombro a los vecinos pertenecientes a otra etnia.
Y que esa tendencia a sentirnos superiores desemboca en una
discriminación que a él le aguijonea el alma. Y, claro es,
nos anuncia que ha llegado el momento de acabar con tan
dañina conducta.
Nos confirma Juan Luis, con el vigor que caracteriza a su
escritura, que él, intelectual de verdad, de los que ya no
existen, está dispuesto a cambiar esta tierra. Que no cederá
un ápice en la enorme tarea -de titánica la califica el
líder de Caballas- de guiar a esta sociedad por el camino de
la verdad. De la paz. De la fraternidad. Con el mejor de los
fines: que dejemos de ser racistas. Y que perdamos el miedo
a que un buen día Mohamed Alí, por ejemplo, pueda ser
el sustituto de Juan Vivas.
Comprendan que ante semejante intelectual declarado ateo,
uno esté deseando todos los jueves leer sus diagnósticos
sobre los males que viene padeciendo la sociedad ceutí y los
remedios con los que cuenta él para cortar de raíz los
siempre perversos convencionalismos. Por ello, me van a
permitir que insista en pedir para Aróstegui una tribuna
pública. Un arengatorio desde el cual podamos extasiarnos
con su palabra, cada jueves. Con ese verbo apasionado y
siempre proclive a la defensa de los más necesitados. Máxime
cuando en esta tierra, según el hombre con traza de profeta,
abundamos los racistas. Que Dios nos coja confesados.
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