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OPINIÓN - JUEVES, 24 DE NOVIEMBRE DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

La señora del rellano
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Vivía yo en una planta de un edificio céntrico cuyo alquiler me costaba un ojo de la cara. Enfrente de mi piso vivía una señora de Ceuta de toda la vida. De esas que suelen presumir de haber sido paridas en esta tierra por la gracia de Dios. Y que blasonan a cada paso de la importancia de haber venido al mundo en esta tierra.

Bien pronto congeniamos y como buenos vecinos aprovechábamos cualquier encuentro en el rellano de la escalera para pegar la hebra mientras esperábamos el ascensor. La señora estaba ya metidita en años. Pero no por ello dejaba de ser resultona. Tenía su aquel… Y como además daba muestras de haberse preparado para poder conversar de lo que se encartase, y dado que contaba con labia suficiente para lucir sus conocimientos, no tengo el menor inconveniente en decir que era un placer hablar con ella.

Pasado un corto espacio de tiempo, empecé a notar que la señora cambiaba su forma de ser sin venir a cuento. Pues había días que llegaba con una euforia inusitada y me decía cosas tan agradables como para salir yo del ascensor henchido de gozo. Convencido de que era un columnista de muchos quilates. Pobre de mí. Pues al día siguiente su estado de ánimo le daba suficientes fuerzas para ignorarme o, peor aún, me miraba de arriba abajo clavándome los ojos como cuchillos.

Una mañana en que la vi con la jeta calcada de iracundia, es decir, plena de cólera y con ganas de cantarme las cuarenta a poco y nada que yo le diera motivos, no eludí la provocación que ella estaba esperando para desahogarse. Así que le pregunté por qué su carácter era tan voluble. Tan cambiante. Tan propenso a decirme un día que se levantaba con unas ganas enormes de leerme y me celebraba mis artículos y al día siguiente parecía estar dispuesta a condenarme a galeras.

Y, en cuanto le di la oportunidad de abrir la boca, que era lo que ella estaba esperando, me puso verde por lo que yo había escrito ese día y que ella consideraba de muy mal gusto. La reprimenda que recibí fue feroz. Y aquella señora, tan adicta a leer mis opiniones, no tuvo el menor inconveniente en ponerme a parir.

Todavía recuerdo el motivo que propició su hostilidad hacia mi persona. Fue debido a que yo hablé bien en aquel momento del descansado Emilio Cózar y ella que era partidaria de los hermanos Pecino le dio por ponerse hecha un basilisco. A partir de entonces, esa señora y yo perdimos la amistad. Como no podía ser de otra manera. Aunque también me sirvió para comprender que escribir diariamente una columna que consta de letra impresa y mala leche es motivo más que suficiente para que a uno le ocurran semejantes lances y hasta ha de estar preparado para recibir muestras de desagrado y alguna que otra ovación o vuelta al ruedo. Eso sí, evitando en lo posible, como decía días atrás, que a un toro suelto le dé por derrotar contra mí y me mande a urgencias en un santiamén.

Válgame la anécdota para salir al paso de lo que me viene ocurriendo en los últimos días. Hay lectores que no se cortan lo más mínimo en decirme que si me han ordenado escribir a favor de Vivas cuando ha terminado la campaña electoral. Lectores que tratan de hacerme ver que ellos desearían que yo metiese cizaña en el PP. A fin de que tomasen vuelos las aspiraciones de Nicolás Fernández Cucurull a la presidencia del partido. Craso error.
 

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