Las emociones durante la noche electoral fueron casi
insoportables. Por eso estoy recetando Alkaseltzer para
todos. Es lo que tomábamos de jóvenes después de una noche
de juerga, ya por haberlo pasado demasiado bien, ya por
haber sufrido alguna gran decepción. Necesitábamos volver al
estudio o al trabajo al día siguiente. Empecemos por la
alegría que sentimos los votantes del PP porque Mariano
Rajoy haya conseguido la mayoría absoluta en el Congreso.
Con ese claro mandato del pueblo podrá tomar las medidas de
profunda reforma que el país necesita. Espero que no se
achique ante las manifestaciones de liberados sindicales, de
trabajadores blindados por el Estatuto, de pensionistas
olvidados del ahorro individual, de personas mayores muy
pildoreras que aborrecen el copago, de profesores encantados
con la Logse, de indignados escondidos en la jaima de la
democracia directa. Como vimos en su primer discurso
presidencial, mantiene su estilo tranquilo y libre de
estridencias. Me atrevo a recordarle, sin embargo, el dicho
latino: suaviter in modo, fortiter in re.
Tan grande como nuestro contento ha debido de ser la
decepción de los partidarios del PSOE. La derrota ha sido la
mayor de la historia de ese partido, incluso más grande que
la sufrida por Almunia frente a Aznar. La debacle se
aproxima a la de UCD a punto de disolverse en 1982. El peor
detalle de todos es el de la falta de elegancia mostrada
hacia Zapatero por sus compañeros. No sé si el ex
vicepresidente Rubalcaba, la ex ministra Chacón y el casi ex
presidente Patxi López se empeñarán en postularse para el
puesto de secretario general. Al menos se ha aclarado el
panorama con la retirada de Pepiño, al que ya podemos llamar
cariñosamente por su mote, pues pronto dejará de reclamar el
respeto debido a un ministro con su magnífica ejecutoria.
Todo ello huele a muerto. Como mínimo, el vehículo
socialista necesita una reparación a fondo, en lo que toca a
toda España, pero sobre todo en Cataluña por el pinchazo del
Tripartito y en Andalucía por haber echado ERE en vez de
gasóleo en el depósito del tractor.
Ahora es necesaria la reflexión sobre las tareas que le
esperan al nuevo Gobierno Popular. Primero tendrá Rajoy que
resignarse a un interregno que parecerá larguísimo, dadas
las circunstancias. Rajoy tendrá que acabar el año 2011
gobernando con la retórica de las promesas en vez de con la
tijera de los recortes. Muy convincente habrá de estar para
que los mercados crean que España vuelve a ser un país
fiable y encaminado hacia la prosperidad.
Esas tareas han de dividirse, como me decía ayer mi amigo
Manolo Lagares, en las urgentes y las de fondo. Urgentes son
el gasto público, la reforma laboral y la reparación del
sistema financiero. Importantes, la energía, la educación,
la justicia, que habrán de quedar para otro día.
La opinión tiene fijos los ojos en el despilfarro de las
Administraciones Públicas, en especial de las Autonomías y
los Ayuntamientos. La revisión de ese gasto es urgente pero
antes está la necesidad de atender a las deudas que las
administraciones locales tienen con sus proveedores, muchos
de los cuales están con el agua al cuello o ya hundidos. ¿De
qué manera hacerlo sin que aumente la deuda del Estado? La
promesa de Rajoy de permitir que esos acreedores descuenten
lo que les debe Hacienda de lo que Hacienda les reclama no
resuelve el fondo del asunto. Tendrá Rajoy que exigir que al
menos las Comunidades y los Consistorios gobernados por el
PP recorten sus gastos corrientes y de personal como lo ha
hecho la presidenta Cospedal en Castilla-La Mancha.
La carga más inmediata, tanto humana como financiera, es la
del paro. Si una gran parte de los parados se pusiera a
trabajar el panorama sería muy distinto. Para conseguirlo,
no hay que pensar en parches y regalos, al estilo de esos
3.000 euros prometidos a los autónomos que contraten su
primer empleo fijo. Esos casi cinco millones de parados
podría reducirse a la mitad con una verdadera reforma
laboral: no debe haber más que un contrato de trabajo con 15
días de indemnización, al estilo de Portugal. Si esa reforma
viniese acompañada de la reducción de las cotizaciones a la
Seguridad Social para todas las empresas y otra reducción
del impuesto de sociedades al estilo irlandés, esa injusta
lacra comenzaría a corregirse.
Sí, ya sé, no estamos para más gasto y menos ingresos
fiscales. Sería necesario, pues, que se suprimieran todas
las exenciones, beneficios fiscales y subvenciones que
distorsionan nuestro sistema impositivo. También deberían
desaparecer del todo las subvenciones públicas a los
sindicatos y la CEOE, incluida la pesada carga que las
empresas y la Administración soportan con el abuso de los
liberados. Sostengo, sin embargo, que no basta con recortar
y reequilibrar: los intereses y el principal de la deuda se
pagan con el crecimiento; y el crecimiento pasa por la
vuelta al empleo de todos esos parados, sobre todo los
jóvenes. ¿No ha dicho Rajoy en campaña que lo principal es
el empleo?
* Economista y Profesor de la Universidad San Pablo CEU
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