Tengo la suerte tan de espaldas,
que ni la lotería de la Cruz Roja me guiña su ojo afortunado
¿cuál es por cierto?, menos aún la rifa benéfica que se dio
la otra noche en el restaurante CN-Caballa de la mano de
ACEMEN, en que me toca no me toca, como deshojando la
margarita y nada aun jugando la tira de numeritos color
verde esperanza, cual vestido de la bella que me los vendió.
Y tan contento.
Acodados en la esquina de la barra, entre la charleta
jarreada de vino y cerveza y platos de gustoso paladar, mi
acompañante se pirraba porque le tocara el jamón apostando
al 169 y sucesivos; yo, algo menos carnívoro y con menos
“papeletas” que billetes muestra uno de los
incontables-sufridos-desesperados colistas del INEM,
apostaba por el libraco ese de la Historia de Ceuta para
llenarme no de pringoso taco alimentario, sino para
documentarme mejor sobre esta excelsa tierra. Que la cultura
también alimenta. Digo. Que a veces me ceno ligerito con
literatura y despierto al alba con el libro a modo de gorro
con borla de dormilón; pero con las letras esparcidas por
entre las arrugas de la sábana, con lo que eso jode.
Recogerlas, aclaro.
No me importaba el número de comensales que llenaba el
comedor, tampoco lo que costó el cubierto; lo que si sé es
lo que yo aboné en caja tras saciar la andorga e irme
contento del citado restaurante una vez más.
Creo que lo allí recaudado entre cena y rifa va para dar
vida temporal mejor a los niños ucranianos que adoptan
familias ceutíes, las mismas que ansían su llegada a tierras
caballas. Observé, porque me chifla explayar la vista en
derredor, que la concurrencia era femenina predominantemente
¡Rebién!, dándose allí gente de todo tipo y condición, algún
que otro conocido y bastante funcionario de la Ciudad.
Muchos y variados regalos fueron donados por comerciantes y
particulares para realce de la causa, algunos digamos un
pelín fuera de lugar y faltos de imaginación pero lo
importante era aportar cualquier cosilla para atraer a la
masa contributiva y eso se consiguió con creces, quiero
suponer. Algún extraño donó unos eurillos y parte de su
corazón, que bien mirado puede que valga más que el
dinerito, poderoso caballero.
Del resto de obsequios donados me hubiera quedado, ya
olvidado el libro de marras, con una cesta de alimentos
artesanos que donó mi amigo Elías Naranjo, de la gasolinera
Shell, con quien algún que otro café he tomado y conversado
largamente y con deleite de este tema que ahora vivo en
presente y al que entonces no había mostrado interés, lo
confieso, y pido perdón por ello, ignorante de uno (mando un
beso desde aquí para las mujeres “gasofas” Emilia y Begoña,
que tanto le han tenido que aguantar a este cascarrabias de
escribidor).
Pero me quedo con todo lo bueno que viví y sin esperarlo
pues llegué allí al Caballa por sorpresa (¿al destino se le
llama sorpresa ahora?) quedando sorprendido, valga la
redundancia, por tamaña magnitud de calor humano, de
alegría, de buenas caras, de expectación respetuosa ante la
verborrea y locuacidad innata o ensayada, que mas da, de
cualquiera de las jefas del cotarro, de la benéfica causa.
Protagonistas, a falta todavía de los niños del Este, de esa
velada mágica que lo fue sin duda.
Damas enardecidas por el momento, excitadas de protagonismo,
fuerza y corazón. Casí ná. Quienes elevan frases sentidas,
palabras emotivas, razones vitales que hacen mudar al
gentío, que producen que las copas dejen de tintinear sobre
la mesa que sí acusa una vibración no sísmica, alguna bella
se atraganta y no de líquido precisamente. Porque tras de
esa exposición, con ese verbo engalanado ganan por igual la
razón y la ilusión. Bonita causa. Bendita humanidad.
Vaya trío de Mujeres, menuda oratoria tan brillante la suya
con esa fuerza natural que contagia y arrolla y que cala
como cuchillo en melón de piel de sapo entre estas buenas
gentes, pueblo llano donde los haya. Ceutíes de pro.
Que ni los “flashes” de las cámaras de los reporteros
gráficos les cegaron a las damiselas, volcadas en su lucha
de sentimientos sin cuartel como heroínas entregadas a la
victoria cuasi al modo de Agustina de Aragón. Bravo por sus
“arbaidas”. Hay un antes, éste y un después, que será el
próximo 20 de diciembre, día mágico -que anula en parte el
de la cita posterior, la lotería de Navidad del día 22-, en
que buena parte del pueblo se congregará a la arribada de la
chiquillería ucraniana en lugar tal que, es de esperar
tengamos en gracia a nuestra guapísima Bel y que no aplique
el bando de molestias ruidosas y vocingleras, se pueda dar
así la mejor de las bienvenidas ruidosas por el acompasar
frenético de cuantos corazones aquí se den cita.
Porque esta cita a la vuelta de la esquina es como el
galopar de cascos de mil y un caballos percherones, idéntico
al ritmo de estos latidos ceutíes. Bien digo. Que para sí lo
quisieran en la popular “tamborrada” turolense de Calanda.
Que ya es tronar.
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