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OPINIÓN - SÁBADO, 19 DE NOVIEMBRE DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Demagogia atenuada
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Haga como yo, no se meta en política”. Consejo que se le adjudica a Franco cuando tenía que zanjar cualquier discusión tensa durante los consejos de ministros celebrados en El Pardo.

Los políticos han estado siempre muy mal vistos. Muy denostados. Tal es así que Platón no dudó tachar a la democracia como el reino de los sofistas, que, en lugar de ilustrar al pueblo, se contentan con estudiar su comportamiento y con erigir en valores morales sus apetitos.

Los políticos son demagogos de pura cepa. Hombres nacidos para mentir lo mejor posible. Especialistas de la trola agradable. Embaucadores de un vulgo que entiende por utilitario lo que es bueno para él. Sálvense quienes puedan.

Emilio Romero lo tenía claro: “La política, o la clase dirigente, ha tenido siempre buenos ejemplares de chulitos, de sectarios y de tartufos. Así que el pueblo siempre ha estado desorientado y se deja conmover más que convencer”.

He oído siempre que los españoles somos muy propensos a la excitación, y dado que España produce magníficos excitadores, cada cual a su estilo, la demagogia ha logrado ser una de las artes políticas más ejercidas en nuestro país.

La izquierda ganó fama de contar con demagogos muy célebres. Capaces de ejercer esta disciplina con plena consciencia de que era un instrumento político de mucho valor. En cambio, los políticos de la derecha pasaban por ser moderados en el lenguaje. Debido a que su clientela no le apetecía oír exageraciones.

Pero a mí me da que tales encasillamientos han pasado a mejor vida. Porque los términos derecha e izquierda se han acercado tanto que sus componentes se parecen muchísimo. Hasta el punto de que populistas y clase culta se han instalado en la misma medida en ambos partidos a partir de que volvimos a disfrutar de un régimen democrático.

No obstante, durante la campaña electoral que acaba de terminar, he podido observar que, gracias a la crisis económica, los políticos no han pecado en exceso de demagogia. Ya que a ver qué candidato se atrevía a decir que iba a acabar con el paro en cuanto pusiera los pies en La Moncloa. Los dos candidatos han tenido que hacer malabares para no comprometerse con solucionar una situación que se me antoja hará que Mariano Rajoy sienta la presión de esa espada de Damocles que penderá todos los días sobre su cabeza.

Esperemos, por su bien y por el de nosotros, que no acabe Rajoy luciendo, en un abrir y cerrar de ojos, las canas de don Diego de Osorio. Que sería prueba evidente de que estaba sufriendo las mutaciones físicas que se manifiestan en una persona ante un peligro inmediato. En este caso, si no irreversible, sí enorme por las manifestaciones callejeras que pueden atormentarle durante no pocas veces.

Situación que no deseamos. Porque la política y los políticos, siempre que no sean corruptos, que los hay, desgraciadamente, son más necesarios que los llamados tecnócratas. Esa especie de hombre que parece más que surgido del frío un producto congelado. Tecnócrata: tipo vestido impecablemente, dueño de un estilo aprendido ante el espejo jesuítico, que no duda en mandarnos al proceloso averno con sus mejores bendiciones.
 

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