Un paseo por algunas ciudades de
Catalunya conlleva que descubra cosas que molestan bastante.
El ánimo de uno se ve por los suelos.
Encuentro a ancianos que recorren puntualmente los
contenedores de basura, con el objetivo de poder llevarse
algo a la desdentada boca, y mantenerse con vida
Diógenes está vivo.
Por lo visto, observado y analizado, esta situación
recuerda, con mucho, la postguerra española.
No sólo ancianos andan buscando lo que sea, también jóvenes
cuya cercanía produce tal rechazo por ofender las narices
con su alto grado de contaminación higiénica.
Cada vez más cajeros automáticos, de esos que andan
empotrados en pequeños cubículos independizados de la sede
bancaria, se están transformando en cuartos de pensiones
gratuitas.
Tal vez la cercanía del inalcanzable dinero les permita
dormir con sueños de grandezas no cumplidas.
Choca bastante esta situación incívica en un país que canta
a los cuatro vientos su supremacía en bienestar social. Es
realmente un malestar rotundo.
Cuando pretendo sacar dinero de un cajero automático, al
entrar en el cubículo bancario, un hedor insoportable me
hace salir por piernas.
Sin embargo, lo que más me produce malestar es esa ordenanza
que se ha sacado de la manga la mujer de Aznar, Ana Botella,
que ha promulgado una ordenanza contra los que busquen
comidas en las papeleras y contenedores de basura
imponiéndoles una multa de 750 euros… ¿no pueden ofrecerles
un platito de sopa ‘avecrem’ en vez de multarlos?
Todo sea por sacar dinero hasta de las piedras… si no tienen
ni para un mendrugo de pan ¿cómo van a tenerlo para pagar la
sanción? Cosas de señoritingos.
Justo, ahora mismo, veo a un matrimonio que andan hurgando
en un contenedor y sacan algunos juguetes. Ni imaginar
quiero en la alegría de esos pobres niños que esperan
juguetes por Navidad y Reyes.
Suelo acudir a Mercabarna, el más importante centro de
distribución alimentaria de la comunidad autónoma, para
comprar artículos que llenan la despensa familiar. Como
siempre acudo a última hora, para evitar el enorme trasiego
de grandes camiones, veo con frecuencia a gente, bastante,
que rebuscan entre los desechos cualquier alimento que esté
medianamente presentable.
Algunos avispados o avispadas, en el sentido de que son
listos o listas no con figura de avispa aunque en algunos
casos la tengan por los apretujones del hambre, hacen tal
acopio de frutas, verduras y demás que sigo a uno,
intrigado, por saber si van a parar a familias tan numerosas
como para acabar con lo acaparado… nada de eso. Recogen de
las basuras esos alimentos para venderlos en unas especies
de mercadillos de los superpobres.
Indignante.
En muchas ocasiones, demasiadas hoy en día, los grandes
mayoristas tienen que tirar el excedente de mercancías
porque, de mantenerlas en sus almacenes, se pudrirían
rápidamente.
Pregunto: ¿Existe alguna organización que recoja todo ese
excedente y lo distribuya entre los pobres?
Bueno, para consuelo, sabemos que el país más rico del mundo
nos supera en esto. Miles y miles de gente andan en peores
condiciones que los más pobres españoles que comen basura.
Comen periódicos usados.
Pero lo verdaderamente indignante es ver a muchas ancianas,
muchas más que los varones, andar por las calles sin rumbo
fijo y con ojos glaucos buscando algo que llevarse a la
boca.
Desahuciadas de la vida social porque su pensión no alcanza
ni para llevarse un tazón de leche caliente a sus
desdentadas bocas. Al menos no tienen que masticar la leche.
En fin. La vida sigue, yo también pero sin apetito después
de ver eso.
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