Todos los periódicos, tanto de
tiradas nacionales, locales o digitales, como radios y
televisiones, han informado y opinado, hoy martes, cuando
escribo, del debate entre Mariano Rajoy y Alfredo
Rubalcaba, cual si se hubiera tratado de un partido
Madrid-Barcelona. Así que no me queda más remedio que hacer
otro símil con el deporte rey, porque creo que le viene bien
a ese enfrentamiento dialéctico mantenido por los líderes de
los dos partidos hegemónicos de esta España nuestra.
Rubalcaba se presentó en el escenario de juego como uno de
esos equipos que habiendo perdido por goleada en su campo,
un encuentro de la Copa del Rey, acude al partido de vuelta
sabiendo que por más que haga lo tiene todo perdido. Lo cual
no le impide a sus jugadores sacar fuerzas de flaqueza y
demostrar durante el encuentro una entrega enorme y, por
encima de todo, que lo ocurrido en el primer envite fue una
desgracia. Pues de lo contrario, es decir, yendo a cumplir
el trámite, se exponen sus futbolistas a recibir otro
varapalo que les dejará tocados para mucho tiempo.
La desgracia de Alfredo Pérez Rubalcaba son los cinco
millones de parados que tiene un Gobierno del cual él ha
formado parte. Parte importante. Ya que no ha sido un
ministro cualquiera, sino un gran ministro. Por ser uno de
los políticos más preparados e inteligentes de una España
donde escasean personajes como él.
De Rubalcaba, especialista en desenvolverse en situaciones
extremas, se han dicho tantas cosas buenas como malas. He
aquí algunas de ellas, que tengo recogidas en mi blog de
notas, para cuando se tercie hacer uso de ellas. Y nunca
mejor que en estos momentos.
Se le ha tachado de calculador, maquiavélico, intrigante,
genio tenebroso, incombustible, superviviente, “drogadicto
del poder”; se le ha tildado de ser el Fouché español
y, por si fuera poco, también de darse un aire a Rasputín
-no sé si porque el cántabro está tan bien dotado como lo
estaba el hombre que, con su descomunal badajo, fue capaz de
hipnotizar a la zarina Alejandra-.
Pues bien, Rubalcaba tenía ante sí un encuentro muy
complicado con Rajoy. Es más, en los últimos días se había
insistido en recordarle que salía a competir con desventaja
por su falta de telegenia. Hablando claro: le han venido
recordando que es más feo que Picio. Como si su
contrincante fuera el doble de Paul Newman. O lo más
parecido a Robert Redfor.
Por consiguiente, nadie podrá rebatirme que el líder del
PSOE llegaba a tan trascendental cita atado de pies y manos.
Sometido a un trámite en el cual todo estaba perdido de
antemano y donde lo principal era evitar una derrota
escandalosa que inundara de bochorno a los suyos. Estaba
obligado a impedir una vergüenza histórica. Un sonrojo
imperecedero. Una humillación sangrante.
Y lo primero que hizo es afrontar el reto con entusiasmo.
Que es medicina muy saludable cuando vienen mal dadas. Y con
entusiasmo, amén de conocimientos, Rubalcaba decidió
jugárselo todo a una carta. A la carta del ataque con
improvisaciones de todo tipo. Improvisaciones resultantes de
haberse preparado a conciencia el partido, para luego actuar
de memoria. Y estuvo magnífico. Y si no ganó fue porque
enfrente tuvo un rival, un gran rival, que supo jugar a la
defensiva. Una táctica que se le da muy bien a Rajoy. Aunque
pronto tendrá que abrir líneas. Digo yo.
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