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OPINIÓN - MARTES, 8 DE NOVIEMBRE DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Economistas
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El domingo pasado, como todos los domingos, me hice con el mazo de periódicos y sus suplementos correspondientes. No hace falta decirles el lote de leer que me di. Si bien por la noche, antes de irme a la piltra, no tuve más remedio que refrescar mis ojos con manzanilla. Porque los tenía arrasados. De modo que muy pronto tendré que pasarme por la consulta del doctor Medín Catoira.

He dicho que lo leí todo, incluso los anuncios, como suele decirse en estos casos. Pero he de confesar que, debido a la crisis económica que estamos padeciendo, le dediqué toda la atención del mundo a los análisis y opiniones de los economistas. Y a fe que terminé arrepentido de haberlo hecho. Pues acabé con el corazón metido en un puño. Acojonado como nunca antes yo lo había estado. Y no es para menos, leyéndole a Santiago Niño-Becerra, catedrático de Estructura Económica de la Universidad Ramón Llull, que “no saldremos de la crisis hasta dentro de diez años”. Y así se manifestaron, más o menos, todos los economistas consultados.

Dentro de diez años… uf!, largo me lo fiáis. Porque para entonces, y debido a mi edad, seguramente yo no participaré de semejante bonanza. Y, claro, me vine abajo. Tan abajo que ni siquiera disfruté como debía, por ser madridista fetén, del partido de mi equipo contra Osasuna. Aunque bien pronto tuve la feliz idea de consultar el crédito que tienen los economistas. Por más que algunos de los opinantes sean premios Nobel de Economía.

Veamos, pues, la reputación conseguida por quienes se dedican -y se han dedicado- a pronosticar si viviremos como pobres, durante años, o bien tendremos lo justo para evitar la canina radical que conduce a lo que conduce. Y lo haré, ateniéndome a frases y citas que se han ido ganando los susodichos, emitiendo pareceres de una disciplina que los pone al borde del ridículo.

“¿No es extraño? Los mismos que se ríen de los adivinos se toman en serio a los economistas”. “Con Maltus y Ricardo la economía pasó a ser la ciencia del horror”. “Tengo cien asesores económicos y sé que uno tiene razón, pero no sé cuál es”. “Uno no puede irse a dormir con un determinado sistema económico y levantarse a la mañana siguiente con otro”. “La gente tiene problemas para distinguir entre un economista competente y con personalidad de alguien que sólo tiene el don de la locuacidad”. “Si los economistas fueran buenos para los negocios, serían ellos los hombres ricos, en vez de sus asesores”. “Un economista es un experto que sabrá mañana por qué las cosas que predijo ayer no han sucedido hoy”. Ley de Zauberman: Cuanto peor la economía, mejor los economistas.

Y así podría seguir argumentando por boca de ganso contra unos señores que aprovechan momentos como los que estamos viviendo para perorar desde su altura de licenciados sobre una materia que les permite aventurar desgracias que suelen desquiciar de los nervios a todas las criaturas que dependen de un sueldo para evitar que la imposibilidad de comer acabe quitándoles el apetito.

Los economistas son –y perdónenme ustedes tamaño dislate- algo así como todos esos a los que les dio por diagnosticar que si la Asociación Deportiva Ceuta no ganaba era porque sus jugadores residían en Sevilla. Y ahora, cuando las victorias van llegando, hablan y no acaban del milagro que se está produciendo.
 

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