LUNES 31.
Ni me acuerdo de los años que hacía que yo no hablaba con
Marian Hernández. Hija de Eduardo Hernández Lobillo.
Dueño que fue de la Joyería La Esmeralda y hombre que supo
mantener un ambiente extraordinario en una tertulia, la del
Rincón del Muralla, que se convirtió en un lugar de
encuentro privilegiado. Marian me llama por teléfono para
decirme que está deseando verme. Por lo cual ha estado en
los sitios que yo frecuento cuando decido pasear por el
centro. Y en ellos le han dicho que, desde hace ya un
tiempo, suelo no dejarme ver más que lo preciso. También
dice haberme enviado varios mensajes por Internet. Para
agradecerme las muchas veces que me he referido a su padre
con palabras sentidas. Sin recibir respuesta alguna. Y me
toca notificarle que yo no acostumbro a usar esa herramienta
de mi ordenador. Luego, tras hablar unos minutos sobre la
vida de la ciudad, quedamos en que a ver si es posible que
un hijo suyo, que reside aquí, se vea conmigo para tomar una
copa… En fin, que al cabo de muchos años he tenido otra vez
la oportunidad de charlar con una señora con la que siempre
pude hablar de todo…
Martes. 1
El hombre dice que está enamorado hasta las cachas de un
joven que le presentaron hace un año mientras asistía a una
boda homosexual. De modo que no ha dudado pedirle en
matrimonio, después de un noviazgo que, según él, ha sido lo
más maravilloso que le ha pasado en su vida. Hace una pausa,
mientras los demás celebramos su felicidad, para continuar
refiriéndonos que su novio reúne todas cualidades con las
que él había soñado a su pareja desde que descubrió su
orientación sexual. Entonces, uno de los presentes en la
reunión, nos alienta a que brindemos por tan buena nueva.
Pero, en ese preciso momento, otro contertulio, muy dado a
reventar situaciones agradables, saca a relucir que el
Partido Popular, que acompañó a los obispos en manifestación
callejera contra el matrimonio entre homosexuales, parece
dispuesto a seguir adelante con el recurso que tiene
presentado en el Constitucional contra la Ley del matrimonio
gay porque “desnaturaliza la institución”. Y además va el
tío y se pone en plan Marine Le Pen: “El matrimonio
entre personas del mismo sexo es una aberración
antropológica”. Y acaba comparándolo con la poligamia. Lo
extraño del asunto es que ambos, es decir, el que nos
anunció su boda, por estar enamorado de su novio hasta las
cachas, y él que habla de aberración, pertenecen al PP. Se
nota, cómo no, que en este partido, como en otros, existen
corrientes a gusto del consumidor. Como debe ser.
Miércoles. 2
Los miércoles suelo reunirme con Luis Parrilla. Sí,
ese empresario que nos llega de Córdoba, desde hace
bastantes años, y que no se cansa de hacer amigos en esta
ciudad. Y con él estaba cuando llama mi atención María José
Lesmes Cabillas. La cual está tomando el aperitivo con
compañeras de su escuela de danza y con su madre, en un bar
de la calle Jáudenes. María José, siempre tan cariñosa
conmigo, no duda lo más mínimo en levantarse para darme los
besos de la amistad que hemos venido manteniendo durante
muchísimos años. Aunque verdad es que nunca hemos sido
capaces de frecuentarnos. O sea, que solemos vernos de higos
a brevas. En esta ocasión, María José me habla del homenaje
que recibirá su madre el viernes, 4 de noviembre, a las 20
horas, en el Salón de Actos del palacio de la Asamblea.
Homenaje que han titulado “Del Rosa al Amarillo… una vida
llena de ilusiones”. Cuando estas líneas salgan, ya habrá
recibido Maruja Cabillas su merecida recompensa. Y seguro
que todo habrá salido cual ella merece. Maruja continúa
siendo una mujer de rompe y rasga.
Jueves. 3
Me topo con Pepe Matas en las inmediaciones de mi
casa. Lo cual no es nada extraño. Ya que él vive en sitio
colindante con el mío. Pepe iba en coche y no se cortó lo
más mínimo en buscar aparcamiento para charlar un rato
conmigo. Ya que hacía mucho tiempo que no habíamos tenido
ocasión de hacerlo. Conversar con el sindicalista de UGT es
motivo de placer para mí. Ya que Matas siempre se ha
expresado conmigo con cordialidad. O sea, de manera amistosa
y franca. Hoy, cuando la tarde estaba declinando, hemos
pegado la hebra unos minutos. Los justos para que ambos
intercambiásemos pareceres. Incluso he tenido tiempo de
sacar a relucir anécdotas que nos han hecho reír de lo
lindo. Y Pepe me ha pedido que publique esos lances
refrescantes. Y, claro, me he visto obligado a decirle que
nones. Que no pasarían la censura. Pues el patio no está
para herir susceptibilidades.
Viernes. 4
Leo una información sobre un debate de periodistas que ha
tratado, entre otras cosas, de la censura en los medios.
Pero todos han pasado por encima del asunto. Como si hablar
de ellos les molestara o les causara algún tipo de
desasosiego. Escribir no es otra cosa que una exigencia de
comunicación. La cual se acrecienta, precisamente, cuando
existe la censura. Gracias a ella, durante la dictadura, los
periodistas se vieron obligados a reflexionar sobre lo que
podía decirse y sobre cómo podía ejercerse ese deseo de la
comunicación. Los más talentosos supieron eludir a los del
lápiz rojo. Aunque siempre estaban abocados a sufrir la
consiguiente penalización. Con la llegada de la democracia,
muchos creyeron que todo el monte era ya orégano en el
oficio de escribir. Y se equivocaron. Ya que no contaban con
que la censura es de varias clases: una puede proceder del
poder, como la vivida en España durante el franquismo; otra
nace de las características políticas de la propia empresa
periodística, en la que el empresario o el director imponen
sus criterios y ejercen la censura. La censura, o la
prohibición, no solamente tienen lugar en el mundo
periodístico, sino también mediante prohibiciones o
prescripciones en el mundo artístico, o administrativo, o de
la enseñanza. Luego está, sin duda, la censura de quien
escribe, el cual por responsabilidad, si la tiene, sabe lo
que no debe decir nunca. De cualquier manera, sigue estando
vigente lo que dijera Albert Camus al respecto: “La
prensa libre puede ser desde luego buena o mala, pero, con
toda seguridad, sin libertad no puede ser más que mala”.
Sábado. 5
Llevo muchos años escribiendo como para no saber cómo se las
gastan los políticos. Lo primero que uno comprueba, y bien
pronto, es que, salvo raras excepciones, al político no le
gusta la crítica; por instinto será fascista. Eso sí, la
mayoría, en cuanto tiene un problema acude raudo a buscar
ayuda periodística. Y, entonces, son de lo más meloso que
uno puede echarse a la cara. Dan la impresión de que nunca
han roto un plato. Tratan por todos los medios de aparentar
lo que no son. Y hasta son capaces de rebuznar, si uno se lo
pidiera, con tal de que se les preste el favor que desean.
Yo los he visto hacer el pino por conseguir una opinión
escrita acorde con sus intereses. De la misma manera que los
he conocido llamando al editor del periódico para que
pusiera firme a la persona que escribió algo que él, el
político, no estaba dispuesto a tolerar. Ellos son así. Tan
convencidos de que una vez sentado en el sillón del poder
todo les está permitido. Hay uno, con quien suelo hablar en
ocasiones, pocas, pues yo no suelo frecuentar a los
políticos, que en cuanto me ve se pone hecho un flan. Parece
que ve al diablo. Y lo primero que me dice, con palabras
torpes y balbucientes, es que me guarde muy bien de sacarle
en mis escritos. Pues bien, día llegará en el cual le zurren
la badana, al político de marras, debido al cargo que
ostenta, y convencido estoy, créanme, que acudirá a mí, en
demanda de ayuda, como otras veces ha ocurrido. Los
políticos se comportan como niños. Como niños malcriados. Y
con la hiel… bueno, con la hiel…
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