He caminado con dolores,
buscando el consuelo
en la mirada de Dios,
y Dios que parece no escuchar,
me trajo un nuevo día
con el que sólo tuve que abrir los ojos.
Descubrí entonces el balcón de la vida,
donde se abraza el cielo con la tierra,
el sol con la luna y el silencio con Dios.
Sentí cómo Dios nos habla
a los ojos interiores del alma,
a través del espíritu amoroso
que nos circunda
desde las torres del verso,
y desde las tierras del viento.
Hoy sigo caminando entre llantos y alegrías,
ambos me producen lágrimas y risas,
como la vida misma y como yo mismo.
Mañana seguiré descubriendo el camino
mientras viva,
-¡ uno tiene que descubrir lo que es!-,
y escribiendo cómo se conduce hacia sí,
-¡uno tiene que ser conductor de vida!-.
Es cuestión de ver, de verse, y de vaciarse.
De vaciarse en lo armónico,
de verse en la armonía,
de ver que la poesía es Dios en los corazones.
Somos el poema libre, pero un poema de Dios,
el más sublime amor en el pecho del astro,
y el más glorioso verso en el piano del universo.
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