Hay frases, citas o dichos que
vienen que ni pintiparados para empezar a escribir la
columna diaria. Un ejercicio que no está exento de
dificultades. Pero que uno acepta con las mejores
disposiciones y con el canguelo correspondiente por el
enorme respeto que le sigue teniendo a ponerle firma y
rostro a lo que dice.
En esta mañana lluviosa de otoño, viernes por más señas,
cuando la campaña electoral se ha hecho oficial, la noche
anterior, y a mí me toca escribir, recuerdo un dicho de
Juan Cueto, escritor y articulista, que reza así:
“Cuando el fracaso se mide por el paro, es lógico que el
triunfo se anuncie por el despilfarro”.
Con este dicho, cualquiera podría defender a José Luis
Rodríguez Zapatero. Al menos le serviría como atenuante
para paliar en alguna medida la gravedad de los cargos que
se le atribuyen. Haber negado la crisis y no haber tomado
las medidas oportunas, en su justo momento, entre otras
equivocadas decisiones que ya apenas cuentan.
Y es así, porque el paro se ha convertido en un drama. En un
drama que no deja de sumar pobres a la lista de los que ya
había. Y los pobres suelen comer poco y no, precisamente,
por estar sometidos a ninguna dieta. Y con la botarga vacía,
no hace falta decir que se piensa de forma tan destemplada
como para creer que ZP es el culpable de todos los males que
nos aquejan.
Zapatero ha ganado dos elecciones seguidas. Y aunque hubo de
luchar para ser candidato en unas primarias con tres
compañeros, la verdad es que llegó a la presidencia del
gobierno con la vitalidad de los veinte años, y sin sufrir
las mutilaciones de una larga carrera política. Y se
encontró con una España en la cual se gastaba el dinero a
manos llenas. Bien sabía él que todo era debido a una
burbuja inmobiliaria. Pero a ver quién era el guapo que les
decía a los españoles que había que apretarse el cinturón en
todos los sentidos si no queríamos apechugar con una crisis
como la que estamos viviendo.
Durante esos años de despilfarro, y por tanto de triunfo
gubernamental, ninguna Comunidad Autónoma -ni siquiera las
gobernadas por el PP- se distinguió por renunciar a formar
parte de esa fiesta del dinero que parecía no tener fin.
Ningún gobernante quería, bajo ningún concepto, perder la
oportunidad de participar de una opulencia falsa. Por más
que, de en cuando en cuando, los políticos opositores
decidieran sacar a relucir la moral que se suele airear
cuando no se gobierna.
Ahora, cuando ZP está ya embalando sus cosas para dejarle la
vivienda vacía a su sucesor, y se le nota en sus ojeras la
pesadumbre de un cargo que le ha hecho envejecer
aceleradamente, uno piensa que Mariano Rajoy llegará muy
gastado a La Moncloa tras luchar denodadamente por conseguir
semejante logro.
MR ha tenido que soportar carros y carretas para verle, al
fin, la luz al túnel de su carrera. Pues nunca dejó de ser
visto como candidato designado a dedo y ninguneado por
muchos de los suyos, durante los años en que ZP triunfaba
clamorosamente y a él le correspondía la vitola de perdedor.
La tarea que le espera a Rajoy es descomunal. Y, además,
bien sabe él, por ser inteligente, que la desdichada
situación económica juega en su contra. Y, salvo milagro, la
gente puede perder la paciencia más pronto que tarde.
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