Viernes, 18 y pico horas. Me llega un mensaje: “Tengo ganas
de verte, de charlar como amigos”. Vaya. Precisamente estaba
pensando en ella. ¡Debemos de tener simbiosis! Y eso que
creía uno que no nos acordamos tanto de las palabras de
nuestros adversarios, sino de los silencios de nuestros
amigos/as. Mira por dónde…
Poco tiempo después una figura femenina se apea de un taxi a
la puerta del restaurante El Caballa, casi a medianoche.
Ella llega encantadora, sonriendo hacia mi. “Hola, qué tal,
tengo una sorpresa para ti”. Y sin darme tiempo a
responderle, me sella un cálido beso en los labios que me
deja aturdido, creo que hasta sonrojado, tierra
trágame…Mejor comienzo imposible.
Cojo fuerza y aire para poder estar a la altura de mi guapa
acompañante, cuyo nombre silencio por respeto a su
intimidad. Pasan los minutos, o las horas, que el reloj
parece haberse parado no por falta de pila sino por
ralentizarse el tiempo a fuer de la charla animada que llena
la bulliciosa estancia. Hay juventud alegre en torno a una
gran mesa con cante de feliz cumpleaños incluido; aplausos y
buen ambiente, si señor.
Es justo decir que del Caballa he sacado buena impresión,
además del buche lleno por tantos y surtidos platos a cual
más apetecible, que van y vienen, consumiéndose con avidez,
tal como se consume la pareja de ardor.
Cambio de aires. Viva la fiesta. Un pasito “pa´lante”, un
pasito para atrás, bin ban, y echa los pinreles hacia dentro
que un morrón si no te pegarás. Chinpum. Que hay un hombre
engolado agarrado con fuerza al micro cantando como un
ruiseñor, quizás mucho mejor que lo es agarrado al volante.
¡Cuidadooo!
Ella se contonea como una posesa al son de la música y
claro, viene lo que viene. Que de su vestido sensual qué le
pediría yo: que lo luzca en privado y sólo para mí, que me
duelen los ojos de tanto lanzar dardos de guerra, y no a
diana alguna, por protegerte ante las muchas y lascivas
miradas del hombre seductor, dueño y señor de la noche en el
Poblado. De tus ojos qué puedo ver: que brillan cristalinos
y puros de pasión. De tus labios qué puedo decir: que hablan
en susurros cuando besan. De tus manos qué siento yo: que
tus dedos frágiles rompen sin forzar la coraza de mi piel.
De tu cuerpo que disfruté yo..: ¡¡Que se fastidien los
morbosos, que tu secreto a la tumba me lo llevo yo!!
Ella, siempre ella, protagonista de la noche, que tiene una
fuerza arrolladora en la pista con su melena al viento y sus
ojillos de vivaracha, de deseo que te come sin comer.
Nuestras copas rebosan. Se secan. Vuelven a llenarse.
Bienvenida sea la amistad. ¿Cómo no disfrutar de su alegre
compañía? ¡Camarera, otra copa por favor!
Que eres una mujer especial, amiga, con ese buen rollito y
simpatía que solo lo sabes dar tú. A veces cansada, triste,
con muchos días de soledad, con cargas familiares para ti
sola, egoísta; pero siempre con la sonrisa en la boca, con
lo mejor de ti que hasta contagias. La verdad.
Que gozo si tú estás feliz; que peno si triste vas. Sigue
soñando con el amor, que eres muy joven todavía. Sé tu
misma, el hada buena y encontrarás a tu media naranja, a tu
amor verdadero, a tu príncipe azul con sangre roja y
ardiente, y entonces ni por asomo lo dejes escapar; aférrate
a él como una garrapata –como la Duquesa de Alba se cose
enteramente, con bramante creo yo, a la piel del funcionario
Alfonso, a secas, a quien parece no dolerle la atadura, ay,
aunque esa es otra historieta- y chúpale la sangre hasta
dejarlo “esmayaíto”.
Que sabes que tienes un trozo de mi corazón junto al tuyo.
Palabra. Porque tenemos algo en común: nos gusta la noche. Y
la amistad cómplice. Y las risas que espantan la pena, el
temor de no ser amados. Pero cuídate y mucho de las lenguas
mentirosas, también de los hombres de ojos altivos y
embaucadores. Que los hay, uniformados o nó. No cambies
nunca y no dejes que te intimiden las sencillas palabras de
este escribidor. Al que puedes llamar cuanto te apetezca, en
tus momentos bajos y en los alegres también. Aquí y allá,
ahora y luego, de día y de noche. A tus pies Mujer. Dama.
Señora.
Mas me conoces. Que no deseo vivir cautivo de las obsesiones
de la carne y del pensamiento calenturiento, pues por ahora
ninguna otra cosa me causa mayor felicidad que la
literatura. A la que me entrego como novicio en la fé. Y por
eso, cultivando este pequeño sueño me alejo de nuevo. Por
ti. Por mi.
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