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OPINIÓN - VIERNES, 4 DE NOVIEMBRE DE 2011

 
OPINIÓN / PLUMA DE SECANO

Una mujer especial

Por Manuel Corral


Viernes, 18 y pico horas. Me llega un mensaje: “Tengo ganas de verte, de charlar como amigos”. Vaya. Precisamente estaba pensando en ella. ¡Debemos de tener simbiosis! Y eso que creía uno que no nos acordamos tanto de las palabras de nuestros adversarios, sino de los silencios de nuestros amigos/as. Mira por dónde…

Poco tiempo después una figura femenina se apea de un taxi a la puerta del restaurante El Caballa, casi a medianoche. Ella llega encantadora, sonriendo hacia mi. “Hola, qué tal, tengo una sorpresa para ti”. Y sin darme tiempo a responderle, me sella un cálido beso en los labios que me deja aturdido, creo que hasta sonrojado, tierra trágame…Mejor comienzo imposible.

Cojo fuerza y aire para poder estar a la altura de mi guapa acompañante, cuyo nombre silencio por respeto a su intimidad. Pasan los minutos, o las horas, que el reloj parece haberse parado no por falta de pila sino por ralentizarse el tiempo a fuer de la charla animada que llena la bulliciosa estancia. Hay juventud alegre en torno a una gran mesa con cante de feliz cumpleaños incluido; aplausos y buen ambiente, si señor.

Es justo decir que del Caballa he sacado buena impresión, además del buche lleno por tantos y surtidos platos a cual más apetecible, que van y vienen, consumiéndose con avidez, tal como se consume la pareja de ardor.

Cambio de aires. Viva la fiesta. Un pasito “pa´lante”, un pasito para atrás, bin ban, y echa los pinreles hacia dentro que un morrón si no te pegarás. Chinpum. Que hay un hombre engolado agarrado con fuerza al micro cantando como un ruiseñor, quizás mucho mejor que lo es agarrado al volante. ¡Cuidadooo!

Ella se contonea como una posesa al son de la música y claro, viene lo que viene. Que de su vestido sensual qué le pediría yo: que lo luzca en privado y sólo para mí, que me duelen los ojos de tanto lanzar dardos de guerra, y no a diana alguna, por protegerte ante las muchas y lascivas miradas del hombre seductor, dueño y señor de la noche en el Poblado. De tus ojos qué puedo ver: que brillan cristalinos y puros de pasión. De tus labios qué puedo decir: que hablan en susurros cuando besan. De tus manos qué siento yo: que tus dedos frágiles rompen sin forzar la coraza de mi piel. De tu cuerpo que disfruté yo..: ¡¡Que se fastidien los morbosos, que tu secreto a la tumba me lo llevo yo!!

Ella, siempre ella, protagonista de la noche, que tiene una fuerza arrolladora en la pista con su melena al viento y sus ojillos de vivaracha, de deseo que te come sin comer. Nuestras copas rebosan. Se secan. Vuelven a llenarse. Bienvenida sea la amistad. ¿Cómo no disfrutar de su alegre compañía? ¡Camarera, otra copa por favor!

Que eres una mujer especial, amiga, con ese buen rollito y simpatía que solo lo sabes dar tú. A veces cansada, triste, con muchos días de soledad, con cargas familiares para ti sola, egoísta; pero siempre con la sonrisa en la boca, con lo mejor de ti que hasta contagias. La verdad.

Que gozo si tú estás feliz; que peno si triste vas. Sigue soñando con el amor, que eres muy joven todavía. Sé tu misma, el hada buena y encontrarás a tu media naranja, a tu amor verdadero, a tu príncipe azul con sangre roja y ardiente, y entonces ni por asomo lo dejes escapar; aférrate a él como una garrapata –como la Duquesa de Alba se cose enteramente, con bramante creo yo, a la piel del funcionario Alfonso, a secas, a quien parece no dolerle la atadura, ay, aunque esa es otra historieta- y chúpale la sangre hasta dejarlo “esmayaíto”.

Que sabes que tienes un trozo de mi corazón junto al tuyo. Palabra. Porque tenemos algo en común: nos gusta la noche. Y la amistad cómplice. Y las risas que espantan la pena, el temor de no ser amados. Pero cuídate y mucho de las lenguas mentirosas, también de los hombres de ojos altivos y embaucadores. Que los hay, uniformados o nó. No cambies nunca y no dejes que te intimiden las sencillas palabras de este escribidor. Al que puedes llamar cuanto te apetezca, en tus momentos bajos y en los alegres también. Aquí y allá, ahora y luego, de día y de noche. A tus pies Mujer. Dama. Señora.

Mas me conoces. Que no deseo vivir cautivo de las obsesiones de la carne y del pensamiento calenturiento, pues por ahora ninguna otra cosa me causa mayor felicidad que la literatura. A la que me entrego como novicio en la fé. Y por eso, cultivando este pequeño sueño me alejo de nuevo. Por ti. Por mi.
 

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