La política es como patinar sobre
ruedas. Se va en parte a donde se desea, y en parte a donde
le llevan a uno esos malditos patines. La cita es de un tal
H.F.A. Al cual, como comprenderán ustedes, no tengo el gusto
de conocer ni falta que me hace.
Cuando los políticos se ponen los patines de la campaña
electoral, dicen cosas de las que luego, en bastantes
ocasiones, me imagino que acabarán arrepintiéndose. Aunque
mucho me temo que sean los menos quienes terminen
imponiéndose una penitencia para purgar comentarios que
hicieron porque algo había que decir acerca de un asunto del
cual todo está dicho y, sin embargo, sigue siendo debate
principalísimo. Las relaciones entre hombres y mujeres.
José Luis Sastre, candidato al Senado por el Partido
Popular, y persona que me ha sido celebrada, ha dicho que
“el primer derecho de una mujer es poder estar orgullosa de
serlo; que ninguna se sienta triste por ello”.
Nada más leer el mensaje de Sastre, inmediatamente me he
acordado de aquel médico amigo, que un buen día me habló
así: “Mira, Manolo, la diferencia que hay entre los
hombres y las mujeres es que ellos hablan bien de ellas y
las tratan mal, mientras que ellas hablan mal de ellos y los
tratan bien”.
Y tras darle muchas vueltas al asunto, y consultar mucho de
lo escrito al respecto, y, desde luego, echando mano de la
experiencia, he llegado a la conclusión de que mi amigo el
médico estaba diciendo algo que sucede muchísimo. Si bien
sería contraproducente darle a esa opinión carácter
generalizado.
¿Por qué razón los hombres hablan bien de las mujeres y
luego se comportan mal, y viceversa? Le toca el turno
responder a una mujer preparada y dispuesta a dar su parecer
sobre un asunto tan manido como siempre peligroso y dado a
herir susceptibilidades a granel. Máxime cuando las mujeres
siguen siendo víctimas de hombres que matan.
Dice ella: “Ellos nos reconocen muchas más cualidades que
las que se atribuyen a sí mismos y no ahorran alabanzas
sobre nuestros méritos y nuestros talentos. Es de creer que
los hombres necesitan ese retrato embellecido para
tranquilizarse sobre su propio valor. Puesto que viven y son
admirados por seres selectos, es indudable que ellos tienen
que ser dignos de ser amados, o más bien, de ser admirados.
Esta necesidad de valoración es evidente: una mujer que
tiene un mal marido es una víctima; un hombre que tiene una
mala mujer es un ser lamentable. ¡Es lo que dicen ellos, no
yo!”.
En realidad, yo he podido comprobar, durante muchos años,
que los hombres sí reconocemos el valor de las mujeres.
Reconocemos el valor y la voluntad que tienen ante las
situaciones penosas. Son capaces de zanjar, reaccionar y
actuar, en momentos donde los hombres vacilamos,
tergiversamos, huimos. Y qué decir del olfato, la sutileza y
el sentido que poseen, hasta el punto de que a veces son
tachadas de ser un poco brujas. Y en cuanto a la resistencia
física, embarazo y parto son las mejores credenciales.
Por consiguiente, pedirles a las mujeres, en época donde
muestras de talentos dan éstas todos los días en muchas
tareas, que se sientan orgullosas de ser mujeres y dejen la
tristeza a un lado por serlo –aunque sea con la mejor
voluntad del mundo- parece, según me han dicho algunas
féminas, mensaje apropiado para Ausonia. En fin, los patines
a veces juegan malas pasadas. Nada grave.
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