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OPINIÓN - VIERNES, 4 DE NOVIEMBRE DE 2011

 

OPINIÓN / EL OASIS

Patinazo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

La política es como patinar sobre ruedas. Se va en parte a donde se desea, y en parte a donde le llevan a uno esos malditos patines. La cita es de un tal H.F.A. Al cual, como comprenderán ustedes, no tengo el gusto de conocer ni falta que me hace.

Cuando los políticos se ponen los patines de la campaña electoral, dicen cosas de las que luego, en bastantes ocasiones, me imagino que acabarán arrepintiéndose. Aunque mucho me temo que sean los menos quienes terminen imponiéndose una penitencia para purgar comentarios que hicieron porque algo había que decir acerca de un asunto del cual todo está dicho y, sin embargo, sigue siendo debate principalísimo. Las relaciones entre hombres y mujeres.

José Luis Sastre, candidato al Senado por el Partido Popular, y persona que me ha sido celebrada, ha dicho que “el primer derecho de una mujer es poder estar orgullosa de serlo; que ninguna se sienta triste por ello”.

Nada más leer el mensaje de Sastre, inmediatamente me he acordado de aquel médico amigo, que un buen día me habló así: “Mira, Manolo, la diferencia que hay entre los hombres y las mujeres es que ellos hablan bien de ellas y las tratan mal, mientras que ellas hablan mal de ellos y los tratan bien”.

Y tras darle muchas vueltas al asunto, y consultar mucho de lo escrito al respecto, y, desde luego, echando mano de la experiencia, he llegado a la conclusión de que mi amigo el médico estaba diciendo algo que sucede muchísimo. Si bien sería contraproducente darle a esa opinión carácter generalizado.

¿Por qué razón los hombres hablan bien de las mujeres y luego se comportan mal, y viceversa? Le toca el turno responder a una mujer preparada y dispuesta a dar su parecer sobre un asunto tan manido como siempre peligroso y dado a herir susceptibilidades a granel. Máxime cuando las mujeres siguen siendo víctimas de hombres que matan.

Dice ella: “Ellos nos reconocen muchas más cualidades que las que se atribuyen a sí mismos y no ahorran alabanzas sobre nuestros méritos y nuestros talentos. Es de creer que los hombres necesitan ese retrato embellecido para tranquilizarse sobre su propio valor. Puesto que viven y son admirados por seres selectos, es indudable que ellos tienen que ser dignos de ser amados, o más bien, de ser admirados. Esta necesidad de valoración es evidente: una mujer que tiene un mal marido es una víctima; un hombre que tiene una mala mujer es un ser lamentable. ¡Es lo que dicen ellos, no yo!”.

En realidad, yo he podido comprobar, durante muchos años, que los hombres sí reconocemos el valor de las mujeres. Reconocemos el valor y la voluntad que tienen ante las situaciones penosas. Son capaces de zanjar, reaccionar y actuar, en momentos donde los hombres vacilamos, tergiversamos, huimos. Y qué decir del olfato, la sutileza y el sentido que poseen, hasta el punto de que a veces son tachadas de ser un poco brujas. Y en cuanto a la resistencia física, embarazo y parto son las mejores credenciales.

Por consiguiente, pedirles a las mujeres, en época donde muestras de talentos dan éstas todos los días en muchas tareas, que se sientan orgullosas de ser mujeres y dejen la tristeza a un lado por serlo –aunque sea con la mejor voluntad del mundo- parece, según me han dicho algunas féminas, mensaje apropiado para Ausonia. En fin, los patines a veces juegan malas pasadas. Nada grave.
 

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