Estamos ante un clima que se está
ganado el apodo “climatoloco”.
Con un tiempo más propio de mediados de primavera que del
otoño, presente pero escondido en algún lugar.
Esto nos coloca ante el dilema, profundo dilema, de sacar o
no la ropa de invierno del armario-almacén.
Al menos aquí, en la parte sureste de Catalunya, hace un
tiempo que ni refresca ni hace calor.
Bueno, he empezado con cuestiones climatológicas como podía
haber empezado con un artículo necrófago que se come los
cadáveres políticos en señalado día de los difuntos.
El Día de todos los Santos, seguido por el Día de los
Difuntos, tiene una característica común en todo el país:
es, en realidad, el Día de Don Juan Tenorio. No hay dos sin
tres sin que aparezca este famoso personaje de José Zorrilla
en cualquier escenario.
La costumbre que tiene la gente, la de enfilar la proa hacia
el cementerio, resulta un poco mareante.
Mareante porque el olor de las flores producen efectos
drogantes. Mareante porque subir y bajar escaleras para
limpiar un nicho del quinto piso, a algunos, les producen
subidas de tensiones cuando no es el vértigo de la subida de
escalones.
Hay tantos nichos con tantas fotos de difuntos y difuntas,
fotos con caras de muertos que efectivamente están muertos.
Producen un no sé qué espeluznante.
Es el día en que los gitanos obtienen un buen beneficio,
bien llegado en tiempos de crisis, que no son perseguidos
como los manteros.
Numerosos puntos de ventas de flores para los difuntos, que
ni verán la belleza de su color ni olerán su perfume, se
sitúan alrededor de los cementerios y hasta en la entrada de
las ciudades. Casi todos regidos por gitanos, mejor dicho
gitanas porque al hombre gitano… ni se le ve.
A lo mejor están haciendo buena la frase de Durán i Lleida:
“Todos están en el bar y encima cobrando”.
Flores ya muertas, las que siguen en los respectivos
floreros, que son cambiadas por vivaces begonias, calas,
claveles, lirios, rosas, etc., todo depende del poder
adquisitivo del que las compra, pueblan las avenidas,
calles, callejuelas y plazas de las ciudades de los muertos
sin otro fin que hacer más llamativo el entorno.
Que por lo demás es bastante tétrico.
Recordar a los muertos no es ninguna alegría, todo lo
contrario que las flores. Estas alegran la vista y el
olfato, la de los difuntos desenfoca la vista inundándola
con lágrimas.
Tal como representa la actuación de Don Juan: su alegría de
amar a lindas flores, laicas y religiosas, sumado a su
costumbre de bajar a cabañas, subir a palacios, escalar
claustros… en los que ninguna moza se resiste,
desflorándolas a todas aunque corra por Sevilla poco gusto y
mucho mosto, nos hace ver la sinrazón de tal día.
Para acabar llorando a los muertos, hasta su propio entierro
presencia, viendo como el palacio se ha convertido en
panteón.
Imagino que Don Juan murió de cáncer de próstata, ¡como la
hizo funcionar a todo gas!, en aquellos tiempos no se sabía.
Así y todo, los médicos no podrían afirmar que el cáncer lo
produjo el tabaco, como ahora que dicen siempre en sus
diagnósticos, entonces no se fumaba como ahora y eso avala
la petición para que quiten esos anuncios tan macabros de
las cajetillas de tabaco.
Como ese anuncio que dice “Fumar puede reducir el flujo
sanguíneo y provoca impotencia”… como a mí, ¡tengo seis
hijos y sigo fumando!
Menuda mentira.
En fin. La vida sigue, yo también… y fumando.
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