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OPINIÓN - LUNES, 31 DE OCTUBRE DE 2011

 
OPINIÓN / PLUMA DE SECANO

Amor prohibido

Por Manuel Corral


No puedo dejar de pensar, de suspirar, de hablar en voz alta como en sueños de noctámbulo (que por cierto lo fuí de crio en noches de blanco recuerdo en que, por topar contra el esquinazo de la mesa del comedor, larga como día sin pan, me salieron de entre aquel entonces larga cabellera unos cuantos coscorrones en forma de diminutos cráteres. Para lucir de calvo. Oseáse. Ya mismo). No dejo de luchar, de recordar cómo se siente uno cuando está entre dos lugares, con el corazón dividido pugnando por encontrar la dirección –qué no, que no es la del sms con invitación a cena romántica, bailoteo con copas y muchas risotadas y roces no buscados y sin “maría” porque el tabaco me tumba, oiga, el alcohol idem, que luego puede que aguarde una cama ajena aun sin pétalos de rosas y varillas de incienso oloroso apestando la leche, y ..¡Hop, dos sin…!.

Sin dirección no hay localización. Evidente. En vulgo errante te conviertes. Desaparecido de la faz de la tierra, cual Robinson Crusoe sin taparrabos, que gustirrinín, oculto en la más recóndita isla virgen del planeta tierra. Ja, las ganas.

Quizá éste sea solo un intento de reescribir el destino acuciado por la enfermedad endémica del mundo occidental: la insatisfacción. Que es la que me vence, día tras día, aun casi teniéndolo todo: Familia y de la mejor ¡¡Pata negra!!; amistades las justas pero verdaderas; currelo o salario para llenar el buche, también; salud se espera que sí, diga que sí, e ilusión por vivir todíta toda pero… ¿Y amor?

Esa es otra. Que alguno vino huyendo de la quema por meter la pata y algo más donde no debía. Y hale, al confín de los desterrados. Sin saber entonces que esto no es castigo, más bien es premio y del gordo. Decir que uno está insatisfecho en Ceuta sería mentira, que va, todo lo contrario. Pero de ahí a pensar que uno debía echar raíces ayayay.

Una llamada incierta y quizá a destiempo roba mis sueños, que volaban bajeros. “Síii, otra vez. Vale, que sí. Que pueda ser. Adios”. Que pueda que haya algo entre el Morro y el Mixto que sucumbe a mi mente, que yerra mi dirección, la que gira y gira como veleta que no para por el Sarchal. Que propone el pitido de fin de trayecto. Pero amor prohibido es. Por ahora.

Tal vez este paisaje se me va revelando como a los latidos de mi corazón cascarrabias e impertinente. Que quiere despertar a la llamada del nacedero, y por eso a nadie presto atención, aunque quisiera, porque el último sitio del que deseo salir es éste, mecachis, que esta tierra ha doblegado mi espirítu luchador con esa extraña sensación de que algo te falta y no sabes encontrarlo, por afín. Lo que parece ser utopía. Inalcanzable por tanto.

No creo tener síntomas negativos que afligan mi ser. Veamos: no tengo dificultad para ganar peso, que tras el yantar viene la rica siesta con pijama y orinal, fórmula que encumbrara nuestro célebre Cela; ni para perderlo, el peso bien digo, que no el orinal, que en el baile nocturno del primer párrafo algunas gotas de sudor he debido estampar en el frío suelo, pegándose un morrocotudo resbalón la menos agraciada, la de mejillas sonrosadas, quien revoloteaba en demanda tal bajo el soniquete de chunda-chunda del karaoke.

Que los dulces no me van mucho salvo que vayan envueltos y contonéandose…, como los Chupa-Chups; para relamerse de gusto. Calambres y dolores de cabeza, ¿Cómo se manifiestan? De tener mala memoria no me acuerdo; qué despiste. Molestias intestinales, sólo cuando papeo fabada asturiana, requetebuenísima, o bien garbanzos con callos como los que degusté ¡Chapeau! en Cala Carlota con un amigo el pasado jueves.

Insisto en no creer tener negaciones abismales. Aunque quizás pudiera padecer flaqueza y malestar, a pachas, a veces, según en qué momentos y con qué mierda humana te toque lidiar. A mí, que paso del arte del toreo. Pero desánimo, apatía, tristeza, rabia e insatisfacción tengo… A reventar.

Pongo mi mano en el costado derecho y aprieto, sí, ahí ¡ay! Y de verdad, en este tacto puede que me vaya la vida o su ausencia. Que me da canguela. Pavor. Porque la única certeza del paso fugaz por esta vida es la muerte. De la que me espanto al cruzarme de acera si la veo, ya sea por la Gran Vía ya por la Marina Española, que huele a castañas asadas que alimenta. Que si la presiento cerca -a la fea de la Guadaña, la de mejillas pálidas que te invita a bailar bien arrimado ¡encima, digo!- le doy la espalda con irónico desprecio a la par de levantarle el pulgar de mi derecha, que es la que manda, en idéntico corte para con mis enemigos, que supongo los tengo, a los que igualmente detesto ignorándolos sin ocultarlo a su carota risueña de tontolabas.
 

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