Yo soñaba con ser escritor, pero escribiendo en árabe”.
Mohamed Lahchiri (Ceuta, 1950) acaba de publicar en
Casablanca ‘Un cine en el Príncipe Alfonso’, su cuarto
volumen –los otros tres son ‘Pedacitos entrañables’ (1994),
‘Cuentos ceutíes’ (2004) y ‘Una tumbita en Sidi Embarek y
otros cuentos ceutíes’ (2006)– de relatos escritos en
español, y que puede adquirirse en la librería ‘Krispi’, en
el lateral del mercado central. Historias en las que
describe recuerdos y ficciona experiencias vividas en su
infancia por las calles de Tánger, Chaoüen, Rabat... y
Ceuta. “De la huerta que tenía en su casa mi abuelo, que era
un soldado Regular, y que estaba debajo de donde ahora está
el Hospital Universitario”, apunta el escritor, quien
explica que en este libro “hay mucho de autobiográfico”. “Yo
no podría escribir sobre lo que no conozco, la realidad nos
da suficiente como para suplir la imaginación”, añade.
Por ello, Lahchiri recrea en sus relatos los sueños de
aquellos niños que vivieron en la década de los sesenta. Por
ejemplo, las ilusiones que despertaban las películas de
Hollywood. El cine que soñaron para la barriada del Príncipe
Alfonso, y que, según apunta, nunca tuvieron. “Éramos niños,
jugábamos y convivíamos todos: musulmanes, gitanos y payos.
Nunca tuvimos un cine, ni siquiera de verano, pero la plaza
se convertía en una especie de Plaza ‘Djemaa el Fna’, la de
Marrakech, y la gente contaba cuentos en ella. Vivíamos en
chabolas, no teníamos aseos, pero la convivencia era
buenísima. Ahora la gente se ha liberado de aquello y viven
en casas de ladrillo, pero hay un caos de construcción
tremendo”, explica.
Aunque se crió en el Príncipe, donde sus padres continúan
viviendo, estudió, primero en su barriada y después en Hadú,
en base a los planes de estudio del Ministerio de Educación
de Marruecos, y terminó trasladando su residencia al país
vecino. Es en Marruecos, en Casablanca, donde ha trabajado
durante cuarenta años como profesor de árabe, una
experiencia que se ve reflejada en sus relatos, puesto que
la educación es uno de los temas centrales de su obra. “Otro
asunto que aparece con frecuencia en el libro es el del sexo
–explica el autor– porque éramos unos chicos que nunca
teníamos novia ni le dábamos un beso a una chica hasta que
teníamos veinte años, y en aquello éramos igual los
musulmanes que los cristianos”.
Un “cuentista”
Sus inicios literarios fueron los cuentos, un género que le
gusta especialmente aunque considera que no está lo
suficientemente valorado. En aquellos años, escribía cuentos
que le publicaban en diarios de Casablanca y en los que
Ceuta era siempre el escenario de referencia. Hasta que un
día sus amigos le dijeron que había “muchos cuentistas”. Fue
entonces cuando se centró en la traducción del español al
árabe de diversas obras. En aquellos años comenzó también a
colaborar en la revista, la cual fue censurada por el
Gobierno marroquí. “Publicábamos cosas de calidad, hasta que
una revista se hizo eco de la importancia de nuestras
revistas para la vida cultural de Marruecos y entonces el
Gobierno las cerró”. “Ahora hay censura, pero llevando a la
gente al Juzgado; es otra manera, ahora en la calle se puede
hablar sin problema”, concluye.
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