He estado cierto tiempo sin
escribir. Y aún se me sigue preguntando las causas por las
que un día desaparecí de este espacio. Al paso que vas, me
dice un adicto a esta columna, terminarás convirtiéndote en
un perpetuo Guadiana.
Es martes cuando voy recogiendo pareceres de quienes me leen
para pedirme trofeos o bien para acordarse de todos mis
parientes vivos o muertos. En realidad, uno se ha hecho ya a
la idea de que escribir una columna diaria es tan peligroso
cual estimulante. Puesto que una verdadera columna sólo está
compuesta de letra impresa y mala leche. Así lo pensaba
Umbral.
Escribir es llorar. Lo dijo Larra y eso va a misa. Lo que no
dijo Larra es que si escribir es llorar hacerlo en una
ciudad pequeña es jugarse el físico o hacer oposiciones para
mantener una dieta contraproducente por falta de medios para
poder pagar la cuenta en la tienda de comestibles de la
esquina del barrio.
Llevo ya veintitantos años escribiendo en periódicos y nunca
me lo he llevado calentito por opinar a favor de quienes
estaban gobernando en esos momentos. Aun así, he sido
sometido a ordalías y los ha habido que han intentado
ponerme la cara de forma que me viera precisado acudir a la
consulta del doctor Cavadas. Confieso que tuve suerte
de salir ileso en trances tan delicados.
He puesto mi lealtad al servicio del medio en el cual vengo
colaborando desde hace siete años. De la misma manera que lo
hice en otro durante más de una década. Y lo hecho contra
viento y marea. Sin preocuparme de si tenía o no un
burladero a mano para taparme de arremetidas peligrosas. La
lealtad es decir siempre lo que sientes y estar dispuesto a
dejar tu puesto si lo que dices no gusta (Sabino
Fernández Campos). Y a fe que nunca dudé de afrontar ese
reto. Ni lo voy a seguir dudando. Dado que con esa actitud
me siento reconfortado en ocasiones. Verbigracia.
Hoy martes, cuando escribo, debo decir que a esa hora vaga
de mediodía, cuando iba paseando por la plaza de Colón,
Antonio García Gaona ha llamado mi atención con el fin
de saludarme y poder charlar conmigo unos minutos. García
Gaona, por si alguien no lo sabe todavía, es el presidente
de la Federación de Fútbol de Ceuta. Y alguien a quien yo he
criticado acerbamente, muchas veces. Muchísimas.
Pues bien, a pesar de ello, AGG nunca tuvo un gesto
desabrido hacia mí. Nunca obtuve de él una mala respuesta
ni, por supuesto, jamás se dejó llevar por la iracundia.
Todo lo contrario. Siempre trató de rebatir mis acusaciones
con sus argumentos y poniendo en el empeño un muestrario de
buena educación. Con lo cual, y conviene decirlo cuanto
antes, me iba convenciendo de que estaba ante un dirigente
con aptitudes sobradas para desempeñar un cargo tan
importante como es ser presidente de la Federación de Fútbol
de Ceuta.
Por lo tanto, a mí no me duelen prendas airear el saber
estar de García Gaona. Por más que uno siga pensando que
debió en su momento hacer publica las cuentas de la
Federación de Fútbol de Ceuta. Aunque no dejo de comprender
que en esta ciudad, donde todos conocemos, la vida no va
bien sin grandes dosis de olvido. Ya que un acto supremo de
la inteligencia es mirar hacia delante y hacia arriba.
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