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OPINIÓN - SÁBADO, 22 DE OCTUBRE DE 2011

 

OPINIÓN / SNIPER

Túnez: las elecciones del jazmín
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

La ejecución aun caliente del dictador libio el pasado jueves, ha logrado eclipsar en parte las importantes elecciones que Túnez, uno de los cinco países del Magreb, encara mañana domingo en un escrutinio que en el conjunto norteafricano podemos calificar rotundamente de histórico. Tras las revueltas de la “Primavera Árabe” y la caída en cascada, por ahora, de los regímenes de Ben Alí, Mubarak y Gadafi, los tunecinos se ponen otra vez a la cabeza en las primeras elecciones libres tras cien años de colonialismo y cincuenta años de “burguismo”, etapa ésta última que bajo un barniz de “despotismo ilustrado” logró, pese a todo, alumbrar un país bastante en consonancia con los criterios de la modernidad. No olvidemos que Túnez, además de ser un país con una abultada presencia en la historia, tuvo el tino y la gallardía de adelantarse a los tiempos aboliendo la esclavitud entre 1842 y 1846, mucho antes que la mayoría de las naciones de Occidente, siendo también la patria de brillantes intelectuales que, desde el Islam, están intentado apostar con denuedo por unas sociedades democráticas y libres. Ahí está el pensador Mohamed Talbi con sus “Réflexions sur le Corán” y “Réflexion d´un musulman contemporain”, quien advierte que “El Islam permite hoy asesinar por un delito de opinión. Esto es inaceptable”; o el escritor y poeta Abdelwahab Meddeb, que en “La enfermedad del Islam” señala cómo “Si el fanatismo fue la enfermedad del catolicismo y el nazismo la enfermedad de Alemania, no hay duda de que el integrismo es la enfermedd del Islam”; o el mismo Mohamed Charfi, Presidente de la Liga de Derechos Humanos y ex ministro de Educación y Ciencias entre 1989 y 1994, quien en “Islam y Libertad” afirma sin ambages que “El proyecto de sociedad por el que luchan los integristas es el del totalitarismo religioso”, advirtiendo sobre el emblemático Gannushi que éste, a lo largo de sus años de exilio en Europa, habría logrado “enmascarar su doctrina totalitaria con un barniz democrático”.

Sobre el papel, 33 circunscripciones (6 de ellas en el extranjero) para 217 diputados (18 en listas fuera del país) a elegir por 3,8 millones de electores inscritos (300.000 de ellos residentes en otros países) sobre un conjunto de varios millones más de electores potenciales. ¿El objetivo?: formar una Asamblea constituyente y dotar al país de una nueva Carta Magna que articule la nueva República de Túnez nacida de la emblemática y pacífica Revolución del Jazmín, que logró derrocar sin derramamiento de sangre a “Zaba” (apodo por el que era conocido Ben Alí) el pasado 14 de enero y disolvió el Parlamento el 18 de marzo. En la campaña electoral del 1 al 21 de octubre, se han presentado 10.937 candidatos agrupados en hasta 10.937 listas, lo que está generando cierta lógica confusión entre el electorado. De entre todas las formaciones políticas, es el movimiento islamista Ennahda (Renacimiento) quien parte como favorito pudiendo alcanzar, según estudios sobre el terreno, ¼ parte de los votos.

Siendo Túnez uno de los países musulmanes que había sido desgarrado, en los últimos años, por una forzada islamización desde abajo enfrentada a criterios más acordes con los occidentales estimulados desde arriba (de hecho Ben Alí llegó a prohibir el uso del hiyab o velo islámico), parece significativo preguntarse cuál está siendo el papel de la mujer tunecina en este determinante proceso electoral. Si en el principio de paridad parece haber consenso entre todas las fuerzas políticas, incluidas las islamistas, e incluso había sido evocado por el Gobierno de transición en abril de este año en una de sus primeras disposiciones, que obligaba a una paridad estricta con una alternancia obligatoria entre candidatos masculinos y femeninos en todas las cabezas de lista, a la hora de la verdad no se ha podido plasmar esta premisa: las mujeres no encabezan más que el 5% de las listas electorales (292 mujeres para ser exactos), mientras que el número total de tunecinas inscritas como candidatas sería solo del 20% aun cuando conforman la mitad de la sociedad. De entre las formaciones políticas, sería el Polo Democrático Modernista (PDM), un frente ciudadano y de izquierdas quien encabeza listas paritarias en al menos el 48% del territorio (Túnez tiene una superficie de 165.000 km2, casi como diecisiete veces Asturias y una población total muy desigualmente repartida de 10,3 millones de habitantes, pues el 40% del país es desierto), estando en el lado opuesto los islamistas del partido Ennahda que, pese a sus proclamas en sintonía con la paridad, a la hora de la verdad tan solo llevan en sus listas un magro 3% de mujeres en cabeza.

Por lo demás, el escenario político se presenta bastante abigarrado. Si ya hablamos de los islamistas de Ennahda, liderados por Rachid Ghannushi y el Polo Democrático Modernista (PDM) encabezado por Riad Ben Fadhel, otros cinco partidos de referencia serían el antiguo Foro Democrático por el Trabajo y las Libertades (FDTL), fundado por el doctor en medicina Mustafa Ben Jaafar (formación hoy conocida como Ettakatol), el Partido Democrático Popular (PDP), quizás la segunda fuerza política del país dirigida por un nacionalista radical y de izquierda, Najib Chebbi, de las listas de Independientes (41% del total) puede destacarse a la liderada por Abdelfatah Mourou, cofundador de Ennahda en 1981 y con referencia islámica propia y, finalmente, el Congreso por la República (CPR), de Moncef Marzuki.

¿Nos despertaremos el lunes con un Túnez islamista…?. De entrada no lo creo: el mismo líder espiritual de los islamistas de Ennahda, Rachid Gannushi, ha apostado por el respeto al juego político y, por lo demás, Ennahda no es el Frente Islámico de Salvación (FIS) ni Túnez es la Argelia de los años noventa. Además, los islamistas de Ennahda parecen haber apostado por una vía “a la turca”, en consonancia con el AKP de Erdogán actualmente en el gobierno de Ankara, por lo que abordarán la realidad política con pragmatismo y prudencia. Por otro lado y desde el mismo Ennahda, aun en el supuesto de llegar a ser la lista más votada (como lo fueron sus parientes ideológicos del PJD marroquí en las últimas elecciones de septiembre de 2007), ya se han apresurado a matizar tres cosas: primero, que la sociedad no se verá comprimida por reglas religiosas apremiantes, segundo que la igualdad jurídica entre hombres y mujeres no se verá alterada y finalmente que, a la hora de formar gobierno, no quieren cargar con todas las responsabilidades negándose a abordar un ejecutivo en solitario. El partido del Congreso por la República (CPR) y Los Independientes de Mourou serían, a priori, las formaciones con más posibilidades de aliarse con Ennahda. Démosle en definitiva un voto de confianza a la “Primavera Árabe”. Y siendo consecuentes con las reglas establecidas, aceptemos que los islamistas políticos están en su legítimo derecho a participar en el juego democrático mientras, mutatis mutandis, se comprometan con el mismo. Por lo demás la tunecina es, en líneas generales, una sociedad abierta y que goza tradicionalmente de una buena formación académica. Creo en la Tunicia del futuro y aunque algunos, con razones también de peso, estimen que tras estas elecciones constituyentes Túnez pueda dar un salto en el vacío, yo intuyo que la ciudadanía tunecina goza de un aceptable grado de madurez y que sabrá estar, mañana domingo, a la altura de las circunstancias.

Corren vientos de fronda por todo el Magreb y, de haber elecciones libres en los diferentes países, es obvio que el islamismo político se perfila como caballo ganador. Ahora bien, este mismo islamismo legalista sabe que una cosa es predicar y otra dar trigo, que las sociedades magrebíes están evolucionado mucho, siendo sus prioridades el horizonte de un estado de bienestar paralelo al régimen de libertades que atisban en Occidente. Y todo ello, en conjunto, es incompatible con una eventual vuelta de la sharía o ley islámica. En Marruecos, el mismo secretario general de los islamistas parlamentarios del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), el fogoso Abdelilah Benkirán, lo adelantaba estos días en uno de sus mítines cara a las elecciones del 25 de noviembre: “Somos musulmanes, pero estamos en el siglo XXI y debemos sintonizar ambas realidades”. Por su parte, desde el corazón de Túnez el pensador e historiador musulmán Mohamed Talbi señala con vigor que el único obstáculo a la laicidad es la sharia o ley islámica, mientras que “El Corán no es ni un código ni una Constitución y garantiza a todos la libertad de conciencia”. El texto sagrado, advierte Talbi, es claro: “No hay obligatoriedad en materia de religión”, a la vez que el pluralismo estaría consagrado en la siguiente aleya: “Si Dios hubiera querido, habría hecho de todos los hombres una comunidad única”. Que así sea.

Desde Arabia Saudí, patria del infumable wahabismo hambalí en la que han logrado asilo, el clan cleptómano de los Ben Alí seguirá con expectación los acontecimientos. Pero no hay vuelta de hoja. Adelante Túnez, hasta la victoria siempre. Visto.
 

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