Viví un tiempo de diáspora voluntaria en Marruecos, hace
casi un lustro de ello, con una primera noche atípica de
Navidad en Tánger, que no disfruté en lo laíco como si lo
fuera en el terruño ni tampoco supuso la gran ceremonia
religiosa de nuestra civilización cristiana, pero sí
disfruté en buena compañía, por única e irrepetible vez, de
esas horas de paz musulman, también de tradición y recuerdos
occidentales; de ausencias compensadas por nuevas presencias
en donde la soledad sólo se relativizaba por el
compañerismo. O al menos eso creía uno.
Grato recuerdo tengo de aquel concierto de música andalusí
al que asistí en memorable compañía (no digo más, hagan
ustedes sus cábalas), que era patrocinado por el Instituto
Cervantes y la Embajada de España, con colaboración de la
Iglesia Catedral de Tánger, cristiana, eso sí, y que le
supuso a este profano cosquilleos celestiales en el oído
tras la intervención, de nota, por el grupo Omar Metiqui y
Begona Olavide, que arrancaron repetitivos y sonoros
aplausos del respetable, congregado en masa ante la cita
cultural navideña.
Viene esto a colación porque unos amigos mios afincados en
el vecino país me han invitado para que asista al
alumbramiento de un “kafala” en la ciudad vecina de Tetúan,
y la verdad, he declinado la invitación, que agradezco,
razonando la ausencia pero no me apetece lo más mínimo por
dos sencillas causas: hacer cola en la frontera y volver a
renovar los “papeles” para entrar el buga matriculado en la
piel de toro, y dilapidar mi tiempo de oro que priorizo
egoistamente entre los preparativos de mudanza, de marcha a
otra nueva aventura, otro destino que ha sucumbido al
pálpito alocado de este corazón emprendedor, inquieto y
viajero.
Ya digo. Disfruté de la bella Tánger, una de las localidades
comerciales y turísticas más importantes de África del
Norte, ciudad cosmopolita que si bien no es el Madrid de mis
costuras, es lugar donde el turista puede difrutar
perdiéndose entre los numerosos puestos de venta de
marroquinería, alfombras, prendas de vestir, relojes,
alimentos, etc.; poniendo en práctica el arte del regateo en
los zocos de la medina o tomarse un buen zumo natural e
infusiones, el té verde mi preferido. También degustar
algunos de sus platos típicos: el cuscús, la bregua, el
kebab, pinchitos y más para a la postre, como broche de oro,
saborear pasteles y confituras -¡huumm!- que suponen una
delicia al paladar más exigente, pues esos postres a base de
miel (aunque no sea de mi alcarria natal) y frutos secos,
servidos con pulcritud y buenas maneras en la
confitería-pastelería “La Española”, que se emplaza luminosa
frente al consulado gabacho, siempre le reconfortan al más
pintado.
Es recuerdo que no machaca mi mente. Un destino que pudo ser
eterno y no fue. Porque a veces, muchas, lo laboral se
mezcla con lo pasional y ¡Zas! Que te han “agarrao” y no
sabes ni cómo ni dónde ni cuándo. Puede que te salve el
rezo, puede que la suerte pero lo que es claro que si buen
cristiano no eres, buen musulman no has de ser. Y por ende,
en lobo solitario te conviertes. En prometido del viento.
Tan a gusto.
Porque los recuerdos es pasado, sólo eso, una etapa efímera
de la vida pero válida como experiencia, buena para
confirmar lo que ya sabes –que no dejes que te cuenten y
vendan la burra, iah iah iah- que te separa entre tu mundo y
el otro, dilucidando la cosa, separando el grano de la paja,
pero siempre desde la perspectiva siempre de un extranjero
en un oasís con costumbres totalmente distintas a la
nuestras.
De mi breve paso por Marruecos poco más puedo decir. Su
cultura tiene fama de ser cerrada y es complicado hacer
amistades íntimas, dado que son muy reservados. Su a veces
idioma incomprensible, que no siempre reconoces, normas de
educación diferentes, formas de pensar opuesta
diametralmente a la de nosotros, aunque también de gente
amable en el trato, mayormente si hay sonrisa y flus tras el
abrazo.
Los españoles somos allí extranjeros, foráneos, por eso nos
encontramos con el handicap o la dificultad añadida de
comprensión y expresión del árabe, lengua difícil,
espiritual y mística cuyo conocimiento ha de ser a través de
un somero aprendizaje, por mucho que diste de terminarse de
aprender en su total perfección. Otra cosa es el dariya,
dialecto norteño, cuyo aprendizaje puede no suponerle a
quien lo quiera quebraderos de cabeza ni sesudas e
interminables lecciones, máxime con la paciencia innata de
cualquier nativo que se precie en regalarte su tiempo. Que
los hay, a Dios gracias.
Había algo que me llamaba la atención sobremanera, a pesar
de la pobreza que imperaba en el país entonces, y era que de
los techos y azoteas colgaban antenas parabólicas como
setas; como queriendo sintonizar con el mundo exterior, tan
distinto al suyo. También por sus calles y zocos pululaban
chicas con túnicas elaboradas y velo “sexy”, destacando la
feminidad, digan lo que digan los moralistas, y por tanto
atrayendo la atención de los hombres, de los fieles y de los
infieles. Kaftanes al viento que igualmente robaban los ojos
de las cuencas al paseante que hace camino al andar; otras
en tono más europeo se cruzaban sonrientes tras el “look”
vistiendo camisetas ajustadas y vaqueros pegados a la piel,
marcando provocadoras su anatomía de naturaleza
providencial.. Cierto. Había variedad de vestimentas. Y
color. Vida, en suma.
Alguien de cuyo nombre no me acuerdo acertó acaso cuando
dijo que lo primero que hay que saber es que nada en el
mundo árabe es lo que parece. Puede que lleve razón, pero la
materia estriba en que lo desconocido o lo prohibido excita
al aventurero más aún. Díganselo si no al furtivo que mata
caza por el mero hecho de estar prohibido, o por colgarse el
trofeo para envanecido mostrarlo al descreído, que nada le
sacia la carne como alimento.
Mas de todo esto lo que realmente importa no es dónde vivas
sino la gente que te respeta y que tú respetas. Por mucha
cultura y sociedad diferente que sea. El respeto es la
clave. Así lo sentí. Así lo digo. Así lo quisiera decir
aquí.
Termino, que tengo ganas. Como buscando sin buscar, en aquel
entonces uno escudriñaba, quizá sin pretenderlo, hacia el
Oeste, en pos de las costas más occidentales de España, las
de Tarifa y Algeciras, que pudieran ser para el peninsular
extranjero las primeras que vislumbra cada día el sol que
venía de relevo. Bien digo. Que sigue viniendo. El sol. Sin
llamarlo, sin soñarlo. Extraña circunstancia. El relevo ya
está aquí.
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