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OPINIÓN - VIERNES, 21 DE OCTUBRE DE 2011

 
OPINIÓN / COLABORACION

Tánger, ciudad alegre

Por Manuel Corral


Viví un tiempo de diáspora voluntaria en Marruecos, hace casi un lustro de ello, con una primera noche atípica de Navidad en Tánger, que no disfruté en lo laíco como si lo fuera en el terruño ni tampoco supuso la gran ceremonia religiosa de nuestra civilización cristiana, pero sí disfruté en buena compañía, por única e irrepetible vez, de esas horas de paz musulman, también de tradición y recuerdos occidentales; de ausencias compensadas por nuevas presencias en donde la soledad sólo se relativizaba por el compañerismo. O al menos eso creía uno.

Grato recuerdo tengo de aquel concierto de música andalusí al que asistí en memorable compañía (no digo más, hagan ustedes sus cábalas), que era patrocinado por el Instituto Cervantes y la Embajada de España, con colaboración de la Iglesia Catedral de Tánger, cristiana, eso sí, y que le supuso a este profano cosquilleos celestiales en el oído tras la intervención, de nota, por el grupo Omar Metiqui y Begona Olavide, que arrancaron repetitivos y sonoros aplausos del respetable, congregado en masa ante la cita cultural navideña.

Viene esto a colación porque unos amigos mios afincados en el vecino país me han invitado para que asista al alumbramiento de un “kafala” en la ciudad vecina de Tetúan, y la verdad, he declinado la invitación, que agradezco, razonando la ausencia pero no me apetece lo más mínimo por dos sencillas causas: hacer cola en la frontera y volver a renovar los “papeles” para entrar el buga matriculado en la piel de toro, y dilapidar mi tiempo de oro que priorizo egoistamente entre los preparativos de mudanza, de marcha a otra nueva aventura, otro destino que ha sucumbido al pálpito alocado de este corazón emprendedor, inquieto y viajero.

Ya digo. Disfruté de la bella Tánger, una de las localidades comerciales y turísticas más importantes de África del Norte, ciudad cosmopolita que si bien no es el Madrid de mis costuras, es lugar donde el turista puede difrutar perdiéndose entre los numerosos puestos de venta de marroquinería, alfombras, prendas de vestir, relojes, alimentos, etc.; poniendo en práctica el arte del regateo en los zocos de la medina o tomarse un buen zumo natural e infusiones, el té verde mi preferido. También degustar algunos de sus platos típicos: el cuscús, la bregua, el kebab, pinchitos y más para a la postre, como broche de oro, saborear pasteles y confituras -¡huumm!- que suponen una delicia al paladar más exigente, pues esos postres a base de miel (aunque no sea de mi alcarria natal) y frutos secos, servidos con pulcritud y buenas maneras en la confitería-pastelería “La Española”, que se emplaza luminosa frente al consulado gabacho, siempre le reconfortan al más pintado.

Es recuerdo que no machaca mi mente. Un destino que pudo ser eterno y no fue. Porque a veces, muchas, lo laboral se mezcla con lo pasional y ¡Zas! Que te han “agarrao” y no sabes ni cómo ni dónde ni cuándo. Puede que te salve el rezo, puede que la suerte pero lo que es claro que si buen cristiano no eres, buen musulman no has de ser. Y por ende, en lobo solitario te conviertes. En prometido del viento. Tan a gusto.

Porque los recuerdos es pasado, sólo eso, una etapa efímera de la vida pero válida como experiencia, buena para confirmar lo que ya sabes –que no dejes que te cuenten y vendan la burra, iah iah iah- que te separa entre tu mundo y el otro, dilucidando la cosa, separando el grano de la paja, pero siempre desde la perspectiva siempre de un extranjero en un oasís con costumbres totalmente distintas a la nuestras.

De mi breve paso por Marruecos poco más puedo decir. Su cultura tiene fama de ser cerrada y es complicado hacer amistades íntimas, dado que son muy reservados. Su a veces idioma incomprensible, que no siempre reconoces, normas de educación diferentes, formas de pensar opuesta diametralmente a la de nosotros, aunque también de gente amable en el trato, mayormente si hay sonrisa y flus tras el abrazo.

Los españoles somos allí extranjeros, foráneos, por eso nos encontramos con el handicap o la dificultad añadida de comprensión y expresión del árabe, lengua difícil, espiritual y mística cuyo conocimiento ha de ser a través de un somero aprendizaje, por mucho que diste de terminarse de aprender en su total perfección. Otra cosa es el dariya, dialecto norteño, cuyo aprendizaje puede no suponerle a quien lo quiera quebraderos de cabeza ni sesudas e interminables lecciones, máxime con la paciencia innata de cualquier nativo que se precie en regalarte su tiempo. Que los hay, a Dios gracias.

Había algo que me llamaba la atención sobremanera, a pesar de la pobreza que imperaba en el país entonces, y era que de los techos y azoteas colgaban antenas parabólicas como setas; como queriendo sintonizar con el mundo exterior, tan distinto al suyo. También por sus calles y zocos pululaban chicas con túnicas elaboradas y velo “sexy”, destacando la feminidad, digan lo que digan los moralistas, y por tanto atrayendo la atención de los hombres, de los fieles y de los infieles. Kaftanes al viento que igualmente robaban los ojos de las cuencas al paseante que hace camino al andar; otras en tono más europeo se cruzaban sonrientes tras el “look” vistiendo camisetas ajustadas y vaqueros pegados a la piel, marcando provocadoras su anatomía de naturaleza providencial.. Cierto. Había variedad de vestimentas. Y color. Vida, en suma.

Alguien de cuyo nombre no me acuerdo acertó acaso cuando dijo que lo primero que hay que saber es que nada en el mundo árabe es lo que parece. Puede que lleve razón, pero la materia estriba en que lo desconocido o lo prohibido excita al aventurero más aún. Díganselo si no al furtivo que mata caza por el mero hecho de estar prohibido, o por colgarse el trofeo para envanecido mostrarlo al descreído, que nada le sacia la carne como alimento.

Mas de todo esto lo que realmente importa no es dónde vivas sino la gente que te respeta y que tú respetas. Por mucha cultura y sociedad diferente que sea. El respeto es la clave. Así lo sentí. Así lo digo. Así lo quisiera decir aquí.

Termino, que tengo ganas. Como buscando sin buscar, en aquel entonces uno escudriñaba, quizá sin pretenderlo, hacia el Oeste, en pos de las costas más occidentales de España, las de Tarifa y Algeciras, que pudieran ser para el peninsular extranjero las primeras que vislumbra cada día el sol que venía de relevo. Bien digo. Que sigue viniendo. El sol. Sin llamarlo, sin soñarlo. Extraña circunstancia. El relevo ya está aquí.
 

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