Los balcones de la vida están
cerrados para muchos ciudadanos. Viven enterrados en la
miseria y, lo que es peor, sin esperanzas de poder salir.
Las preguntas se me amontonan ante esta triste realidad.
¿Acaso puedo decir que soy feliz si mi semejante se halla
encadenado a la pobreza y soy incapaz de liberarlo del
suplicio? ¿Acaso puedo vivir tranquilo ante el dolor de un
niño y mirar hacia otro lado? ¿Acaso puedo sentirme humano
sin cultivar la mano tendida?. Probablemente, los pobres no
existirían si nosotros fuésemos lo que debiéramos ser,
personas de corazón, sin otro dominio que la de ser
sembradores de ternura. La frialdad del mundo es lo que hoy
impera como un obcecado mal sin remedio.
Todo parece anestesiado, a pesar del banco de lágrimas que
nos atizamos unos contra otros. Se queman los instantes más
inocentes. Indiferentes al río de lamentos proseguimos la
vida. Se siembran imágenes que cimentan el odio y la
venganza. Impasibles al mar de sinrazones continuamos la
marcha. A los pobres no se les permite tener voz. Es lo
mismo. Nada importa. Que hablen los que tienen podio y los
demás a aplaudir. El día que los pobres se decidan a romper
cadenas, verán cómo el mundo cambia. De momento, viven en
prisión en un mundo en el que no se les permite realizarse
como personas. Son muchas las personas que se levantan sin
saber qué hacer, dónde ir, y sin nada que llevarse a la
boca. Esto es inhumanidad.
El día que los desheredados descubran el engaño de los
poderosos, y decidan no bajar más la cabeza y cerrar los
ojos, empezaremos a salir de la deshumanización, que es la
más cruel de las crisis. Por cierto, sería bueno para el
mundo, que coincidiendo con el día Internacional para la
erradicación de la pobreza (17 de octubre), se activase la
lucha por liberar a las personas que no conocen otros días
que las noches. No se puede vivir sepultado en vida. Nos
merecemos todos la oportunidad de saborear la aurora, con
sus ocasos, y luego poder decidir el camino a tomar.
Ya predijo Sartre, en el siglo pasado, que cuando los ricos
hacen la guerra, son los pobres los que mueren. Lo mismo
sucede en el momento actual, en pleno siglo XXI, cuando los
ricos forjan o se inventan la crisis, siempre son los pobres
los que pagan la factura del absurdo divertimento. ¡Qué
hablen los pobres!, por favor. ¡Qué puedan hablar los
pobres!, sin ser perseguidos. Los que se mueren en las
cárceles de la injusticia. El mundo tiene riqueza suficiente
para toda la humanidad. Es cuestión de hacer reparto
equitativo. ¡Qué encarcelen a los asesinos de la compasión!.
Y por contra, ¡qué gobiernen los que se toman lo suyo y aún
reparten de lo suyo! Al universo de los civilizados le
faltan virtuosos de la justicia y le sobran arrogantes con
poder en plaza.
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