Me quedé helado, cuando el jueves,
a media mañana, vi la esquela mortuoria de Antonio Benítez.
No me lo podía creer, porque hacía muy pocos días lo había
visto en la calle y aunque en esa ocasión no nos habíamos
parado a hablar, porque íbamos por sitios muy distantes el
uno del otro, lo que sí me pareció entonces, como siempre,
es que su aspecto era tan normal como otras veces, con lo
que eso de morir, tan pronto, no lo hubiera podido
sospechar, de ninguna manera.
He sentido su muerte como si se tratara de alguien cercano
de verdad y es que cercanos estuvimos en muchas ocasiones y
nuestras posiciones, también eran cercanas en lo principal,
en el trabajo.
He conocido a pocas personas con un espíritu de trabajo como
el que él tenía y aunque la edad ya le había apartado un
poco de todas las ocupaciones, sin embargo, no había un solo
día que no se diera una vuelta por sus establecimientos, sus
joyerías, y no se le escapaba nada de lo que había y de lo
que se estaba haciendo entonces o se había hecho un rato
antes.
Él no era ceutí de nacimiento, pero llevaba a Ceuta en su
corazón, en lo más profundo, como si hubiera nacido en la
mismísima Calle Real.
Podría haber trasladado sus negocios a la Península, a otros
lugares en los que, en la actualidad, hubiera más movimiento
de lo que hay en Ceuta, pero no lo hizo, ni siquiera se le
pasó por la cabeza cambiar de aires, él sabía que Ceuta le
había acogido, que en Ceuta había transcurrido la mayor
parte de su vida y que no podía cambiar Ceuta por ninguna
otra parte. Era ceutí por sus cuatro costados.
Por eso prefirió esto, es cierto que no había nacido aquí,
pero aquí ha querido morir, como otro ceutí más, de todos
aquellos con los que él compartió horas de trabajo, de
descanso y de amistad.
Fue, sin lugar a dudas, todo un caballero, un hombre de
bien, de ,los de verdad, sin dobleces, ese tipo de hombres
que saben estar en cada instante, en su sitio justo. No
quitó el lugar a nadie, estuvo donde tenía que estar y hace
más de un año se le concedió una de las condecoraciones que
más honran a quien las reciben, la medalla al trabajo. Una
medalla que no le regalaron, que él se la había ganado a
pulso y que hubo quien, en Ceuta, tuvo el tino de saber
reconocer su valía, a lo largo de todos los años de su vida.
Hace un par de días Ceuta ha perdido a otro de los suyos, a
un profesional que supo entender y llevar a buen puerto sus
negocios como sólo los entienden los más grandes y que,
habiendo partido de cero, fue capaz de montar una cadena de
joyerías en Ceuta que dan prestigio a la joyería y a la
propia Ceuta.
He sentido en lo más profundo de mi alma no poder estar a
dar el último adiós a Antonio Benítez, pero el haberme
enterado tarde, el haberlo sabido cuando ya no había tiempo
de hacerlo me lo ha impedido.
Y lo siento de verdad, porque él me consideraba como un buen
amigo suyo y lo siento porque ya, en ese paseo del Revellín
no me volveré a encontrar con la persona que siempre tenía
una palabra agradable sobre el día a día de Ceuta.
Antonio Benítez nos ha dejado pero sus amigos los que desde
hace tiempo lo éramos no le vamos a olvidar nunca, porque a
un hombre así no se le puede olvidar, descansa en paz
Antonio.
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