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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 5 DE OCTUBRE DE 2011

 
OPINIÓN / COLABORACION

La caída de la cruz (II)

Por Javier Arnaiz Seco


Las olas del tedio, el desgaste lógico de los años y el hastío que es el soberano absoluto de nuestra cultura habían hecho perder fuerza y significado a la “Cruz de los Caídos”. El monumento había ido perdiendo el magnetismo que hacía que el cuerpo humano que transitara por sus cercanías entrara en éxtasis e, izara automáticamente como un resorte, el brazo derecho con su rígida mano extendida al sol. Sol que ya no simbolizaba el estilo directo, ardiente e impetuoso del primer verso del himno de la Falange. A su vez, el tiempo silenciaba paulatinamente los edulcorados discursos, las arengas y los gritos y vivas de rigor. El espacio, que junto a un atrezo de banderas y desfiles se adaptó a la formula, “Una Patria, un Estado y un Caudillo” particular copia española del alemán,”Ein volk, ein Reich, ein Führer”, había sido ocupado por el rugido de los motores de explosión, automóviles, que los futuristas ya consideraban más bellos que la Victoria de Samotracia.

Durante estos 45 años se había perdido la noción de aura, su valor de culto, era ya un recuerdo con obsolescencia programada obligatoria. Aparecida la nueva sociedad de consumo, sus clientes antiguos, los ya gandules de la anestesiada Falange que con el baile de ideologías se habían pasado a la socialdemocracia, eran un símbolo de una época agotada.

El consumo obliga a tirar o a reciclar cosas que no necesitamos, el monumento era ya, para muchos, un producto de segunda mano, un producto desechable que no sólo servía como objeto algo lúdico a los querubines fogosos del barrio para trepar y jugar con placidez al escondite en su parte trasera, sino también como descanso del vuelo de los pájaros que se posaban sobre sus brazos ya sin temor al águila. Y cómo ningún producto dura para siempre la cristiana cruz, abandonada por los eclesiásticos que opinaban justificándose que el atrio no era suyo, aquejada de artrosis de tanto buscar el cadáver que nunca se ha encontrado va a pensar en hacerse la eutanasia. El catafalco como una cosa pasada, remolonea y se resiste a marchar, observa como su mundo desaparece mientras emergen y transitan por su alzado unos nuevos ciudadanos y nuevas clases sociales en busca de poder. Solo se va a mantener erguido por la ley de la gravedad.

El monumento como invariante castizo de nuestra rica tradición hispánica, caerá el día 23 de abril de 1985 ayudado por la hoz y la coz de dos amigos en el poder, el regidor y el delegado de la ciudad. Ambos van a proyectar en perfecta urdimbre desmontar el recordatorio del panfleto falangista y extirpar este foco de infección fascista ante el escalofrío de la posible vuelta del murmullo en la oscuridad de la halitosis franquista y por el pánico a que el águila echara a volar de nuevo.

Son los instigadores de mover, la capacidad evocativa del monumento, al cementerio de Santa Catalina, para por un lado des-alojar su céntrico espacio y por otro des-alejar en esa dirección y lejanía, su ocultación.

El lento plan urdido para que el monumento desapareciera por su propio peso legal había comenzado el 13 de julio de 1982. En esa fecha en Ceuta, en la sede de la Dirección Provincial del Ministerio de Cultura, se habían reunido los miembros que formaban la Comisión del Patrimonio Histórico Artístico para, entre otros asuntos tratar de clasificar diversos monumentos y edificios en orden a su posible conservación. Al decidir sobre uno de ellos anotan, “que concretamente la Santa Iglesia Catedral y su entorno se acuerde que con el fin de que sea conservado con el respeto que merece el monumento a los caídos en la guerra 36/39 adosado a la fachada de la S. I. Catedral sea trasladado íntegramente al cementerio de Santa Catalina. El día 16 de abril de 1985 los miembros de la Comisión, como figuras de un guiñol, ratificarán este acuerdo.

Será la Dirección Provincial del MOPU de Ceuta la encargada de contratar la penosa tarea de su desmantelamiento, que se realizará con extremado “Cariño”, no sin antes, según ciudadanos que estuvieron presentes, soportar la infantil marrullería del presidente del puerto, para que con su sinuosa acción de guiñar al maquinista, este último soltara de la braga de la telescópica grúa móvil, la suspendida escultura de hormigón ennegrecido del águila, para que en su caída se hiciera añicos.

El monumento no se trasladó, a pesar de encargar un proyecto para la nueva ubicación en el patio de san Nicolás, al arquitecto, miembro de la Comisión del Patrimonio Histórico Artístico, Frco José Pérez Buades, que cede a la tentación de reelaborarlo con los materiales disponibles del que llegó ingenuamente, a realizar un boceto.

En su tumba, como arquitecto, José Blein todavía no se acomodaba al sencillo esquema de buenos y malos con ribetes de farsa. Ambos siempre confunden el valor de uso y el valor artístico. Unos le habían desmantelado el monumento situado en el atrio de la catedral otros demolido y hecho desaparecer el busto de Fermín Galán del jardín de Rosende y el monumento homenaje a los fusilados en la intentona republicana de Jaca. Su resignación basculaba entre la novela negra y la parábola surrealista pero su sonrisa reflejo de su siempre sentido del humor, esta vez, sólo se podía entender como un mecanismo de defensa ante tanta barbarie.

Actuar en lo destruido

Sustituida para los más recalcitrantes la V de la Victoria, la del Vini, Vidi, Vinci del fascismo por la V de Vendetta, en el atrio solo circulaban los efluvios del orgasmo que la erótica del poder deja como huella en estos acontecimientos.

Después de proceder también a la demolición del edificio ocupado por el Frente de Juventudes adosado a la Vicaría, en el suelo quedaban las huellas de una geografía post patriótica y tres naranjos. El indeterminado espacio había que resolverlo y será el alcalde de la ciudad quien encargue al arquitecto municipal el proyecto para su resolución, que estará terminado en junio de 1985.

El espacio que se le confiaba, las obligaciones dictadas por lo específico del lugar y el incidir sobre este delicado tejido planteaban cuestiones que acechaban e interesaban al grado de conocimiento teórico que de su disciplina tenía el arquitecto.

La primera decisión será dilatar el terreno unificando los dos solares en uno solo para disponer de un espacio abierto donde actuar sobre un nuevo terreno susceptible de ser ocupado de forma pública. Una segunda decisión será conservar en su situación los tres naranjos preexistentes, plantando alguno más en línea.

Su interés por lo concreto, los gestos pequeños casi táctiles a que le obliga el oficio y su voluntad de arrimarse a la actualidad de la moda sostenible inspiran y guían un proyecto para levantar el desafío de ver florecer de nuevo el agonizante árbol de la cultura. Será una obra, no sin una cierta dosis de idealismo, sometida al paso del tiempo, un recinto verde en donde los árboles se conviertan con su crecimiento y flexibilidad en los auténticos protagonistas de la composición.

Para no volver a desquiciar este espacio, apuesta a crear una pequeña plaza para la contemplación y la conversación ociosa, digno albergue de la gente que espera el inicio o la terminación de los oficios litúrgicos o como área de descanso de paseantes jóvenes o mayores, estos últimos, militarizados en el IMSERSO organismo que los acoge como nueva unidad de destino en lo universal.

En el plano horizontal sobre una dibujada retícula neutra de solería y en las esquinas de un cuadrado, en sus vértices claustrales, se plantan cuatro jóvenes ficus. Entre los intercolumnios que formaban sus troncos se situaban cuatro bancos cuyo diseño hacía alusión, como preexistencia ambiental, a las molduras recreadas por el arquitecto José Blein en la Catedral. De igual manera el encuentro de su volumen con el suelo se resolvía mediante el uso de un zócalo de aplacado en piedra natural de las mismas características por él utilizado.

El punto de control del centro geométrico de la plaza, en lugar del pozo o la obligada fuente, es ocupado por un monolito casi escultórico, basa y columna de una luz artificial, iluminación mística deslumbrante cuya temperatura calentaba como un fogón el vacío de la noche. La fuente no era necesaria ya que los rumores del agua los generaban las olas del mar Mediterráneo al romper en la playa de la Ribera durante los fuertes Levantes, haciendo frente, al ruido más pegado al terreno de las rodaduras de los coches.

Al igual que en trabajos conjuntos con arquitectos anteriores, el municipal pedirá la colaboración de un artesano, el amigo Manolo Banderas, para la realización de las piezas artificiales, copas idénticas a las colocadas en la plaza de África como remates de las pilastras de las balaustradas de cierre del atrio, bancos y monolito.

Por último, el arquitecto, como todo profesional que no sabe resolver este problema, para tapar la medianera del museo catedralicio, planta una enredadera. En la actualidad el problema está resuelto, se llama jardín vertical.

La obra que se licitó por 4.583.485 pesetas, deja traducir ante todo una melancólica sensación de simpleza, eficacia y austeridad.

El devenir histórico.

La plantación en torno a esa geometría horizontal se había convertido después de veinte años, en una cerrada masa verde que justificaba la validez de la intención que guió el proyecto. De modo que el crecimiento natural de los arboles estaba mostrando su capacidad de ser útil como estructura física para nuevos usos, para ver pasar el tiempo y para confirmar las hipótesis de partida. Sus ramas y hojas, que habían adquirido los ritmos de la música del aire, cubrían una calada cúpula verde, completando los alzados y secciones no dibujados en los planos del proyecto. La luz natural a su través daba lugar a provocadoras experiencias visuales. El edificio de la Catedral se engrandecía y acentuaba en contraste con esta arquitectura anónima, incontrolada y modesta en la que no había lugar para la retórica. El espacio, concebido como un lujo de naturaleza alegórica, era un pórtico natural en recuerdo, continuidad y memoria a los pórticos decó, herreriano y regionalista efectuados por arquitectos anteriores en los alrededores de la plaza. Después de veinte años, los árboles en su biológico crecimiento, establecían una relación entre memoria y lugar. Árboles que anualmente grababan en el grosor de sus troncos una nueva capa de carga hereditaria, edad en anillos concéntricos que les convertían en árboles genealógicos. En su umbría y frescura volvían a posarse los cantos ceremoniales de los pájaros.

Dos nimios problemas que surgirán en el comienzo del S-XXI incidirán en el atrio, uno resoluble desde la disciplina de un peón y otro por la forma de ser utilizado.

El primer problema fue, que algunas raíces que parecían particularmente sedientas o intranquilas y muy fuertes, se alargaban en busca de agua. Tantean estratos hasta alcanzar épocas protohistóricas para dar un grado de solidez a su rizoma, que es la estructura de sus raíces. En su rastreo, cruzando por debajo del piso, fluyen por los antiguos veneros indigeno fenicios hasta encontrar el aljibe medieval, donde van a efectuar glotonas felaciones, regruesando sus secciones. El aumento del volumen de las raíces que empezaban a desbrozar de hormigón el terreno, traerá como consecuencia el progresivo y feo levantamiento de la solería.

El segundo problema fue la equivocación del arquitecto municipal en cuanto al tipo de personas y a los modos y formas de habitar este nuevo pórtico. La capacidad evocativa, el carácter casi litúrgico de la robusta floresta como nueva religión sostenible, (siguiendo a Spinoza “Dios y la Naturaleza son lo mismo”) y la comodidad y versatilidad de los bancos, se iban a convertir en un imán para el vagabundeo de turistas de lata y bocata y para que los homeless e indigentes, desfavorecidos sin trabajo pero con tiempo, se adentraran en el bosque.

Todos juntos, incluidos técnicos, arqueólogos, políticos y algunos inmigrantes del CETI, con tradiciones y creencias más fuertes que la fe de un cura, hacen también acto de presencia para intentar tocar con sus manos y dar vueltas alrededor del monolito central de la plaza, que hincado en posición invertida había caído desde el cielo recordando al de la película “2001 Una Odisea en el Espacio”.
 

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