Resulta extremadamente curioso el
que, en el curso de una vista oral, tanto imputados como
testigos se dejen mutuamente con los traseros al aire y con
la apariencia de que, lo que les ha sentado en el banquillo
ha sido una especie de “mala gestión de la rumorología”
adobada con varios cientos de “malentendidos
malintencionados”. “Facer un entuerto” no necesita
traducción por más que pertenezca al antiguo “román paladino
en el cual suele el pueblo fablar a su vecino” y cuando el
“entuerto” adquiere la alevosa consistencia de una calumnia
por escrito y con publicidad el tema adquiere gravedad,
máxime cuando deja constancia del caracter proceloso de la
acusación formulada el que apareciera “no-firmada” con el
socorrido y cobarde recurso del pseudónimo. Si los indicios
contrastados con la realidad adquieren el carácter de
prueba, evidencias hay y no indicios de que el periodista
Luis Aznar al ahorrar sus nombres y apellidos en la
“desinformación” de marras, no las tenía todas consigo. De
haber poseído una total constancia y conciencia de que la
noticia era verídica y exacta ¿Para qué ocultar el nombre
del autor si no decía más que la verdad?. Solapamiento,
ocultación, Iván Chaves y Antonio Vázquez ponen en boca de
Aróstegui, que a su vez, pone en boca de Mohamed Alí unas
frases que el propio Alí desmiente con rotundidad. Y a
partir de ahí se desmorona el contubernio, porque calumniar
sale gratis si se tiene a mano la herramienta irrenunciable
de la “exceptio veritatis” la excepción de la verdad y si se
puede demostrar la autenticidad de lo dicho con pruebas
fehacientes “no hay más tu tía” no existe la calumnia y
procede la absolución.
Pero en este supuesto que nos ocupa donde la imagen de José
Antonio Muñoz, su credibilidad, su honradez y su decencia
fueron puestas “a los pies de los caballos” de forma
voluntaria y artera, sin que quepa ni la menos excusa y
mucho menos el echar mano de “errores” o de “malas
interpretaciones”, la conclusión de los hechos está poco
menos que cantada y los fundamentos de derecho aparecen
claros y cristalinos porque quienes realizaron el montaje
difamatorio que afectó gravemente al Presidente de la AD
Ceuta fueron conscientes en todo momento de su falsedad y no
obstante “se arriesgaron” con manifiesta temeridad a lanzar
una información falsaria. Pero la clave era Mohamed Alí y de
su afirmación o de su negativa a que los hechos se hubieran
producido tal y como aparecían en la prensa, dependía en
exclusiva la setencia exculpatoria o condenatoria. Mohamed
Alí fue pura negativa, Aróstegui algo tenue, Aznar firmando
con un pseudónimo con la creencia de que podía “hacer sangre
sin mojarse” y Rafael Montero teniendo que encajar la
responsabilidad de ser el editor del invento y tener que
asumir el “entuerto”.
Se dice que “los grandes pecados tienen largas sombras” y en
este caso las imputaciones efectuadas por escrito y con
publicidad contra José Antonio Muñoz revestían especial
gravedad por los hechos de los que se le hacía responsable
en concepto de autor. Hechos claramente delictivos. Y
falsos. Un puro montaje construído sobre una información
capciosa sin coincidencia alguna con “ninguna” realidad. Las
consecuencias penales son evidentes y no resultan creíbles
ni testimonios que son puras divagaciones ni las
explicaciones rozando el absurdo de los testigos,
indefinición, vaguedades, rectificaciones nada creíbles y ni
una explicación coherente que de pábulo a las reiterativas
autoexculpaciones, no es ya el típico “Donde dije digo, digo
Diego” sino tratar de negar una evidencia: la existencia de
una imputación falaz, falsaria e injusta. Y llevada a cabo
con una sola, diáfana y evidente intención: causar un daño
irreparable. Rectifico, en apariencia “irreparable” porque
la ley tiene ampliamente previstos estos supuestos y sabe
muy bien como reparar el mal causado y resarcir a la víctima
inocente.
Porque el intento de la publicación fue acusar y victimizar
al Presidente de la AD Ceuta sin otro fin que perjudicarle
“faciendo un entuerto” que en la vista del juicio oral y
aquejados los imputados de una oportuna “amnesia de
banquillo de los acusados” parecían no recordar. Amnésicos o
no, las leyes son claras y el tipo delictivo no admite duda
alguna, por muy patéticas que fueran las torpes excusas para
exculparse que no presentaban ni el mínimo rasgo de
credibilidad. Ni rastro de “A lo hecho, pecho”. Pero, aunque
tampoco se esperaban posturas de “Don Rodrigo en la horca”,
el espectáculo fue lastimoso, patético y sin el menor rasgo
de dignidad.
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