El tema escogido y acogido por
Naciones Unidas, con motivo de la celebración del día
Internacional de la Paz (21 de septiembre), no puede ser más
sugerente y acertado para el momento actual que vivimos:
“Paz y democracia: ¡haz que tu voz se oiga!”. Ciertamente,
hoy el mundo precisa oírse y dejarse oír mucho más, entre
todas las culturas y civilizaciones. Nadie debe sentirse
extraño en un mundo global, resultaría absurdo y mezquino,
impropio de personas que se pueden comunicar. A pesar de
tantos muros que pueden separarnos, quizás por eso,
precisamos escuchar con mayor fervor los mil lenguajes y los
mil sentimientos que todos portamos, máxime antes de emitir
veredictos. Es vital que todos los humanos puedan expresarse
libremente, sólo de esta manera se puede entablar y
establecer diálogo, compartir vivencias y convivencias,
vivir unidos y desvivirse por el planeta. Escuchando es como
se aprende a oír; oyendo es como se aprende a comprender; y
sin duda, comprendiendo es como se aprende a respetar los
diversos timbres humanos. Los auténticos demócratas saben de
lo que estoy hablando, porque su lenguaje es este
compromiso, el de la paz y el de la vida en servicio.
Nadie tiene derecho a enmudecer voces. La democracia se
nutre de las voces. La paz se nutre de las voces. Una nación
incapaz de hacer justicia es una nación ahogada, como lo es
también una nación sin elecciones libres. Hay signos que no
se pueden callar. El planeta precisa de la manifestación de
todos para hacer un futuro más habitable, más armónico, más
seguro y más de todos, con oportunidades para el conjunto de
sus moradores. Nadie puede ser excluido. Nos merecemos ser
protagonistas de nuestra propia historia y compartir esta
apasionante aventura con nuestros semejantes. Que fluya la
voz del pueblo y converja en el bienestar de la especie
humana, debe ser la aspiración de toda cultura. El hombre
sordo a la voz de su análogo es un bestia. La gran
turbulencia de conflictos y de crisis que arrasa el mundo
merece un cambio y la respuesta debe partir, precisamente,
de la sintonía con todas las voces y de la acción común de
todos los países.
El futuro del mundo no radica en una persona, y mucho menos
en un poder o en un grupo de poderes, reside
prioritariamente en nuestra donación hacia los demás, en
prestar ojo a todas los clamores humanos y oído a todas las
necesidades. Bajo este razonamiento, aplaudo a los que
proclaman en voz alta los lamentos del mundo, que son muchos
y variados, para que cada cual se los interiorice para sí y
actúe según conciencia, que cuando es tal, siempre se pone
al servicio de lo justo. De igual modo, también celebro a
los que pregonan, con intención de servicio y de ejemplo,
sus afanes y desvelos de dar a la tradición del mundo un
desarrollo más equitativo y ordenado. La paz no puede estar
fundamentada sobre una voz poderosa, sino por todas las
voces, tampoco sobre una falsa retórica de palabras. Es
necesario que la paz se oiga, pero mejor que la paz se
cultive y se practique para que nos cautive. Convendría,
pues, preguntarse: ¿estamos verdaderamente educando para la
paz o es mera palabrería? ¿Propiciamos la paz o hacemos la
guerra? Quizás todavía no hayamos entendido, lo que en otro
tiempo dijo el gran pensador indio Gandhi, que no hay camino
para la paz, que la paz es el camino; y, en ese camino todas
las voces son necesarias y precisas para sustentar la
armonía que todos nos merecemos y que todos debemos buscar.
Si queremos gozar de las voces pacificadoras, aparte de
velar bien las armas, tenemos que sentir esa paz como
propia, para poder compartirla y derramarla por el
incendiario planeta. Por desgracia, tengo la sensación de
que el mundo está cada día más crispado, en parte porque
hemos convertido la vida en lucha permanente y cruel,
trazando una línea de conflictos competitivos totalmente
inhumanos. El mundo tendrá que plantearse con seriedad y
rigor los interrogantes de este calvario, y ver la manera de
garantizar la existencia de normas y el cumplimiento de las
mismas, con las que poder hace frente a este aluvión de
necias batallas. Nada puede resultar más contrario a nuestro
develo por alcanzar la paz y el desarrollo, que un mundo
fragmentado por las políticas, dividido por las economías,
roto por las religiones, deshecho por las injusticias,
despedazado por la falta de libertades. En cada país, así
como entre todos los países, debemos esforzarnos por
afianzar una alianza de corazón, sobre la base de la
humanidad que compartimos.
El día que la paz sea la misión primordial de cada uno, la
base de su vida, la esencia de su camino, la única causa que
motiva alzar la voz, todo esto dejará de ser un sueño para
convertirse en una júbilo planetario, sobre todo para la
multitud de gentes que ahora, en este preciso momento, viven
encadenadas y encarceladas a la incomprensión, a la
inseguridad y al miedo. ¡Haz que tu voz se oiga! para
unirse. Hay tanto por lo que aunarse que nuestro mismo
universo nos muestra su variedad, pero desde la ley suprema
de la unión y la unidad. Por tanto, lo que precisamos a la
voz de ya, son gobiernos más universalistas y transparentes,
gobiernos legítimos y democráticos, poderes que respeten
opiniones diversas y que dejen florecer en cada ser humano,
su impronta de conciencia crítica, por medio de la
cooperación y de un incondicional servicio a toda la
civilización. Qué se aviven todas las voces de paz es bueno
y mejor aún, que las otras, aquellas que activan conflictos,
vean que no hay vencedores ni vencidos en una contienda,
sino derrota de humanidad y fracaso humano.
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