A través de muchos años dedicados
a la enseñanza, nos encontramos con muchos casos de alumnos
y alumnas que, aparte de sus responsabilidades escolares,
tuvieron que compartir otras labores al margen de la
escuela, demostrando, en general, una especial sensibilidad
al ser utilizados por necesidades familiares a la
colaboración, al buen funcionamiento de la unidad familiar.
Desde aquellos alumnos y alumnas que se tenían que quedar en
casa para cuidar a hermanos pequeños, mientras que las
madres tenían que atender otros tipos de problemas, a
aquellos que tenían que colaborar para atender a mayores
enfermos u otros tipos de problemas. Interesa destacar que
todas estas formas de dedicación a la familia, iban en
detrimento de la escuela que, a largo plazo, les solían
pasar factura en el rendimiento escolar del alumno o alumna,
con la no superación de los cursos donde estaban
matriculados, sobre todo en aquellos casos donde el período
de “colaboración familiar” se alargaba.
He recordado cuatro casos de pequeños héroes y heroínas que,
como digo en párrafos anteriores, su labor escolar se vería
perjudicada.
El primero de ellos, situado en aquella mi primera escuela,
en mi recordado Barbate. Se trataba de un cuarto curso de la
antigua Enseñanza Primaria, donde se encontraban dos
hermanos, los “Serrano”, con escasa diferencia de edad. En
la Escuela hacían lo que podían. Faltaban a clase con
frecuencia, por lo que el absentismo escolar era muy
elevado. Pero, ¿por qué no asistían con regularidad al
Colegio? ¿Hacían novillos y se iban a jugar a la playa? No.
Se iban a trabajar con su padre. Yo ya sabía que cuando
faltaban era porque acompañaban a su padre, en su segunda
actividad, un modesto guardia municipal que, para atender a
sus necesidades familiares –se trataba de una familia
numerosa- tenía que dedicarse, casi siempre por la mañana, a
elaborar y repasar cajas de madera para meter el pescado.
Así que, cuando el padre se acercaba al Colegio, siempre me
decía: “¡Sr. Maestro, me los llevo! Gracias a ellos podemos
“ir tirando”.
El segundo caso, el de Pepe, donde él mismo afirmaba que su
período escolar fue mal aprovechado. De entrada decía, que
su permanencia en la escuela tenía para él un marcado
relajamiento, donde el juego y las bromas estaban a la orden
del día. No progresaba, ya que en sus horas libres se
dedicaba a trabajar en una panadería cercana a su domicilio,
lo que le impedía dedicarse al estudio. Ese tiempo de
dedicación al juego y al trabajo de la escuela, los clásicos
deberes, quedaban anulados, porque Pepe, sólo disponía del
tiempo de mediodía para comer y volver al colegio por la
tarde, porque a él no le gustaba faltar a clase. Obviamente,
después de salir del colegio por la tarde, ¡a trabajar en la
panadería! Con tanta dedicación a su “trabajo extra” Pepe no
“progresaba adecuadamente”, porque, su actividad exclusiva a
la panadería le restaba tiempo para las tareas
extraescolares, los clásicos deberes que obligatoriamente
tenía que realizar.
Por parte del equipo de maestros que le atendía, había
cierta flexibilidad con Pepe, a la hora de exigirle la
respuesta a la realización de sus actividades, ya que
entendía que su labor de aportación a casa era de suma
importancia, con el pan que llevaba y algunas monedas que
recibiría a cambio de su jornada laboral.
Pepe, me decía con mucha sinceridad, que su padre, un
modesto pescador y una familia numerosa, hacía necesaria su
aportación. Claro que finalizó su escolaridad y no pudo
conseguir titulación alguna. Pero sí, esa “titulación” de
haber hecho todo lo posible para remediar, en parte, los
problemas económicos de su familia.
El tercer caso, una alumna de 6º Curso de la EGB, Carmen.
Era su último curso, ya que agotaba su escolaridad, siendo
lógico que se encontrara desmotivada y con escaso interés
por aprender. Ella justificaba su fracaso escolar por
motivos familiares. Durante años había faltado mucho a clase
ya que tenía que hacer compañía a una hermana que se
encontraba gravemente enferma. Tenía que cuidarla y estar
junto a ella. Desgraciadamente no sirvieron para nada sus
cuidados, ni los de la ciencia, porque su hermana falleció.
Pero, con una sonrisa, que nunca desaparecía de sus labios,
decía que todo lo daba por bien hecho. ¡Había dedicado parte
del tiempo de la escuela y de su juego, en el noble quehacer
de estar junto a su hermana!
Pero, de nuevo, por problemas familiares, nuestra alumna
tuvo que abandonar el Colegio, antes de lo previsto. Tenía
que marcharse a una localidad de Barcelona, donde se
encontraba otra hermana enferma. Su madre y ella tenían que
estar junto a la citada hermana. Aunque faltaba sólo un mes
para que el curso finalizara, nos dejó, con su escolaridad
incompleta.
El cuarto caso, lo protagonizó otra alumna, compañera de 6º
Curso de la EGB, en el Centro Juan Morejón. También con
retraso escolar considerable, ya que se encontraba a punto
de agotar su escolaridad. En aquel curso registró un
absentismo escolar considerable, debido a que tenía que
prestar un valioso servicio a la familia. Desempeñaba una
labor de mucha responsabilidad, ya que se trataba de atender
a su abuela materna, que se encontraba enferma. Era
diabética y, además, tenía problemas renales. Como
consecuencia de estos problemas nuestra sacrificada alumna
tuvo que acompañar a su abuela en varias hospitalizaciones.
La madre tenía que trabajar, ya que su matrimonio estaba
roto, y era la responsable de aportar el dinero en casa.
María del Mar, nuestra protagonista, tenía que asumir todos
los problemas de enfermedad de su abuela. Como los males de
ella no se resolvían en nuestra ciudad, tenían que
desplazarse a Cádiz. Así, que durante todo el curso, salvo
aquellos espacios de mejoría de su abuela, asistía a clase,
pero con un gran desfase, hasta que se produjo el
fallecimiento de su abuela.
Ya finalizado el curso, no tuvo más remedio que renunciar a
su continuidad en la escuela, con la esperanza, quizás, de
continuar en escuela de adultos. Pero ahí quedó su labor de
entrega a su abuela, donde había adquirido una gran
experiencia en el trato de enfermos mayores. Con gran
satisfacción me decía que era ella la que le ponía a su
abuela la insulina.
Ejemplos de jóvenes alumnos y alumnas que, en general, pasan
desapercibidos, cuando requieren el reconocimiento de todos
aquellos que tuvimos la fortuna de conocer el
desprendimiento y generosidad de estos pequeños héroes y
heroínas.
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