"Toc”. Toc”. Tocan, crujen, astillan, horadan como termitas
la madera. Es la guerra, el juego no doliente de la petanca,
olé. Continúan silbando las bolas lanzadas por los
participantes congregados en el Club de Petanca “General
Carvajal”, en la barriada de O´Donnell, impactando contra
los listones de madera que cierran el campito de juego, y
claro, estos tablones sin protección alguna, a pelo, braman
al golpe seco de “Toc”, “Toc”, que jode un “güevo” y parte
del otro, con perdón, pero es que a los varones de la
barriada les tienen, nos tienen, justamente hasta ahí…Toc.
Como juego reglado que es, curioso deporte éste de la
petanca, compiten en campitos donde los participantes se
juegan unas partidas en equipos de a tres, si bien el
concurso parece ser de a dos bolas para cada componente del
trío competidor. A juzgar por las dilatadas horas de
contienda nocturna, muchas e incontables son las bolas que
surcan el aire quedo como el residente, impotente, que lucha
contra la almohada, la que, paradójicamente no cruje y
silencia el concurso que sobre ella se da. Y no pasa ná.
Parapetada tras las nubes asoma la luna, no llena del todo
no vaya a ser que una de estas bolas le afee la jeta;
tampoco se asoma la vecindad por si las moscas, dado que en
la bella ciudad mediterránea crecen más los enrejados que
los cristales dobles e insonorizantes. Será porque aquí no
hay ruidos vamos..
Así las cosas, será oportuno elevar una nota de súplica a
Banglietto, su respetado presidente, para que sus chicos nos
respeten también a los residentes madrugadores atendiendo a
un próximo cambio de horario, diurno si es posible, pues,
por mucho que el jueguecito esté debidamente autorizado, ya
sea éste en competiciones de 12 o de 24 horas de tirón como
homenaje a un socio distinguido y/o por recompensar a otro,
tal vez, lo que es respetable; pues, también y no por ello
menos lógico sea tener en cuenta el particular homenaje al
descanso reparador del vecindario, que a alguno las seis de
la mañana se le echan encima y las legañas no le dejan ver
con nitidez la amanecida. No te giba.
Que los del Club de petanca Grupo General Carvajal, o Cruz
de Mayo, ilusionados con los cascaporros que se dan entre
las diminutas esferas de metal, van tan cegados de bolas,
que puede ser que la más rebelde de ellas se ayude del
listón ruidoso y salga disparada como bala de cañón en
trampolín -no de circo precisamente-, sorteando las pocas
brazas de distancia hasta la mar para ¡diana! darse contra
la cocorota del vigía ¿mehani o fuerza auxiliar naval?, que,
somnoliento, se apretuja de la bruma bajo el palo mayor de
la patrullera marroquí número 113 (número de la cruz roja
que juegan ahora los vecinos de Juan XXIII, abonados en masa
cual soplo de la diosecilla fortuna ¿ ?), quien creyó por un
momento haber sido golpeado por el ala errática de un pez
volaor, acaso escapado del ojo avizor del dueño de uno de
esos tan demandados puestos de la explanada adyacente, venga
que venga a darle a la húmeda con sus correligionarios. Que
no pasa ná. Bueno, un eurico menos para el del tenderete. Y
un chichón no mas para el dormilón.
Más madera. Más ruido. Viva la jarana. Que esto es lo que
les pasa a los vecinos del Hospital Militar, o civil a
partir de que estas líneas caígan abatidas por el rodillo
enemigo, que lo es el duende de la imprenta. No, decía, que
les joden por envidia a los vecinos por tener una placita
chuli, coqueta, tan iluminada que da más luz que las
parturientas del vecino país en Loma Colmenar, que ya es
decir, y héte aquí bajo sus luces, a sus fastos, que también
vienen, o vendrán, igualmente atufados de porretes, las
juventudes hitlerianas con su uniforme caqui miedo, o
mierda, cantando victoriosos al paso de la oca, que todo se
andará, total ya puestos, retumbando aún más si cabe los
añejos ladrillos de las casas.
Que la chiquillería ya moza, que pintan vello, en vez de
tomar los libros y el estudio que los haga gente de
provecho, nada, todo lo contrario, toman la calle y la plaza
en noche vocinglera, irrespetuosa, cuando no aireando en voz
grave sus “pesares” azuzando los canes para arrancar las
risotadas del grupito, ay juventud, divino tesoro, siempre y
cuando ésta sea respetuosa con las normas de convivencia, no
la que se abandera tras la alborotadora y continua falta de
respeto a la convivencia, al descanso de los demás, coño,
que hay ancianos, niños, enfermos. Y “cabreaos” pared por
medio.
¿Que clase de infancia han tenido estos angelitos, que
educación tan señera? ¿Y los padres, tan tranquilos? Que
venga sus vástagos a levantar la tapa de los contenedores de
la basura, dejándola caer con el consiguiente y ensordecedor
ruido en la madrugada. Que venga a echarse unos porretes ¿a
cuánto los 50 gramos, que no escuché bien?. Siempre en la
madrugá. Así les va. Así lo sufrimos, nosotros, la sociedad
y los maestros. Más ruidos: motos parejas que suben
petardeando de lo lindo, así pasen las tres de la madrugada,
contaminación acústica que no es música para los tímpanos de
los vecinos..
Lo que faltaba para caer rendido. Una “boa” vecinal al sur.
La que desde una provisional atalaya no atisbo a ver bien,
menos esos dulces que se come la noche – bueno, y los
invitados a la fiestorra - pero sí me llegan, huumm,
efluvios de chuparquía, dátiles, pastela, breguas y zumos de
frutas sin fin, que van cayendo al son de la música árabe
que trama saltos y bailes alegres de los danzantes, hombres,
mujeres y jóvenes mayormente.
Petanca nocturna, gamberros, contaminación acústica
reiterativa, fiestas, etc. Más ruido por aguantar. Pero uno,
que ni pagando aguanta las bodas (cristianas o musulmanas),
en la ocasión se queda con esta sonora fiesta porque si bien
no lanzan dulces, tampoco porros ni bolas.
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