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OPINIÓN - DOMINGO, 11 DE SEPTIEMBRE DE 2011

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Es tiempo de despertar a la vida

Por Manuel Corral


Me duele tu dolor, porque aunque mucho no te conozco, sé que eres madre coraje con la vida. Que sabes educar y permanecer cerca de los tuyos, por mucha realidad huidiza que esté por venir. Está bien que seas severa con la disciplina y enseñanza de tu prole. Pero sin ensañar. Que claro que es duro e impagable llevar la casa a cuestas en la soledad de la pareja. Claro que sí. Y que aun pelín te pueda asustar el momento, seguirás tratando de combinar con ellos, tus hijos, sangre de tus entrañas, una sencillez infantil y una madurez aplastante.

Te he visto demasiado preocupada, ausente, como necesitando un espacio donde explayarte, tú y tus sentimientos. Que para eso están los amigos, por muy lejanos y discretos que seamos. Mas te llamaré cuando menos lo merezcas, porque entenderé que es cuando más lo necesitas. Que para los buenos momentos, alegría a borbotones disfrutes. Para los malos momentos, esperanza y fortaleza de espíritu. Y para cada día, ilusión y renovada fé porque respiramos, vivimos, amamos a nuestros semejantes. Que no es poco.

Por eso sé piadosa con él, por mucho daño que te hiciera, por muy carne con ojos que fuera, o besugo, o flojo, o como tú lo quieras llamar, que los hombres somos así, inclasificables por naturaleza.

Que sólo florece aquello que se abona y riega. Que los caprichos no existen para ti, que vuelas del trabajo a tu casa y viceversa, no sin antes laborar para tus mozas, algunas ya adolescentes. Que de vacaciones no entiendes, ni quieres entender, pues la carga familiar te compete sólo a ti, gladiadora que eres y sin saberlo. Y vuelta a la rutina. Más de lo mismo, puerca vida.

Que se puede ir más despacio o más deprisa. Pero ir esa es la cuestión. Que no admite cavilar. Ya que no queda espacio para la marcha atrás. Es tiempo de despertar a la vida.

Si porque el corazón así te lo pidiera, teniendo el suficiente tiempo disponible para ti, con el arrojo personal e intransferible de la mujer hecha que eres, que también puedes pasear altiva y sin sonrojo tu faz de bella sin empolvados y mascarillas, que no necesitas que nadie use por ti el látigo de la mirada reprobatoria, para espantarte los moscones que te salen cuando tus pies pisan el zócalo del paseo de las Palmeras; digo bien, que si un día decides salir a dar una vuelta por la calle Real, un ejemplo, con ganas de tomarte un refresco (sí, ya sé que el cafelito te lo ponen marchando y con una sonrisa en la cafetería-heladería “El Puente”, de lujo), ahí estaré abriéndole la portezuela a la dama.

Conocer quiero la fortaleza de tus muslos bien contorneados a fuer de darle vueltas y vueltas al Hacho. Que mas que andar a paso de legionaria, pareces volar como la más rápida de las rapaces. Que tus ojos son como estrellas fugaces, que caen del cielo para alegrar la vista al hombre. Y por eso querrás vivir, y sentir, y tocar, y mirar que la vida está al alcance de cualquiera. Sólo hay que alargar la mano y coger…

Leé tu mano muy despacio, con la intriga de si aparecerá pronto tu futuro. Cierra los ojos y deja que viaje la memoria. El pasado pasado está. Sé valiente y vive la vida. La tuya. Que el secreto, la clave puede que esté en percibir el momento y saludar a quien nos viene al encuentro, pues es posible que haya estado allí aguardando el tiempo muerto del amor.

Tal vez los diminutos surcos de tu palma, arracimados en ella los gráciles y largos dedos de tus suaves manos, te aclaren el futuro. Te espera ahora un viaje maravilloso. Sin agobios llegarás a tu destino pronto. Házme caso, sumérgete en el placer de la vida, en la magia del amor si está a tu alcance, que es caldo de longevidad.

Y si todo acontece como en un sueño, quizá yo no atraviese el estrecho sin retorno, acaso en la noche las bravas aguas sean tus aliadas, tal vez me pongas a tiro tus carnosos labios, que aprovecharé de paso para hurtarte un beso, que no es delito, y abrazar tu cintura de avispa, aunque me claves el aguijón.

Volver deseo una y otra vez al cafetín de Benzú - así te pongas esa minifalda sensual que tanto gustas de vestir, o cubras tu cuerpo fetén con ese vestido de alazán al viento que tantos puntos de sutura provocas por entrechocar otros las cabezas al mirar; que no aprenden vamos -, donde el anaranjado atardecer quizá nos cautivó entre claroscuros ventanales con la pincelada de un mar sin fín, y humeantes y dulzonas tazas de té densos de hierbabuena. Que pudiera ser que tocar estuviera prohibido, vale, pero ver, escrutar un nuevo brillo en cada mirada tuya nó, que venga a trabajar mi subconsciente como máquina de vapor cuya caldera silba alegremente, para descifrar el latigazo en tu corazón.
 

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